«El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él». Lc 2,40.

«Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel». Lc 2,29-32.

Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: «Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes; es Raquel que llora por sus hijos, y rehúsa el consuelo, porque ya no viven» Mt 2,17-18, Jer 31,15.

«Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó». Jn 20,8.

«Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su corazón» Lc 2,51.

«Y la Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad» Jn 1,14.

«Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz» Lc 1,78-79.

«¿Qué llegará a ser este niño?» Lc 1,66.

«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava» Lc 1,46-48.

«Dichosa tú que has creído porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» Lc 1,45.