MIÉRCOLES DE LA SEMANA III DE PASCUA – CICLO B

LECTIO DIVINA DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA III DE PASCUA – CICLO B

«Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en Él, tenga vida eterna y yo lo resucitaré en el último día». Jn 6,40.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 35-40

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí, no tendrá hambre, y el que cree en mí, nunca tendrá sed. Pero, como les he dicho, me han visto y no creen. Todos los que me ha confiado el Padre vendrán a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Esta es la voluntad del que me envió: que no pierda a ninguno de los que él me confió, sino que los resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en Él, tenga vida eterna y yo lo resucitaré en el último día».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

 

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La lectura de hoy también forma parte también del discurso eucarístico de Jesús, que comprende los versículos del 22 al 66 y que meditaremos durante toda esta tercera semana de Pascua de Resurrección.

En el pasaje evangélico de hoy, comienza la parte del discurso en el que Jesús se presenta como el pan de vida, como el enviado de Dios Padre que viene al mundo, no para hacer su voluntad, sino para realizar la voluntad de quien lo ha enviado. Nuevamente, Jesús reafirma su plena identidad con Dios Padre.

Así mismo, Jesús hace un llamado a seguirlo y promete el pan de la Eucaristía que sustenta la vida de las personas y les da rumbo. Aquí comienza la vida eterna.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

El texto de hoy recuerda la bienaventuranza universal que Jesús nos dirige a través de Tomás: «Porque has visto has creído, bienaventurados los que creen sin haber visto». Muchos de los que vivieron en el tiempo de Jesús, lo vieron, lo escucharon, pero no creyeron; nosotros no lo hemos visto como ellos, pero creemos, por ello, Nuestro Señor Jesucristo nos promete la vida eterna.

Hermanos, la fe no es un hecho fortuito, es una gracia que debemos pedir al cielo y tener la plena disposición para que Dios Padre nos la otorgue, y seamos verdaderos destinatarios del mensaje de Nuestro Señor Jesucristo en el versículo 39: «Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en Él, tenga vida eterna y yo lo resucitaré en el último día». Es un mensaje para todo hombre o mujer que, reconociéndose pecador y necesitado de perdón y sanación, cree en Nuestro Señor Jesucristo.

Así mismo, creer en Nuestro Señor Jesucristo significa amar a Dios a través del prójimo más necesitado, cumpliendo los mandamientos y las bienaventuranzas. Es un desafío espiritual que solo podemos abordar pidiendo al cielo la fe y los dones espirituales; sobre todo, en la difícil situación de crisis sanitaria mundial, así como en los múltiples ambientes en los que el mundo ataca a quienes defendemos la vida, la familia y los valores cristianos.

Jesús nos otorga el verdadero alimento a través de su palabra y de la Eucaristía, en la que, por acción del Espíritu Santo, Jesús se hace presente de manera verdadera y real, por la conversión del pan y el vino en su cuerpo y en su sangre, mediante el maravilloso proceso de la transubstanciación. Por ello, la continua comunión preserva nuestro espíritu para la vida eterna.

Queridos hermanos, reflexionando en la intimidad de nuestros corazones, respondamos: ¿De qué “tamaño” es nuestra fe? ¿Cómo puedo vivir más intensamente la Eucaristía?

Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a acudir confiadamente a Jesús, a creer en Él y a aceptar su alimento de vida eterna.

¡Jesús nos ama!

  1. Oración

Padre eterno, ven, Señor, en ayuda de tu familia, y a cuantos hemos recibido el don de la fe concédenos tener parte en la herencia eterna de tu Hijo resucitado.

Santísima Trinidad, Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, pedimos las gracias para aumentar nuestra fe en la Santa Eucaristía y sentir necesidad plena de ti en nuestras vidas.

Padre eterno cuéntanos entre tus elegidos y entréganos a Jesús para que no nos extraviemos y seamos resucitados por Nuestro Señor Jesucristo en el último día.

Amado Jesús, tú que estás sentado a la derecha de Dios Padre, alegra con la visión de tu rostro a nuestros hermanos difuntos.

Madre Celestial, Reina de cielos y tierra, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un sermón de Pedro Crisólogo:

«Cada vez que el santo evangelista nos recuerda que el Señor sufrió y obró humanamente, el conocimiento de los hombres carnales se descompone como un mar en tempestad, puesto que los espíritus débiles no son capaces de escuchar y distinguir. La infeliz y detestable maldad, siempre está dispuesta a contestar más que a creer, se ve inducida con prontitud por los milagros divinos, no a la fe, sino a la calumnia. Desprecia la doctrina, de la que se sorprende, preguntándose de dónde procede, maliciosamente, curiosa o lamentosa, sospechosa ante el bien, excesivamente dispuesta a lo que es dañoso; no lleva cuidado de los mandamientos, que, no obstante, aprueba, yéndose por las ramas ante Dios, propensa a los ídolos, cavilosa en las cuestiones divinas, rebelde a la profecía, contraria a la verdad, ruinosamente crédula a los presagios y a los embustes.

Moisés había realizado muchos prodigios, Elías había hecho ver grandísimas pruebas de sus poderes, y Eliseo no había hecho empresas diferentes: ¿por qué nadie pone en discusión su figura? ¿Por qué nadie plantea el problema de su condición? ¿Por qué nadie buscó con la misma curiosidad de dónde venían, quiénes eran, dónde y en nombre de quién hicieron esos prodigios? Solo se juzga a este, que no quiso juzgar para no castigar; se examina con facciosa severidad al que no pidió nada para conceder el perdón. Y aunque el único que no tenía culpa encontró a todos culpables, prefirió acogerlos mediante un juicio de inmensa misericordia antes que pronunciar una sentencia, a fin de restituir a los mortales, pagando por ello el precio de su vida, la vida que perdieron en un tiempo. Como dice el apóstol, es verdaderamente grande el misterio de la piedad que se manifiesta en nuestra carne».

Amado Jesús, nos comprometemos a participar más continuamente de la Eucaristía, invitando a nuestros hermanos a sentir la experiencia de Cristo resucitado, comunicándoles el infinito amor que nos tienes a cada uno. Así mismo, nos comprometemos a darle sentido a tu Palabra a través de acciones concretas de bondad en nuestra vida.

Glorifiquemos a Dios con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús por tu Palabra de vida eterna.

Que el Espíritu Santo nos ilumine para que tu palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.