JUEVES DE LA SEMANA XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL JUEVES DE LA SEMANA XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

«Tus pecados quedan perdonados». Los comensales empezaron a decirse para sí: «¿Quién es éste, que hasta perdona los pecados?». Pero Jesús dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado. Vete en paz» Lc 7, 48-50.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 7, 36-50

Un fariseo invitó a Jesús a comer. Entró Jesús en la casa del fariseo y se sentó en la mesa. En esto, una mujer pecadora pública, al enterarse que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de alabastro lleno de perfume. Se puso detrás de Jesús, junto a sus pies y, llorando, comenzó a bañar con sus lágrimas los pies de Jesús y a secarlos con los cabellos de su cabeza; mientras se los besaba y los ungía con el perfume.

Al verlo esto el fariseo que lo había invitado se decía para sí: «Si éste fuera profeta, sabría qué clase de mujer es la que lo está tocando, pues es una pecadora». Entonces Jesús tomó la palabra y le dijo: «Simón, tengo algo que decirte». Él replicó: «Di, maestro». Jesús prosiguió: «Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, les perdonó la deuda a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?».

Respondió Simón: «Supongo que aquel a quien le perdonó más». Jesús le dijo: «Has juzgado bien». Y, volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha bañado mis pies con lágrimas y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume.

Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. Pero al que se le perdona poco, poco amor demuestra». Y le dijo a ella: «Tus pecados quedan perdonados». Los comensales empezaron a decirse para sí: «¿Quién es éste, que hasta perdona los pecados?». Pero Jesús dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado. Vete en paz».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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El 17 septiembre todas las comunidades franciscanas celebran la impresión de las llagas de San Francisco de Asís. Pocos santos han influido tanto en la historia civil y eclesiástica de todos los tiempos como el “Pobrecillo de Asís”. Y pocos han vivido las máximas evangélicas como este hombre que se identificó tanto con Jesucristo crucificado, que mereció recibir en su cuerpo las señales de la Pasión.

El pasaje evangélico de hoy, denominado “Jesús perdona a la pecadora”, se encuentra también en el capítulo 14 de Marcos, en versículos 6 al 13 y en el capítulo 12 de Juan, entre los versículos 1 y 8; también se puede consultar el capítulo 26 de Mateo, versículos del 6 al 13.

Nuevamente encontramos un fariseo que formula en su interior un juicio contra Jesús. Jesús penetra en los pensamientos de Simón y le propone una parábola, pidiéndole que él mismo deduzca la consecuencia.

La parábola va dirigida a Simón, que critica en su interior la benevolencia de Jesús y su aceptación de los pecadores. Ante la pregunta de Jesús: «¿Quién de ellos amará más?», Simón contesta siguiendo el dictamen del sentido común: «Supongo que aquel a quien le perdonó más». Y Jesús acepta la conclusión: «Has juzgado bien».

Jesús afirma que el amor es la causa del perdón de los pecados; más aún, los actos concretos de amor que la mujer ha tenido con Jesús son por los muchos pecados que le fueron perdonados. Esta mujer representa a toda la humanidad ante Jesús. Fijémonos en 1 Pe 4,8: «El amor cubre la multitud de los pecados».

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

La pecadora arrepentida ha recibido un don inmenso y gratuito de parte de Dios: una deuda enorme le ha sido condonada; sus pecados – que eran muchos – le han sido perdonados. Y, como pruebas de su gratitud, allí están sus expresiones de amor: lágrimas, cabellos, besos, perfume, que son, a la vez, expresiones de amor y de fe, de arrepentimiento y gratitud, que se entrelazan y entremezclan. Con Jesús, la misericordia de Dios redime la miseria humana, convirtiéndola en gratuidad de un amor sin condiciones.

La misericordia de Jesús es el principio fundamental de la actuación de Dios Padre y de Jesús, y debe serlo también de la Iglesia. La misericordia de Dios está entre nosotros, solo está a la distancia de un arrepentimiento. La misericordia no es contraria a la justicia, sino que expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole la oportunidad de examinarse, convertirse, creer en Él y seguirle.

Queridos hermanos, meditando la palabra, conviene preguntarnos: ¿Nos acercamos a la misericordia de Nuestro Señor Jesucristo? ¿Acogemos o marginamos a los hermanos que están alejados de los preceptos cristianos?

Hermanos, que las respuestas a estas preguntas nos permitan acudir confiadamente a la misericordia divina y a ayudar a otros hermanos a acercarse a Nuestro Señor.

¡Jesús nos ama!

  1. Oración

Amado Jesús, perdónanos porque muchas veces no somos capaces de reconocer tus llamados a la conversión. Envíanos, amado Señor, tu Santo Espíritu para reconocer que somos perdonados sin méritos y que en ti se revela el amor y la misericordia de Dios Padre.

Amado Señor Jesús, a quien toda lengua proclamará: Señor para gloria de Dios Padre, recibe en tu reino, por tu inmensa misericordia, a nuestros hermanos difuntos.

Madre Santísima María, Madre Inmaculada, Madre de la Divina Gracia, intercede por nuestras oraciones ante la Santísima Trinidad.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo a través de la “Leyenda Mayor” franciscana:

«Elevándose, pues, a Dios a impulsos del ardor seráfico de sus deseos y transformado por su tierna compasión en aquel que a causa de su extrema caridad quiso ser crucificado: cierta mañana de un día próximo a la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, mientras oraba en uno de los flancos del monte, vio bajar de lo más alto del cielo a un serafín que tenía seis alas tan ígneas como resplandecientes. En vuelo rapidísimo avanzó hacia el lugar donde se encontraba el varón de Dios, deteniéndose en el aire.

Apareció entonces entre las alas la efigie de un hombre crucificado, cuyas manos y pies estaban extendidos a modo de cruz y clavados a ella. Dos alas se alzaban sobre la cabeza, dos se extendían para volar y otras dos restantes cubrían todo su cuerpo.

Ante tal aparición, el santo quedó lleno de estupor y experimentó en su corazón un gozo mezclado de dolor. Se alegraba, en efecto, con aquella graciosa mirada con que se veía contemplado por Cristo bajo la imagen de un serafín; pero, al mismo tiempo, el verlo clavado en la cruz era como una espada de dolor compasivo que atravesaba su alma.

Estaba sumamente admirado ante una visión tan misteriosa, sabiendo que el dolor de la pasión de ningún modo podía avenirse con la dicha inmortal de un serafín. Por fin, el Señor le dio a entender que aquella visión le había sido presentada así por la divina Providencia para que el amigo de Cristo supiera de antemano que había de ser transformado totalmente en la imagen de Cristo crucificado, no por el martirio de la carne, sino por el incendio de su espíritu.

Así sucedió, porque al desaparecer la visión dejó en su corazón un ardor maravilloso, y no fue menos maravillosa la efigie de las señales que imprimió en su carne».

Queridos hermanos, hagamos el compromiso de acudir a la misericordia divina, ayudando a nuestros hermanos a acercarse a ese mar infinito, lleno de amor convertido en perdón.

Glorifiquemos a la Santísima Trinidad con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús por tu Palabra de vida eterna.

Que el Espíritu Santo nos ilumine para que tu palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.