DOMINGO DE LA SEMANA XIX DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

LECTIO DIVINA DEL DOMINGO DE LA SEMANA XIX DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

«Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día». Jn 6,44.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan 6,41-51

En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo», y decían: «¿No es este Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre ya su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?». Jesús tomó la palabra y les dijo: «No critiquen. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: «Serán todos discípulos de Dios». Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Les aseguro: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Los padres de ustedes comieron en el desierto el maná, y murieron; éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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La lectura de hoy, como la del domingo pasado, forma parte del discurso eucarístico de Jesús en el evangelio de San Juan, que comprende los versículos del 22 al 59 del capítulo 6. En el pasaje evangélico de hoy, versículos 44 al 51, Jesús sigue revelando su origen divino ante la incredulidad de muchos judíos que no creen que Él es el emisario celeste enviado por Dios Padre.

El camino que empleó Dios padre para acercarse a la humanidad fue enviar a Jesús, su Hijo. Este debe ser también el camino de cada persona para acercarse a Dios: acercarse con humildad al hermano, dejándose atraer por Dios Padre. De esta manera, estamos invitados a comer el nuevo maná y el nuevo cordero pascual que es Jesús, que se entregó en la Cruz por nosotros. Para ello, Jesús exige una fe incondicional, señalando que la fe no depende de la iniciativa humana ni de sus méritos; es ante todo una atracción interior que el Padre suscita, cuando afirma: «Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado».

Como afirma el padre Romano Guardini: «Cristo dice que quiere entregarse a nosotros, que quiere llegar a ser sustancia y fuerza de nuestra vida. Y no en un sentido espiritual, simbólico, sino real: verdadera carne, verdadera sangre, verdadera comida y bebida. Este es el punto crucial de la fe, la angostura a través de la cual debe pasar la fe si pretende alcanzar la libertad de su esencia completa».

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

Jesús menciona dos condiciones fundamentales para creer en Él y ser resucitados en el último día: la primera es ser atraídos por Dios Padre, sensibilizando nuestro corazón, a través del reconocimiento de la mano del Creador en nuestras vidas y a lo largo de la historia de la humanidad. Así mismo, mediante el reconocimiento de las manifestaciones de su misericordia y la comprensión del misterio de la salvación, con fe. La segunda condición es escuchar a Dios Padre a través del milagro de nuestras vidas y de la Palabra que Jesús nos trae cada día, porque sin Jesús nuestra vida no tiene sentido, Él nos otorga las fuerzas para vivir e ilumina nuestras vidas.

Con el corazón abierto al amor, entremos en el misterio de la Santísima Trinidad: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Tres personas, con personalidades diferentes, pero unidas por un amor infinito. Jesús, pan vivo bajado del cielo, que conoce a Dios Padre y, el Espíritu Santo, que nos guía y fortalece.

Hermanos, reflexionando en la intimidad de nuestros corazones, respondamos: ¿Cómo podemos ayudar a otras personas a acercarse a Dios? ¿Cómo la Eucaristía nos ayuda a conocer el misterio de la Santísima Trinidad?

Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a acudir confiadamente a Dios Padre a través de Jesús y, con la fuerza del Espíritu Santo, poder dar testimonio del amor de Dios en las alegrías y tribulaciones.

¡Jesús nos ama!

  1. Oración

Padre eterno, a quien, instruidos por el Espíritu Santo, nos atrevemos a llamar Padre, renueva en nuestros corazones el espíritu de la adopción filial, para que merezcamos acceder a la herencia prometida.

Padre eterno cuéntanos entre tus elegidos y envíanos el Espíritu Santo para que escuchemos tu Palabra y la convirtamos en obras de misericordia, amando a Jesús, tu Hijo.

Amado Jesús, pan vivo bajado del cielo, nuestro corazón está dispuesto a seguirte; concédenos la gracia de comer siempre de tu pan eucarístico sacramental o espiritualmente, y ser testigos de tu amor en nuestra vida.

Amado Jesús, recibe en tu reino, por tu infinita misericordia, a las almas de nuestros hermanos que han partido a tu presencia sin el auxilio espiritual.

Madre Celestial, Madre de la Divina Gracia, Madre del amor hermoso, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de la encíclica Ecclesia de Eucharistia de San Juan Pablo II:

«La Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo, su Señor, como un don, no solo como un don entre otros muchos, aunque sea muy valioso, sino como el don por excelencia, porque es don en sí mismo, de su persona, en su santa humanidad y, además, de toda su obra de salvación. Esta no queda relegada al pasado, pues “todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos …”.

Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y “se realiza la obra de nuestra redención”. Este sacrificio es tan decisivo para la salvación del género humano, que Jesucristo lo ha realizado y ha vuelto al Padre solo después de habernos dejado el medio para participar de él, como si hubiéramos estado presentes. Así, todo fiel puede tomar parte en él, obteniendo frutos inagotablemente. Esta es la fe de la que han vivido a lo largo de los siglos las generaciones cristianas. Esta es la fe que el Magisterio de la Iglesia ha reiterado continuamente con gozosa gratitud por tan inestimable don. Deseo una vez más llamar la atención sobre esta verdad, poniéndome con vosotros, hermanos y hermanas, en adoración delante de este misterio: misterio grande, misterio de misericordia. ¿Qué más podría hacer Jesús por nosotros? En la Eucaristía nos muestra un amor que llega hasta el extremo, un amor que no conoce medida».

Amado Jesús, nos comprometemos a participar más continuamente de la Eucaristía en estos momentos difíciles de la humanidad, aun virtualmente. Así mismo, hacemos el propósito de invitar a nuestros hermanos a vivir la experiencia Dios, comunicándoles el infinito amor que la Santísima Trinidad nos tiene a cada uno.

Glorifiquemos a la Santísima Trinidad con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús por tu Palabra de vida eterna.

Que el Espíritu Santo nos ilumine para que tu palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.