LUNES DE LA SEMANA X DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

LECTIO DIVINA DEL LUNES DE LA SEMANA X DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

«Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos» Mt 5,3.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo 5,1-12

En aquel tiempo, al ver la muchedumbre, Jesús subió al monte, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y comenzó a hablar y les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los que sufren, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán la misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque se llamarán los Hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados ustedes cuando los insulten y los persigan y los calumnien de cualquier modo por mi causa. Estén alegres y contentos, porque su recompensa será grande en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a ustedes».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

———–

En el evangelio de San Mateo se ubican cinco grandes discursos de Jesús: el primero es el Sermón de la montaña, entre los capítulos 5 y 7; el segundo comprende la misión de los apóstoles, en el capítulo 10; el tercer discurso es el de las parábolas, en el capítulo 13; el cuarto discurso trata sobre los términos del discipulado y de la comunidad, en el capítulo 18; y el quinto es el discurso de la llegada futura del reino de Dios, en los capítulos 24 y 25.

Hoy meditamos el inicio del primer discurso de Jesús, el Sermón de la montaña, y lo hacemos con “las ocho locuras” de Nuestro Señor Jesucristo: las bienaventuranzas, que son los valores más elevados del Reino de Dios.

Como manifiesta el padre Stephane Piat: “En medio del silencio, a plena voz, Jesús lanza aquellas divinas paradojas destinadas a trastornar la sociedad del porvenir”. Esto porque tienen también el “lenguaje de la cruz” (1 Cor 1,18) y tienen el poder de confundir toda sabiduría humana (cf. 1 Cor 1,19-25).

Las bienaventuranzas constituyen la carta magna del nuevo programa divino, ya que son el trazo más bello del rostro de Jesús. Representan una hermosa y maravillosa oferta de misericordia divina para la humanidad, porque poseen todas las luces y la fuerza para crear una humanidad nueva.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

Meditemos con San Agustín:

«¿Qué es seguir sino imitar? La prueba es que Cristo ha sufrido por nosotros “dejándonos un ejemplo” como dice el Apóstol Pablo, para que sigamos sus huellas.

Bienaventurados los pobres de espíritu. “Imitad al que por vosotros se ha hecho pobre por haceros ricos”.

Bienaventurados los mansos. Imitad al que ha dicho: “Aprended de mi porque soy manso y humilde de corazón”.

Bienaventurados a los que lloran. Imitad al que llora por Jerusalén.

Bienaventurados a los que tienen hambre y sed de justicia. Imitad al que ha dicho: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió”.

Bienaventurados los misericordiosos. Imitad al que socorre a aquel al que los bandidos han herido en el camino, dejándolo medio muerto y desesperado.

Bienaventurados los puros de corazón. Imitad al que no cometió pecado, ni se encontró mentira en su boca.

Bienaventurados los pacíficos. Imitad al que ha dicho a favor de sus perseguidores: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.

Bienaventurados los que sufren persecución por la justicia. Imitad al que ha sufrido por vosotros dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas.

Te veo, buen Jesús, con los ojos de la fe que tú has abierto en mí, te veo gritando y diciendo: “venid a mí y aprended de mi escuela”».

Hermanos: reflexionemos y preguntémonos: ¿Seguimos el programa divino de salvación que representan las bienaventuranzas?

Que las respuestas a esta pregunta nos ayuden a seguir a Nuestro Señor Jesucristo por el camino poco frecuentado de las bienaventuranzas.

¡Jesús nos ama!

  1. Oración

Amado Jesús, Salvador nuestro, concédenos la pobreza de espíritu y la mansedumbre que nos llevarán a la salvación que nos ofreces.

Amado Jesús, te adoramos y te bendecimos Señor, Salvador nuestro, por la promesa de felicidad para los pobres, los desolados, los oprimidos. Purifica nuestro corazón con tu Santo Espíritu para acoger tu Palabra y convertirla en realidad divina en nuestras vidas.

Padre eterno, concede a todos los difuntos, de todo tiempo y lugar, gozar siempre de la compañía de Nuestra Santísima Madre María, de San José y de todos los santos.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con la lectura de un escrito del padre Ermes Ronchi:

«Jesús vuelve a decir lo indecible. Dichosos los pobres. Dichosos los que lloran: para anunciar lo opuesto de nuestra historia, para contradecir toda nuestra lógica. Dichosos los pobres. Unas palabras que creo comprender, que estoy seguro de no comprender.

Dichosos los pobres: y cada vez experimento el mismo sometimiento, el mismo miedo de arruinar el mensaje. Nuestras palabras lo velan, por muy bellas y apasionadas que sean: solo el silencio, solo la pura escucha vuelve a dar la inocencia al corazón y virginidad a la palabra.

¿Queremos ser dichosos? ¿Queremos correr este riesgo? Busquemos entonces en el fondo del corazón el coraje de ser pobres. La audacia de la pobreza no como carencia de algo, sino como cualidad del espíritu. Pero entonces simplifiquemos la vida. Tengamos el valor de encaminarnos hacia el empobrecimiento. Quítate la máscara, descubre tu desnudez, reconócete un rostro de mendigo y te descubrirás depositario de una cadena infinita de dones: Dios te regala la vida, Dios te regala la luz y el calor; el amigo te regala la alegría, su amor, la felicidad; lo desconocido te hace sentir vivo. Cada hombre es una posible fuente de riqueza, y tú te conviertes en una bendición para los otros. Así, la pobreza se vuelve creadora, la pobreza se vuelve feliz.

La pobreza y el amor van juntos en Jesús. Van juntos en cada uno de sus discípulos, porque entonces, y sólo entonces, eres capaz de dar prioridad a las personas sobre las cosas. Dichosos vosotros …, porque tendréis. Hay una distancia entre el hoy y el mañana. Es la distancia de nuestro coraje. Y el retraso de la felicidad depende del retraso de nuestro coraje. Si pasáramos de la lógica de la acumulación a la del encuentro, el retraso de la felicidad se volvería verdaderamente breve».

Queridos hermanos, al meditar las bienaventuranzas, hagamos el propósito de que la Santísima Trinidad sea nuestra única riqueza, construyendo puentes de fraternidad, misericordia y paz en medio de la humanidad.

Que el Pan de los ángeles, aun espiritualmente, sea nuestro alimento en la Santa Eucaristía; que la Adoración Eucarística, presencial o virtual, fortalezca nuestro diálogo íntimo con Jesús y que nuestras obras de misericordia sean siempre el firme testimonio de nuestro seguimiento a Nuestro Señor Jesucristo.

Glorifiquemos a la Santísima Trinidad con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús por tu Palabra de vida eterna.

Que el Espíritu Santo nos ilumine para que tu palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.