MARTES DE LA SEMANA XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL MARTES DE LA SEMANA XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA DE LOS DOLORES

«Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre» Jn 19, 26-27.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan 19, 25-27

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

———–

La devoción a la Virgen de los Dolores data de los primeros años del segundo milenio. Sixto IV incluyó en el misal romano, en 1423, la memoria de Nuestra Señora de la Piedad. Posteriormente se fue desarrollando en la forma de los Siete Dolores, que representan a las siete espadas que traspasaron el corazón de Nuestra Santísima Madre. El papa Pío X señaló su celebración el 15 de septiembre.

El pasaje evangélico de hoy no sólo describe un acto de piedad filial de Jesús hacia su madre, sino una verdadera revelación de su maternidad espiritual. María se convierte en la madre no sólo del discípulo amado, sino también de toda la humanidad.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

Meditemos el pasaje evangélico con un texto de Máximo el confesor, en su libro Vida de María:

«Llega la hora del dolor más grave, cuando fue levantada la cruz para clavar en ella al Rey de los ángeles. El Creador de todas las cosas, el Señor y dueño de las realidades visibles e invisibles, ha sido crucificado. ¿Cómo pudo sostener la tierra todo esto sin quedar destruida? ¿Cómo pudo contemplar el cielo este espectáculo sin estremecerse?

El que está sentado en el trono de los querubines y es glorificado por los serafines, aquel en cuyas manos están los cielos de los cielos, está colgado en el madero por obra de unos malhechores. El que reina con el Padre y el Espíritu Santo ha sido colgado de una manera innoble de una cruz. Aquel a quien la luz envuelve como un manto ha sido clavado desnudo en una cruz.

Sobre la túnica, tejida por las manos de la santa e inmaculada Virgen Madre, echaron suertes los que le mataron. Con los clavos traspasaron aquellas manos que crearon todas las cosas y rigen el cielo y la tierra. ¡Oh bondad del Rey! ¡Oh inconmensurable misericordia! ¿Quién podrá narrar el poder del Señor? ¿Quién estará en condiciones de cantar su alabanza?

En aquella hora, Madre Santísima, Madre del Señor, penetró en tu corazón aquella espada que Simeón te había predicho. En aquella hora se hundieron en tu corazón los clavos que perforaron las manos del Señor. Estos sufrimientos te aplastaron más a ti que a tu Hijo, más fuerte que a cualquier otro, porque él sufría voluntariamente y había predicho todo lo que le habría de pasar y lo había deseado según la medida de su omnipotencia: en efecto, quería entregar su vida y su poder para después recuperarlos de nuevo, tal como nos cuenta el Evangelio (cf. Jn 10, 17), pero tú sufrías de un modo incomparable».

Queridos hermanos, meditando la palabra de hoy, es conveniente preguntarnos: ¿Cómo es nuestra devoción a Nuestra Santísima Madre María? ¿Comprendemos el dolor que pasó Nuestra Santísima Madre? ¿Sabemos estar al lado de quienes sufren?

Hermanos, que las respuestas a estas preguntas nos impulsen a acercarnos a Nuestra Santísima Madre y a vivir el infinito amor que Dios nos tiene y que nos demostró en la cruz.

¡Jesús nos ama!

  1. Oración

Padre eterno, tú que has querido que la Madre compartiera los dolores de tu Hijo al pie de la cruz; haz que la Iglesia, asociándose con María en la pasión de Cristo, merezca participar de su resurrección.

Amado Jesús, haz que seamos capaces de conservar celosamente en nosotros el inmenso don que nos otorgaste: tu Santa Madre, y encontrar en ella la ayuda y el ejemplo para imitarla en la escucha y en la fidelidad a tu Palabra.

Amado Jesús, tú que te rebajaste hasta someterte incluso a la muerte y una muerte de cruz, purifica nuestro seguimiento por el camino de la obediencia y la paciencia.

Amado Señor Jesús, a quien toda lengua proclamará: Señor para gloria de Dios Padre, recibe en tu reino, por tu inmensa misericordia, a nuestros hermanos difuntos.

Madre Santísima, fundamento firme de la Iglesia desde sus primeros tiempos y hasta la eternidad; María, Inmaculada, Madre de la Divina Gracia, Estrella de la Evangelización, ruega por nosotros.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos también la cruz de Nuestro Señor Jesucristo con un texto de Ermes Ronchi:

«El testamento de Jesús es universal: se da una madre a todos los discípulos de todos los tiempos, don entre los dones. Jesús dice desde la cruz a cada discípulo: “Mira, es tu madre”, no simplemente: “He aquí a tu madre”. Usa, en efecto, una palabra que en su raíz significa “mirar”, dando, así como una orden, una invitación apremiante a contemplar el rostro de la madre, buscando en ella los rasgos de nuestra fe adulta y madura, los porqués y los resultados de nuestra historia de amor y de dolor.

“Mira, es tu madre”: dirige los ojos, mantén fija la mirada, contempla esa imagen para llegar a ser como ella. Se trata de un ejemplo no tanto para imitar como para revivir de modo personal; un icono no para copiar, sino para volver a dibujar de nuevo. En efecto, si la vocación de María es única, también lo es la mía, con una tarea única e irrepetible. De ella aprendo el estilo exacto, el modo más humano que pueda existir para estar ante Dios y ante sus ángeles, ante el hombre y ante sus sueños.

“He aquí a tu madre, mira a tu madre”. Si quieres ser discípulo, mira a María, aprende de ella, de sus gestos, de sus palabras, de sus silencios. Y repite su escucha y su modo de conservar en el corazón, su alabanza, su preocuparse, su fortaleza y su estupor, prolongando su presencia tierna y fuerte, aprendiendo de ella cómo se sirve a Dios con seriedad y a los hermanos con ternura.

“He aquí a tu madre, mira a tu madre”. Jesús quiere que su entrega se convierta en conquista nuestra. “Y desde aquel momento, el discípulo la recibió como suya”. María representa en el Calvario el amor, personifica el “sí” que sigue, que anima al Hijo en su vocación de entrega sin reservas. Juan representa al discípulo fiel que no huyó, que, en el aparente fracaso de Cristo, sigue teniendo fe en lo increíble. María representa a la Iglesia constituida por el amor y la fe. Un amor intenso y fecundo como el de madre, una fe también en lo imposible como en Juan.

La traducción correcta es: “La tomó entre sus cosas queridas”, entre sus propias cosas, como parte de su identidad, de las cosas que nos estructuran como personas, las cosas que nos convierten en nosotros mismos. Se me dice a mí: “Toma a María entre las cosas que constituyen tu identidad”. Toma a María entre tus cosas importantes. Tómala en tu casa, porque es tu madre, como parte de ti mismo».

Queridos hermanos, en la Santa Cruz, maravilloso signo de amor, misericordia y esperanza, Nuestro Señor Jesucristo nos entregó a su Madre. Acojámosla, busquemos su dulce compañía e intercesión. Pidamos también al Espíritu Santo que nos ilumine y conduzca en todas nuestras actividades diarias y adoremos y honremos siempre a Nuestro Señor Jesucristo, dándole gracias por su acción redentora.

Glorifiquemos a la Santísima Trinidad con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús por tu Palabra de vida eterna.

Que el Espíritu Santo nos ilumine para que tu palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.