En aquel tiempo, estaba Juan Bautista con dos de sus discípulos, y fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Este es el Cordero de Dios» Jn 1,35-36.

«He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él» Jn 1,32.

«Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay uno que no conocen, que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de su sandalia» Jn 1,26-27.

«Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» Lc 2,17-19.

«Y la Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad» Jn 1,14.

«Levántate, toma al niño y a su madre y regresa a Israel; ya han muerto los que atentaban contra la vida del niño». Mt 2,20.

«Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel». Lc 2,29-32.

Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: «Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes; es Raquel que llora por sus hijos, y rehúsa el consuelo, porque ya no viven» Mt 2,17-18, Jer 31,15.

«Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó». Jn 20,8.

«Cuando los arresten, no se preocupen de lo que van a decir o de cómo lo dirán: en su momento se les sugerirá lo que tengan que decir; no serán ustedes los que hablarán, el Espíritu de su Padre hablará por ustedes» Mt 10,19-20.