JUEVES DE LA SEMANA XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL JUEVES DE LA SEMANA XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

En aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, lloró sobre ella, y dijo: «¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz! Lc 19, 41-42.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 19, 41-44

En aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, lloró sobre ella, y dijo: «¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos. Llegará un día en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco de todos lados, te arrasarán con tus hijos dentro y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el momento en que Dios vino a visitarte».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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Hoy meditamos el pasaje evangélico denominado “Lamentación por Jerusalén”, cuando el largo viaje de Jesús a Jerusalén está llegando a su fin.

Jesús evidencia su amor por la Ciudad Santa sintiendo dolor por el rechazo que le ha manifestado Jerusalén y que se reproduce también a lo largo de la historia de la humanidad. Sus lágrimas son la expresión viva de su amor y dolor, ya que la ciudad se convirtió en símbolo de obstinación y de rechazo a la voluntad divina.

Cuarenta años más tarde, todo lo que Jesús predijo de Jerusalén se volvió una dramática realidad: «no quedará piedra sobre piedra».

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

Jerusalén representa a las sociedades del mundo actual, incluso a nosotros mismos, ya que muchas veces buscamos la paz y la felicidad en los lugares equivocados: en las frivolidades y seducciones del mundo. Todo este ruido espiritual y material impide que reconozcamos a Nuestro Señor Jesucristo que está a la puerta de nuestros corazones y nos llama a cada instante.

Por eso, Nuestro Señor Jesucristo manifiesta también hoy: «¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz! … Porque no reconociste el momento en que Dios vino a visitarte».

Nosotros somos la Jerusalén sobre la cual Nuestro Señor Jesucristo ha llorado, pero su amor y misericordia es tan grande que no se cansa de esperarnos. No esperemos más, respondamos ya a su llamado; de lo contrario, nos esperará la muerte eterna, que es lo que representa la destrucción de Jerusalén.

Pidamos la paz del Señor al cielo. Consideremos lo que menciona San Agustín: “La paz es un bien tan noble, que aun entre las cosas mortales y terrenas no hay nada más grato al oído, ni más dulce al deseo, ni superior en excelencia. Y si quieres poseer la paz, obra la justicia… sin caridad no hay paz”.

Hermanos: a la luz de la Palabra, respondamos: ¿Cómo respondemos al llamado constante de Nuestro Señor Jesucristo? ¿Sabemos cuáles son los caminos que conducen a la paz del Señor? ¿Cuál es nuestra actitud frente al futuro que le espera al mundo por la promoción de conductas contrarias al amor de Dios y por los desastres ecológicos que hemos originado?

Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a reconocer a Nuestro Señor Jesucristo en todo momento, en especial, en nuestros hermanos más necesitados y seamos instrumentos de la paz del Señor.

¡Jesús nos ama!

  1. Oración

Amado Jesús, tú que lloraste por la ciudad que te quitó la vida, concédenos llorar por los que sufren para que un día podamos ser plenamente felices al ser consolados por Dios Padre.

Hermanos, oremos como San Francisco de Asís: “Oh, Señor, haz de mí un instrumento de tu paz. Que donde haya odio, ponga yo amor. Donde haya ofensa, ponga yo perdón. Donde haya discordia, ponga yo unión. Donde haya duda, ponga yo fe. Donde haya error, ponga yo verdad. Donde haya tristeza, ponga yo alegría. Donde haya tinieblas, ponga yo luz.

Oh, Maestro, que no me empeñe tanto en ser consolado, como en consolar; en ser comprendido, como en comprender; en ser amado, como en amar. Porque dando, se recibe; perdonando, se es perdonado; y muriendo en ti, se resucita a la vida eterna”.

Amado Jesús: mira con bondad y misericordia a las almas del purgatorio, alcánzales la recompensa de la vida eterna en el cielo.

Madre Santísima, Madre de la Iglesia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos al Señor a través un texto de Basilio Caballero:

«Gracias Padre eterno porque en Jesús nos manifestaste toda tu ternura y tu cariño paternal hacia nosotros. Tú mereces una respuesta generosa del mismo signo; pero, con frecuencia, nosotros no te correspondemos, como Jerusalén, que no supo devolver el afecto recibido.

Hoy es el día de tu visita, tiempo de tu misericordia. Reúnenos, Padre eterno, como hijos tuyos a la sombra de tus alas y convierte nuestro corazón de piedra en otro de carne, capaz de agradecer el amor sin igual que nos muestras.

Amado Jesús, para que no tengas que llorar también sobre nosotros, haz que nada ni nadie nos aparte de tu amor».

Queridos hermanos: hagamos el propósito de no retrasar más nuestra adhesión plena a Nuestro Señor Jesucristo, pidiendo al cielo ser instrumentos de la paz divina que otorga la Santísima Trinidad. Miremos a nuestros hermanos más necesitados con los ojos de Nuestro Señor Jesucristo, reconociendo en ellos su rostro.

Glorifiquemos a la Santísima Trinidad con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús por tu Palabra de vida eterna.

Que el Espíritu Santo nos ilumine para que tu palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.