«Dios y Señor nuestro, ¡qué admirable es tu Nombre en toda la tierra!». Sal 8, 10.

En todas partes donde entraba, pueblos, ciudades y aldeas, colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase tocar al menos el borde de su manto; y los que lo tocaban se sanaban. Mc 6, 56.

«Vámonos a otra parte, a los pueblos cercanos, para predicar también allí; que para eso he venido» Mc 1, 38.

«Vengan ustedes solos a un sitio tranquilo a descansar un poco» Mc 6, 31.

«Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz» Lc 1, 78-79.

«Cuando entren en una casa, quédense en ella hasta que se vayan de aquel lugar. Y si en algún sitio no los reciben ni los escuchan, márchense de allí, sacudan el polvo de los pies, para que les sirva a ellos de advertencia» Mc 6, 10-11.

«No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa» Mc 6, 4.

«Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel» Lc 2, 29-32.

«Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido misericordia de ti». El hombre se fue y empezó a proclamar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; todos se admiraban. Mc 5, 19-20.

«¿Qué es esto? Es una enseñanza nueva, con autoridad. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen» Mc 1, 27.