VIERNES DE LA SEMANA XI DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL VIERNES DE LA SEMANA XI DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños» Mt 11, 25.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo, 11, 25-30

En aquel tiempo, Jesús exclamó: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor.

Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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Hermanos: hoy celebramos la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús y lo hacemos sintiendo una intensa alegría espiritual por el amor que Dios Padre tiene a la humanidad y que se manifestó a través del Sacratísimo Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, con sus enseñanzas, con su pasión, muerte y resurrección.

Hoy recibimos aire fresco espiritual con el pasaje evangélico en el que Jesús, jubiloso, pronuncia una hermosa plegaria de agradecimiento y alabanza a Dios Padre después del regreso de los setenta y dos discípulos, quienes expresaban su alegría por los resultados que obtuvieron en la misión que Jesús les encomendó.

Jesús culmina la plegaria presentándose a sí mismo como el Hijo de Dios Padre y en total comunión con Él. Así mismo, Jesús manifiesta a sus discípulos lo bienaventurados que son por lo que ven y oyen.

Esta pequeña plegaria que Jesús dirige a Dios Padre, ubicada en el evangelio de San Mateo, se encuentra también en San Lucas, capítulo 21, versículos del 21 al 22.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

La Solemnidad que celebramos hoy, del Sagrado Corazón de Jesús, es una invitación a aceptar y a acoger con gozo el amor que la Santísima Trinidad nos tiene a cada uno de nosotros y a toda la humanidad.

En esta pequeña plegaria de agradecimiento y alabanza que Jesús dirige a Dios Padre, sobresale la virtud de la humildad de los “pequeños”, quienes logran comprender y aceptar los misterios del amor de Nuestro Señor Jesucristo, dejando de lado todo interés personal.

Mientras que el mundo promueve conductas que elevan la autosuficiencia de las personas, el egoísmo y la soberbia, Nuestro Señor Jesucristo nos enseña que la humildad es la llave maestra para aceptar y acercarse al amor y misericordia de Dios.

Basta recordar el evangelio de San Lucas, en el capítulo 21, versículos 3 y 4, donde Jesús dice: “Les aseguro que esa pobre viuda ha puesto más que todos. Porque todos ellos han depositado lo que les sobraba; pero ella en su pobreza, ha puesto cuanto tenía para vivir”.

De la misma manera, la imagen extrema de la humildad queda reflejada en Lucas, capítulo 23, versículos 42 y 43, en el diálogo entre el “buen ladrón”, Dimas, y Jesús: “Jesús, cuando llegues a tu reino acuérdate de mí”. Jesús le contestó: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.

Hermanos: a la luz de la Palabra de Dios, respondamos: ¿Cuáles son las situaciones que nos alejan de la virtud de la humildad? ¿Cuál es nuestra actitud frente a las personas más humildes, que sufren necesidades materiales y espirituales?

Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a profundizar con fe y humildad en las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo, con el fin de ponerlas en práctica en nuestras vidas.

¡Jesús nos ama!

  1. Oración

Padre eterno, que, en el Corazón de tu Hijo, herido por nuestros pecados, te has dignado regalamos misericordiosamente infinitos tesoros de amor, te pedimos que, al rendirle el homenaje de nuestra piedad, manifestemos también una conveniente reparación.

Amado Jesús, tú que quisiste ser traspasado por una lanza para que, de tu corazón abierto, brotara sangre y agua, ten compasión y misericordia de todos nosotros, y lava nuestras culpas para que podamos seguirte con un corazón purificado.

Amado Jesús, otórganos la virtud de la humildad para comprender tus enseñanzas y ponerlas en práctica en nuestras familias, comunidades, amistades, centros de trabajo y estudios, y por donde vayamos.

Amado Jesús, Rey de reyes, Señor de señores, tú que eres el camino, la verdad y la vida, atrae hacia ti a los pecadores y glorifícate llamando a los fieles difuntos a la resurrección.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante tu amado Hijo por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos al Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo con la lectura de un escrito de San Agustín:

«Te veo, buen Jesús, con los ojos que tú has abierto en mi interior, te veo gritando y llamando a todo el género humano: “Venid a mí, aprended de mí”.

¿Cuál es la lección? Tú, por quien todo ha sido creado, ¿cuál es la lección que venimos a aprender en tu escuela? “Que soy sencillo y humilde de corazón”. Aquí están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y la ciencia; aprended esta lección capital: ser sencillos y humildes de corazón.

Que escuchen, que vengan a ti, que aprendan de ti a ser sencillos y humildes de corazón los que buscan tu misericordia y tu verdad, viviendo para ti y no para ellos mismos.

Que lo escuche aquel que sufre, que está cargado con un fardo que lo hace desfallecer, hasta tal punto que no se atreve a levantar los ojos al cielo, el pecador que golpea su pecho y se queda a distancia.

Que lo oiga el centurión, que no se sentía digno de que tú entraras en su casa. Que lo oiga Zaqueo, el jefe de los publicanos, cuando devuelve cuatro veces el fruto de su pecado.

Que lo oiga la mujer que había sido pecadora en la ciudad y que derramaba tantas lágrimas a tus pies por haber estado tan alejada de tus pasos. Que lo escuchen las mujeres de la vida y los publicanos, que en el reino de los cielos preceden a los escribas y fariseos. Que lo oigan los enfermos de toda clase, con quienes compartías la mesa y te acusaron de ello.

Todos estos, cuando se vuelven hacia ti, se convierten fácilmente en gente sencilla y humilde ante ti, acordándose de su vida llena de pecado y de tu misericordia llena de perdón, porque “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”».

Queridos hermanos: hagamos el compromiso de purificar siempre nuestras almas y fortalecer nuestra fe. También, contribuyamos a que nuestros hermanos hagan lo mismo y puedan sentir el amor misericordioso de nuestro Dios. Demos siempre el primer paso. Recordemos siempre, en Romanos, capítulo 5, versículo 20: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”.

Asistamos, real o virtualmente, a la adoración del Santísimo Sacramento y a la Santa Eucaristía; así mismo, recemos el Santo Rosario en familia.

Glorifiquemos a Dios con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús por tu Palabra de vida eterna.

Que el Espíritu Santo nos ilumine para que tu palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.