LUNES DE LA SEMANA XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL LUNES DE LA SEMANA XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

FIESTA DE LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ

«Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna» Jn 3, 16.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 13-17

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en Él tenga vida eterna.

Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no ha mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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Queridos hermanos: hoy celebramos la Exaltación de la Santa Cruz, signo de amor, misericordia y esperanza en un futuro mejor en el que prevalecerá el amor de Dios.

La lectura del evangelio de hoy presenta una parte de la conversación que tuvo Jesús con Nicodemo, una autoridad judía, que ostentaba la categoría de maestro.

En ella, Jesús hace referencia al conocimiento que tiene del cielo, como Hijo del hombre, al remitirse a las escrituras, específicamente, al libro de los Números, capítulo 21, versículos del 6 al 9, con el fin de señalar la forma cómo tiene que ser elevado el Hijo del hombre para que el creyente tenga vida eterna. De esta manera, Jesús hace alusión a la cruz.

Así mismo, la lectura expresa todo el amor y la ternura de Dios Padre hacia la humanidad, al enviar a su Hijo único con el fin de salvar al mundo y no condenarlo. Nuestro Señor Jesucristo trae consigo una nueva primavera para la humanidad entera: la vida eterna, al precio de su sangre.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

En el día de la Exaltación de la Santa Cruz, el evangelio nos habla acerca del infinito amor de Dios hacia la humanidad. El objetivo fundamental de este amor es que todo aquel que crea en Jesús, se transforme por su amor y tenga vida eterna.

Este amor infinito es eterno, nace en Belén y se despliega con toda su magnificencia en la pasión, crucifixión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Para participar de este amor, es necesario creer con fe; por ello, Jesús señala que es necesaria una regeneración basada en la fe.

Ante la división que actualmente existe en la humanidad, en la que algunos optan por las tinieblas, Nuestro Señor Jesucristo no viene a juzgar, sino a perdonar nuestros pecados y llevarnos a la vida eterna mediante la luz de su Palabra; por ello, busquemos siempre esa luz redentora en las palabras de Jesús.

La cruz es incomprensible si la miramos con la lógica humana. Sin embargo, con los ojos de la fe y del amor, la cruz es el medio que nos configura con aquel que nos amó primero y hasta el extremo. Cuando la asumimos, purifica nuestra alma y hace brotar lo mejor de nosotros, conduciéndonos al amor incondicional. La cruz no puede ser nunca separada de la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

Queridos hermanos, meditando la palabra de hoy y teniendo en nuestro corazón a la Santa Cruz, es conveniente volver a preguntarnos: ¿somos conscientes del amor que Dios Padre nos tiene, al enviar a su Hijo único a morir en una cruz y luego resucitar? ¿Somos instrumentos de misericordia para nuestros hermanos más necesitados?

Hermanos, que las respuestas a estas preguntas nos impulsen a reconocer y a vivir el infinito amor que Dios nos tiene y que nos demostró en la cruz.

¡Jesús nos ama!

  1. Oración

Amado Jesús, tú que te rebajaste hasta someterte incluso a la muerte y una muerte de cruz, purifica nuestro seguimiento por el camino de la obediencia y la paciencia.

Amado Señor Jesús, a quien toda lengua proclamará: Señor para gloria de Dios Padre, recibe en tu reino, por tu inmensa misericordia, a nuestros hermanos difuntos.

Madre Santísima, fundamento firme de la Iglesia desde sus primeros tiempos y hasta la eternidad; María, Inmaculada, Madre de la Divina Gracia, Estrella de la Evangelización, ruega por nosotros.

  1. Contemplación y acción

Te adoramos, oh, Cristo, y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Hermanos: contemplemos la cruz salvadora de Nuestro Señor Jesucristo a través de la lectura de la Carta a los Filipenses, capítulo 2, versículos 6 al 11:

«Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, al contrario, se anonadó a sí mismo, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse a la muerte y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el “Nombre – sobre – todo – nombre”; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre».

Contemplemos también la cruz de Nuestro Señor Jesucristo con un texto de Gabriele Di Santa Maria Maddalena:

«Jesús conquista a los hombres por la cruz, que se convierte en el centro de atracción, de salvación para toda la humanidad. Quien no se rinde a Cristo crucificado y no cree en él no puede obtener la salvación. El hombre es redimido en el signo bendito de la cruz de Cristo: en ese signo es bautizado, confirmado, absuelto. El primer signo que la Iglesia traza sobre el recién nacido y el último con el que conforta y bendice al moribundo es siempre el santo signo de la cruz.

No se trata de un gesto simbólico, sino de una gran realidad. La vida cristiana nace de la cruz de su Señor, el cristiano es engendrado por el Crucificado, y sólo adhiriéndose a la cruz de su Señor, confiando en los méritos de su pasión, puede salvarse. Ahora bien, la fe en Cristo crucificado debe hacernos dar otro paso. El cristiano, redimido por la cruz, debe convencerse de que su misma vida debe estar marcada – y no sólo de una manera simbólica – por la cruz del Señor, o sea, que debe llevar su impronta viva. Si Jesús ha llevado la cruz y en ella se inmoló, quien quiera ser discípulo suyo no puede elegir otro camino: es el único que conduce a la salvación porque es el único que nos configura con Cristo muerto y resucitado.

La consideración de la cruz nunca debe ser separada de la consideración de la resurrección, que es su consecuencia y su epílogo supremo. El cristiano no ha sido redimido por un muerto, sino por un Resucitado de la muerte en la cruz; por eso, el hecho de que Jesús llevara la cruz debe ser confortado siempre con el pensamiento del Cristo crucificado y por el del Cristo resucitado».

Queridos hermanos, que la Santa Cruz, maravilloso signo de amor, misericordia y esperanza, nos impulse a buscar cada día la santa presencia del Espíritu Santo para que nos ilumine y conduzca en todas nuestras actividades diarias y adoremos y honremos siempre a Nuestro Señor Jesucristo, dándole gracias por su acción redentora.

Glorifiquemos a la Santísima Trinidad con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús por tu Palabra de vida eterna.

Que el Espíritu Santo nos ilumine para que tu palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.