DOMINGO DE LA SEMANA XXXI DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

LECTIO DIVINA DEL DOMINGO DE LA SEMANA XXXI DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

«El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos». Mc 12,29-31.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Marcos 12,28b-34

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?» Respondió Jesús: «El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos». El escriba replicó: «Muy bien, Maestro; tienes razón cuando dices que Él es único y no hay otro fuera de Él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios». Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios.» Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Queremos amarte de manera única, sin límites, infinitamente, con todas nuestras fuerzas. Estar sólo ante tus ojos y sólo en tu presencia.  Queremos amar a nuestros hermanos y a todas las criaturas sólo en tu presencia, ante tus ojos, como tú quieras, cuando tú quieras, Señor…». (San Carlos de Foucauld).

El pasaje evangélico de hoy, denominado “Sobre el precepto más importante”, se encuentra también en Mt 22,34-40 y en Lc 10,25-28.

El fundamentalismo religioso de los fariseos y letrados había multiplicado los mandamientos en aproximadamente seiscientos treinta. Ante esta situación, uno de los letrados, sinceramente confundido, pregunta a Jesús por el mandamiento principal. Jesús, combinando Dt 6,5 y Lv 19,18, responde que no es uno, sino dos: el amor a Dios y el amor al prójimo. Parte de la respuesta de Jesús es la «Shemá», oración que seguramente, tanto el letrado como él mismo, recitaron aquella mañana: «El Señor, nuestro Dios, es uno solo. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas» (Dt 6,5).

El amor es inclusivo, no deja a nadie fuera; es puro, incondicional, solidario. Es el fundamento de nuestra existencia; es la fuerza que nos une al prójimo y nos une a la Santísima Trinidad, sentido fundamental de nuestras vidas. Jesús revela que la auténtica Ley es el amor.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«Ahora nos quedan tres cosas: la fe, la esperanza, el amor. Pero la más grande de todas es el amor» (1 Cor 13,13).

Todos los seres humanos poseemos la facultad natural de amar que Dios nos ha otorgado. Y el despliegue maravilloso del amor de Dios nos conduce al agradecimiento y alabanza a Él, a postrarnos frente al Santísimo Sacramento, Bondad suprema, por nuestras vidas, nuestras familias, nuestro planeta, por todos los dones que recibimos de Él. A la vez, nos cuestiona sobre nuestra manera de amar a Dios y al prójimo.

En la humanidad hay muchos hermanos que han ido transitando de una fe superficial a un ateísmo frívolo, creyendo que vivir sin Dios es progresar; pero, sin amor no hay progreso. Otros hermanos buscan un Dios a su medida y promueven ideologías inspiradas en la oscuridad. «El amor no es amado», diría San Francisco de Asís.

Ante este panorama, prediquemos el amor con nuestras vidas, amando a Dios y al prójimo. Tengamos presente que estos amores son inseparables, distinguen a todo cristiano, sobre todo, al verdadero discípulo del Señor.

Reflexionando el pasaje evangélico, intentemos responder: ¿Qué espacio ocupa Dios en nuestro corazón, en nuestra alma, en nuestra mente, en nuestro ser? Que las respuestas a esta pregunta permitan acercarnos al abrazo gratuito e incondicional de Nuestro Señor Jesucristo, el mismísimo amor.

¡Jesús nos ama!

  1. Oración

Padre eterno, Dios de poder y misericordia, de quien procede el que tus fieles te sirvan digna y meritoriamente, concédenos avanzar sin obstáculos hacia los bienes que nos prometes.

Espíritu Santo derrama tu santa luz para que la humanidad acoja las revelaciones de amor de Nuestro Señor Jesucristo con el convencimiento de que el amor de Dios todo lo puede. Concédenos la gracia de reconocer en el prójimo más necesitado a Nuestro Señor Jesucristo y cumplir el mandamiento del amor con generosidad y misericordia.

Amado Jesús, gracias por recordarnos que tu amor es misericordioso, bondadoso y que consiste en atender al hermano necesitado, tal como tú lo hiciste durante tu vida y especialmente en la cruz.

Amado Jesús, imploramos tu misericordia para que todas las almas del purgatorio hereden la vida eterna.

Madre Santísima, Reina universal, intercede por nuestras peticiones ante la Santísima Trinidad. Amén.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de San Francisco de Asís:

«Amemos todos con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con toda la fuerza y fortaleza, con todo el entendimiento, con todas las energías, con todo el empeño, con todo el afecto, con todas las entrañas, con todos los deseos y voluntades, al Señor Dios, que nos dio y nos da a todos nosotros todo el cuerpo, toda el alma y toda la vida; que nos creó, redimió y por su sola misericordia nos salvará; que nos ha hecho y nos hace bien a todos nosotros…

Ninguna otra cosa, pues, deseemos, ninguna otra queramos, ninguna otra nos agrade y deleite, sino nuestro Creador y Redentor y Salvador, único Dios verdadero, que es pleno bien, todo bien, verdadero y sumo bien; que el solo es bueno, piadoso, manso, suave y dulce; que el solo es santo, justo, veraz, santo y recto. El solo que es benigno, inocente, puro; de quien y por quien y en quien está todo el perdón, toda la gracia, toda la gloria de todos los penitentes y justos, de todos los bienaventurados que gozan juntos en los cielos.

Nada, pues, impida, nada separe, nada se interponga; nosotros todos, en todo lugar, a toda hora y en todo tiempo, diariamente y continuamente, creamos verdadera y humildemente y tengamos en el corazón y amemos, honremos, adoremos, sirvamos, alabemos y bendigamos, glorifiquemos y sobrexaltemos, magnifiquemos y demos gracias al altísimo y sumo Dios eterno, Trinidad y unidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo, creador de todas las cosas y salvador de todos los que creen en él y esperan y lo aman; que sin principio y sin fin, es inmutable, invisible, inenarrable, inefable, incomprensible, inescrutable, bendito, laudable, glorioso, sublime, excelso, dulce, amable, deleitable y sobre todas las cosas deseable por los siglos. Amén».

Señor, confiados en tu paciencia y misericordia, deseamos asumir el compromiso de contrastar nuestras vidas con tus mandamientos de amor. Deseamos, Señor, alabarte toda nuestra existencia.

Glorifiquemos a la Santísima Trinidad con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.