DOMINGO DE LA SEMANA IV DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

LECTIO DIVINA DEL DOMINGO DE LA SEMANA IV DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

«Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra». Lc 4,24.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 4,21-30

En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga: «Hoy se cumple este pasaje de la Escritura que acaban de oír». Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: «¿No es este el hijo de José?». Y Jesús les dijo: «Sin duda me recitarán aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún». Y añadió: «Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Les garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando no hubo lluvia del cielo tres años y seis meses, y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio». Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo sacaron fuera del pueblo y lo llevaron a un barranco del monte sobre el que estaba edificada la ciudad con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Así será la palabra de mi boca: no retornará a mí vacía, pues realizará lo que me he propuesto y será eficaz en lo que le mande» (Isaías 55,11).

En el pasaje evangélico de hoy, el Espíritu Santo y la Palabra son la chispa que enciende el fuego de la misión de Jesús. Así mismo, en esta primera escena del ministerio público de Jesús se observa que mucha gente lo rechaza a Él y a su palabra. Un rechazo que al inicio era simpatía y admiración pero que se convierte en hostilidad suscitada por la duda sobre su persona y también por las suspicacias sobre su poder.

Por ello, sus paisanos intentan eliminarlo, lo cual hace que Jesús señale claramente que, si ellos rechazan su propuesta y su misión, otros, que no son israelitas, estarán dispuestos a aceptarla; en este sentido, evoca a Elías y Eliseo que realizaron signos divinos entre paganos y lograron buenos frutos. Como se aprecia, Jesús se comporta como un profeta y correrá la suerte de los profetas.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

Iniciemos la meditación con un texto de Cyril John: «La palabra hebrea “profeta”, traducida literalmente, significa “portavoz”. “Yo les suscitaré, de en medio de sus hermanos, un profeta semejante a ti, pondré mis palabras en su boca, y él les dirá todo lo que yo le mande” (Dt 18,18). El profeta en realidad es un intermediario entre Dios y la persona, pueblo o nación. Por consiguiente, consideremos a un profeta el portavoz de Dios, aquel que habla a una persona, pueblo o nación…

Lo primero que hizo Abraham después de que Dios le habló, no fue “profetizar” sino interceder por el pueblo de Sodoma y Gomorra que se encontraba bajo el juicio divino de Dios (cf Gn 18,33). “…porque es un profeta; él rogará por ti para que vivas” (Gn 20,7). Esto demuestra el papel tan importante del profeta como intercesor por la gente, de acuerdo con el plan de Dios».

Hermanos, la lectura de hoy marca lo que fue la vida de Jesús a partir de aquella escena en la sinagoga: unos lo aclamaron; otros lo acusaron de ser enemigo de la Ley y de la religión, hasta condenarlo a muerte en la cruz; pero, al tercer día, con su gloriosa resurrección triunfó sobre la muerte y el mal.

El texto también perfila la vida de los profetas de todos los tiempos, de aquellos que son fieles a su misión y denuncian las injusticias a la luz de la Palabra, con el fin de sacudir las conciencias que han sido aletargadas por el bullicio del mundo.

Por ello, nosotros no podemos renunciar a ser profetas; como bautizados estamos llamados a ser profetas, testigos de Dios y del Reino de los cielos. Recordemos lo que nos dice San Pablo en Efesios 2,19-20, que la Iglesia está «edificada sobre la base de los apóstoles y los profetas». En este sentido, para comprender la vida, la misión, las palabras y los signos de Nuestro Señor Jesucristo debemos invocar siempre la acción del Espíritu Santo. Además, tengamos en cuenta también que nos espera el rechazo.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Padre eterno, Señor, Dios nuestro, reúnenos de entre los gentiles: daremos gracias a tu santo nombre, y alabarte será nuestra gloria.

Espíritu Santo, Espíritu de liberación, danos la fortaleza, el valor y la sabiduría para interceder proféticamente por nuestros hermanos y predicar la Palabra de Nuestro Señor Jesucristo a través de nuestras acciones cotidianas.

Amado Jesús, por tu infinita misericordia, concede a las benditas almas del purgatorio la dicha de sentarse contigo en el banquete celestial; y a las personas moribundas, concédeles el perdón y la paz interior, iluminándolas con la esperanza en la resurrección.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con una homilía de Orígenes:

«Cristo ha querido que el mundo entero lo siguiera y así conducir a Dios Padre a todos los habitantes de la tierra. Ha querido restablecer todas las cosas a un estado mejor y renovar, por decirlo de alguna manera, la faz de la tierra: Por eso, a pesar de ser el Señor del universo, “tomó la condición de esclavo” (Flp 2,7) y anunció la buena noticia a los pobres afirmando que él había sido enviado con este fin (Lc 4,18).

Los pobres o, mejor dicho, los que consideramos pobres, son los que se ven privados de todo bien, los que “en el mundo no tenían ni esperanza ni Dios” (Ef 2,12), como dice la Escritura. Nos parece que estos son los que, venidos del paganismo y enriquecidos con la fe de Cristo, se han beneficiado de este tesoro divino: la proclamación que trae la salvación. Por ella han hecho partícipes del Reino de los cielos y compañeros de los santos, herederos de las realidades inexpresables. Cristo promete la curación y el perdón de los pecados a los que tienen roto el corazón, y devuelve la vista a los ciegos. ¿Cómo no van a ser ciegos los que no reconocen a aquel que es el Dios verdadero? ¿No está su corazón privado de la luz divina y espiritual? A ellos precisamente el Padre les envía la luz del verdadero conocimiento de Dios. Llamados por la fe, lo han conocido; es más, han sido conocidos por Él. Habiendo sido hijos de la noche y de las tinieblas, se han convertido en hijos de la luz porque el día los ha iluminado, el Sol de justicia ha amanecido para ellos y la estrella de la mañana se les ha aparecido en todo su resplandor.

Cristo ha venido a anunciar la gracia de su venida precisamente a los hijos de Israel antes que a los otros, y proclamar el año de gracia del Señor y el día de la recompensa. El año de gracia es aquel en que Cristo ha sido crucificado por nosotros. Porque es entonces cuando nos hemos hecho agradables a Dios Padre. Y por Él damos fruto tal como Él nos enseñó: “Os aseguro que, si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, pero si muere da mucho fruto”. Y dice más todavía: “Cuando sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Realmente, Él volvió a la vida al tercer día después de haber triturado con sus pies el poder a muerte. Después dijo a sus santos discípulos: “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos a todos los pueblos”».

Hermanos: hagamos el firme propósito contribuir a extender el Reino de los cielos a través de nuestras acciones y mediante la oración de intercesión profética, invocando siempre el auxilio del Espíritu Santo.

Glorifiquemos a la Santísima Trinidad con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.