MIÉRCOLES DE LA SEMANA XXV DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA XXV DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

SAN PÍO DE PIETRELCINA

«No lleven nada para el camino: ni bastón y alforja, ni pan ni dinero; tampoco lleven túnica de repuesto. Cuando entren en una casa, quédense en ella hasta que se vayan de aquel sitio. Y si no los reciben, al salir de aquel pueblo, sacudan el polvo de los pies, como testimonio contra ellos» Lc 9, 3-5.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 9, 1-6

En aquel tiempo, Jesús reunió a los Doce y les dio poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades. Luego los envió a proclamar el reino de Dios y a curar a los enfermos, diciéndoles: «No lleven nada para el camino: ni bastón y alforja, ni pan ni dinero; tampoco lleven túnica de repuesto. Cuando entren en una casa, quédense en ella hasta que se vayan de aquel sitio. Y si no los reciben, al salir de aquel pueblo, sacudan el polvo de los pies, como testimonio contra ellos». Fueron entonces de pueblo en pueblo, anunciando el Evangelio y curando enfermos por todas partes.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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Hoy celebramos a San Pío de Pietrelcina, sacerdote franciscano, que en 1918 recibió la gracia de la transverberación del corazón y los estigmas de Nuestro Señor Jesucristo que llevó en su cuerpo de manera visible durante cincuenta años.

Francesco Forgione nació en Pietrelcina, en la región italiana de Benevento, el 25 de mayo de 1887. Ingresó a la orden los Hermanos Menores Capuchinos el 6 de enero de 1903; fue ordenado sacerdote en la catedral de Benevento el 10 de agosto de 1910. El 28 de julio de 1916 pasó a San Giovanni Rotondo, en Apulia, sirviendo al pueblo de Dios con oración y humildad mediante la dirección espiritual de los fieles, la reconciliación de los penitentes y el cuidad esmerado a los enfermos y a los pobres.

Dios lo dotó de muchos dones, como el discernimiento extraordinario que le permitió leer los corazones y las conciencias. Por ello muchos fieles acudían a confesarse con él. Murió el 23 de setiembre de 1968; fue beatificado y canonizado por San Juan Pablo II en 1999 y 2002, respectivamente.

El pasaje evangélico de hoy se ubica después de la curación de la hemorroísa y cuando Jesús resucita a una niña. La lectura de hoy trata sobre la “misión de los Doce” que también se encuentra en los otros evangelios sinópticos, en Mateo y Marcos. Se llaman sinópticos, del griego “sinopsis”, que significa “visión conjunta”, porque presentan la misma perspectiva sobre la vida y predicación de Jesús, y narran los mismos hechos.

En el texto, Jesús, con autoridad divina, inviste a sus discípulos y los envía a predicar el Reino de los cielos. Sus apóstoles habían vivido con Jesús y habían escuchado sus enseñanzas y estaban en condiciones de repetirlas y trasmitirlas, fundamentalmente, el contenido del Sermón de la Montaña, ubicado en Mateo, capítulo 5, versículos 1 al 16, y también en Lucas, capítulo 6, versículos 17 al 19.

Jesús les da poder sobre los demonios y también para curar enfermedades. Las instrucciones que Jesús imparte tienen como fin hacer comprender a los Doce que el actor principal de la misión es Dios Padre y que deben confiar absolutamente en su providencia y entregarse completamente a esta obra divina, despreocupándose de lo que puedan necesitar en el camino. El éxito de esta misión descansa en la fe que ellos tengan en Dios y en Él, a su vez, la fe actuará en el corazón de la gente que los escuche.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

La misión que realizaron los doce apóstoles fue eficaz, ellos dieron a conocer el evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Muchos de ellos sufrieron torturas y muerte, pero el Evangelio de Dios llega a nosotros después de dos mil años y nuestra Iglesia prosigue con esta misión.

La misión de los consagrados y de los laicos, de ser testimonio vivo de la Palabra de Dios, tiene que ver con el equipaje, la hospitalidad y la conducta del misionero. Hay que tener desapego a las cosas terrenales, aceptar lo que las personas nos ofrecen y debemos comportarnos con humildad y severidad cuando corresponda.

Queridos hermanos, meditando la palabra de hoy, respondamos: ¿En nuestro seguimiento a Jesús, tenemos desapego a las cosas materiales? ¿Rezamos por las personas que tienen más necesidades espirituales y materiales?

Hermanos, que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a purificar nuestro seguimiento a Nuestro Señor Jesucristo.

Tengamos en cuenta un hermoso pensamiento de San Pío de Pietrelcina: «Todo el mundo puede, y debe, propagar la gloria de Dios, y trabajar por la salvación de los hombres, llevando una vida cristiana, rezando constantemente al Señor: “Venga tu reino, que no caigamos en la tentación, y líbranos del mal”. Esto es lo que debemos hacer, ofreciéndonos completa y continuamente al Señor para este fin».

¡Jesús nos ama!

  1. Oración

Dios Padre, todopoderoso y eterno, que concediste a san Pío de Pietrelcina la gracia singular de participar en la cruz de tu Hijo, y por su ministerio renovaste las maravillas de tu misericordia, concédenos por su intercesión, que, compartiendo los sufrimientos de Cristo, lleguemos felizmente a la gloria de resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.

Dios Padre, concede los dones apostólicos a todos los consagrados de la Iglesia para que, fieles al envío de Nuestro Señor Jesucristo, anuncien el Evangelio, curen a los enfermos y liberen a las personas de sus males físicos y espirituales.

Padre eterno, te suplicamos admitas en tu reino a todos los difuntos de todo tiempo y lugar para que puedan contemplar tu rostro. Protege Señor a las almas de los agonizantes para que lleguen a tu reino.

Padre Pío, tú que considerabas a la oración con un bello gesto de amor, intercede ante la Santísima Trinidad para que escuche nuestras oraciones por la Iglesia, por los enfermos, por la santificación de nuestros trabajos y por la salvación de toda la humanidad.

¡Dulce Madre, María!, Madre celestial, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo a través de la lectura de un escrito de San Pío de Pietrelcina:

«Jesús se complace en comunicarse con las almas sencillas; esforcémonos en adquirir esta hermosa virtud, tengámosla en gran aprecio. Jesús dijo: “Si no os hacéis como niños, no entrareis en el reino de los cielos”. Pero, antes de enseñarnos esto con palabras, lo había practicado él mismo con los hechos. Se hizo niño y nos dio ejemplo de aquella sencillez que después enseñó también con palabras. Desterremos de nuestro corazón la prudencia humana, teniéndola muy lejos del corazón. Esforcémonos por tener siempre una mente pura en sus pensamientos, recta en sus ideas, siempre santa en sus intenciones.

Mantengamos siempre una voluntad que no busque otra cosa que a Dios y su gloria. Si nos esforzamos por avanzar en esta hermosa virtud, el que nos la enseñó nos enriquecerá siempre con nuevas luces y mayores dones celestiales.

Tengamos siempre ante los ojos de la mente nuestra condición de sacerdotes y, hasta que no lleguemos a decir con San Pablo a todos, sin miedo a mentirles: “Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo”, no dejemos de progresar continuamente en esta hermosa virtud de la sencillez.

Pero no daremos un solo paso en esta virtud, sino intentamos vivir en una paz santa e inalterable. Dulce es el yugo de Jesús, su peso ligero; por eso, no dejemos al enemigo que se insinúe a nuestro corazón para arrebatarnos esta paz».

Queridos hermanos: pidamos diariamente la intervención del Espíritu Santo para que nos conceda los dones apostólicos que nos permitan, en el Santísimo Nombre de Jesús, acercar a nuestros hermanos al amor y a la misericordia de Dios.

Glorifiquemos a la Santísima Trinidad con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús por tu Palabra de vida eterna.

Que el Espíritu Santo nos ilumine para que tu palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.