DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR – CICLO C

LECTIO DIVINA DEL DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR – CICLO C

«Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya» Lc 22,42.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 22,14-23,56

+: Sacerdote, C: cronista, S: otros personajes

  1. Llegada la hora, se sentó Jesús con sus discípulos y les dijo:

+. «He deseado ardientemente comer esta comida pascual con ustedes, antes de padecer, porque les digo que ya no volveré a comer hasta que se cumpla en el Reino de Dios».

  1. Y tomando una copa, pronunció la acción de gracias y dijo:

+. «Tomen esto, repártanlo entre ustedes, porque les digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid, hasta que venga el Reino de Dios».

  1. Y, tomando pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio diciendo:

+. «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes, hagan esto en conmemoración mía».

  1. Después de cenar, hizo lo mismo con la copa, diciendo:

+. «Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi Sangre, que se derrama por ustedes. Pero miren, la mano del traidor está la mesa, junto a mí. Porque el Hijo del hombre va según lo establecido; pero ¡ay de aquel que lo va a entregar!».

  1. Entonces empezaron a preguntarse unos a otros quién de ellos podía ser el que lo iba a traicionar.
  2. Los discípulos se pusieron a discutir sobre quién debería ser considerado como el más importante. Jesús les dijo:

+. «Los reyes de las naciones las dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el más importante que se comporte como el menor; y el que gobierna, como un servidor. Porque, ¿quién es más importante, el que está sentado a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que el que está a la mesa? Pues, yo estoy en medio de ustedes como el que sirve. Ustedes son los que han perseverado conmigo en mis pruebas, y yo les transmito el reino como me lo transmitió mi Padre a mí: comerán y beberán a mi mesa en mi reino, y se sentarán en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel».

  1. Y añadió:

+. «Simón, Simón, mira que Satanás los ha pedido a ustedes para zarandearlos como trigo. Pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, después que hayas vuelto, confirma a tus hermanos».

  1. Él le contestó:
  2. «Señor, contigo estoy dispuesto a ir incluso a la cárcel y a la muerte».
  3. Jesús le replicó:

+. «Yo te aseguro, Pedro, que hoy, antes que cante el gallo, habrás negado tres veces que me conoces».

  1. Y dijo a todos:

+. «Cuando los envié sin bolsa, ni alforja, ni sandalias, ¿les faltó algo?».

  1. Contestaron:
  2. «Nada».
  3. El añadió:

+. «Pero ahora el que tenga una bolsa, que la coja, y lo mismo la alforja; y el que no tiene espada, que venda su manto y compre una. Porque les aseguro que tiene que cumplirse en mí lo que está escrito: “Fue contado entre los malhechores”. Lo que se refiere a mí a su fin ».

  1. Ellos dijeron:
  2. «Señor, aquí hay dos espadas».
  3. Él les contestó:

+. «Basta».

  1. Y salió Jesús, como de costumbre, al monte de los Olivos, y lo siguieron sus discípulos. Al llegar a ese sitio, les dijo:

+. «Oren, para no caer en la tentación».

  1. Después se alejó de ellos, más o menos a la distancia de un tiro de piedra y, puesto de rodillas, oraba diciendo:

+. «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya».

  1. Y se le apareció un ángel del cielo, que lo reconfortaba. En medio de su angustia, oraba con más insistencia. Y su sudor era como gotas de sangre que caían hasta el suelo. Después de orar se levantó, y fue hacia sus discípulos: los encontró dormidos por la tristeza. Jesús les dijo:

+. «¿Por qué duermen? Levántense y oren, para no caer en la tentación».

  1. Todavía estaba hablando, cuando llegó una multitud encabezada por Judas, uno de los Doce. Este se acercó a Jesús para besarlo. Jesús le dijo:

+. «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?».

  1. Al darse cuenta de lo que iba a suceder, los que estaban con él dijeron:
  2. «Señor, ¿sacamos la espada?».
  3. Y uno de ellos hirió al criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Jesús intervino, diciendo:

+. «Déjenlo, basta ya».

  1. Y, tocándole la oreja, lo curó. Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los jefes de la guardia del templo, y a los ancianos que habían venido contra él:

+. «¿Han salido con espadas y palos, como si yo fuera un ladrón? A diario estaba en el templo con ustedes, y no trataron de arrestarme. Pero esta es la hora de ustedes y el poder de las tinieblas».

  1. Después de arrestarlo, lo condujeron a la casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía de lejos. Ellos encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor, y Pedro se sentó entre ellos. Una criada que lo vio sentado junto al fuego lo miró fijamente y dijo:
  2. «También este estaba con él».
  3. Pero él lo negó, diciendo:
  4. «No lo conozco, mujer».
  5. Poco después lo vio otro y le dijo:
  6. «Tú también eres uno de ellos».
  7. Pedro replicó:
  8. «Hombre, no lo soy».
  9. Como una hora después, otro insistía:
  10. «Sin duda, este estaba con él, pues también es galileo».
  11. Pedro contestó:
  12. «Hombre, no sé de qué me hablas».
  13. Y en aquel mismo momento, cuando aún estaba hablando, cantó un gallo. El Señor se volvió y miró a Pedro. Recordó Pedro las palabras que le había dicho el Señor: «Hoy, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces». Y, saliendo afuera, lloró amargamente.
  14. Los hombres que tenían preso a Jesús se burlaban de él, dándole golpes. Y, tapándole la cara, le preguntaban:
  15. «Adivina: ¿quién te ha pegado?».
  16. Y proferían contra él toda clase de insultos. Cuando se hizo de día, se reunió el consejo de los ancianos con los sumos sacerdotes y los escribas, y, haciéndole comparecer ante el sanedrín, le dijeron:
  17. «Dinos si tú eres el Mesías».
  18. Él les contestó:

+. «Si se lo digo, no lo van a creer; y si les pregunto, no me van a responder».

  1. Dijeron todos:
  2. «Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?».
  3. Él les contestó:

+. «Ustedes lo dicen, yo lo soy».

  1. Ellos dijeron:
  2. «¿Qué necesidad tenemos ya de testimonios? Nosotros mismos lo hemos oído de su propia boca».
  3. Se levantó toda la asamblea, y llevaron a Jesús a presencia de Pilato. Y se pusieron a acusarlo, diciendo:
  4. «Hemos comprobado que este hombre anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que él es el Mesías rey».
  5. Pilato preguntó a Jesús:
  6. «¿Eres tú el rey de los judíos?».
  7. Él le contestó:

+. «Tú lo dices».

  1. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente:
  2. «No encuentro ninguna culpa en este hombre».
  3. Ellos insistían con más fuerza, diciendo:
  4. «Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí».
  5. Pilato, al oírlo, preguntó si era galileo; y, al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes, se lo envió. Herodes estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días. Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento; pues hacía bastante tiempo que quería verlo, porque oía hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro. Le hizo un interrogatorio bastante largo; pero él no le respondió nada. Estaban allí los sumos sacerdotes y le escribas acusándolo con insistencia. Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se burló de él; y, poniéndole una vestidura blanca se lo envió de nuevo a Pilato. Aquel mismo día, Herodes y Pilato se hicieron amigos, pues antes estaban enemistados. Pilato, convocando a los sumos sacerdotes, a las autoridades y pueblo, les dijo:
  6. «Me han traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; resulta que yo lo he interrogado delante de ustedes, y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas que le imputan; ni tampoco Herodes, ya que él lo ha devuelto a este tribunal. Nada ha hecho, pues, que merezca la muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».
  7. Por la fiesta tenía que soltarles a un preso. Toda la muchedumbre se puso a gritar a una:
  8. «¡Fuera ese! Suéltanos a Barrabás».
  9. A este lo habían metido en la cárcel por una revuelta que tuvo lugar en la ciudad y por un homicidio. Pilato volvió a dirigirles la palabra con intención de soltar a Jesús. Pero ellos seguían gritando:
  10. «¡Crucifícalo, crucifícalo!».
  11. Él les dijo por tercera vez:
  12. «Pues, ¿qué mal ha hecho este hombre? No he encontrado en él ningún delito que merezca la muerte. Así es que le daré un escarmiento y lo soltaré».
  13. Pero ellos insistían a gritos que lo crucificara; e iba creciendo el griterío. Pilato decidió que se cumpliera su petición: soltó al que ellos pedían (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús lo entregó al arbitrio de ellos. Mientras lo conducían, echaron mano de un tal Simón de Cirene, que volvía del campo, y le obligaron a cargar la cruz, para que la llevase detrás de Jesús. Lo seguía mucha gente del pueblo, y mujeres que se dolían y lamentaban por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:

+. «Hijas de Jerusalén, no lloren por mí, lloren más bien por ustedes y por sus hijos, porque miren que llegará el día en que dirán: «Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no amamantaron». Entonces empezarán a decirles a los montes: «Desplómense sobre nosotros», y a las colinas: «Sepúltennos»; porque, si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?».

  1. Conducían también a otros dos malhechores para ser ejecutados con él. Y, cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía:

+. «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».

  1. Y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte. El pueblo estaba mirando. Las autoridades le hacían muecas, diciendo:
  2. «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido».
  3. Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo:
  4. «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
  5. Había encima de él una inscripción: «Este es el rey de los judíos». Uno de los malhechores crucificado lo insultaba, diciendo:
  6. «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
  7. Pero el otro le increpaba:
  8. «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Nosotros la sufrimos justamente, porque recibimos el pago de que hicimos; en cambio, él no ha hecho nada malo».
  9. Y decía:
  10. «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
  11. Jesús le respondió:

+. «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso».

  1. Era ya cerca del mediodía, el sol se oscureció y las tinieblas cubrieron toda la tierra hasta las tres de la tarde. El velo del templo se rasgó por el medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo:

+. «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu».

  1. Y, dicho esto, expiró.

Todos se arrodillan, y se hace una pausa.

  1. El centurión, al ver lo que pasaba, daba gloria a Dios, diciendo:
  2. «Verdaderamente, este hombre era justo».
  3. Toda la muchedumbre que había acudido para contemplar este espectáculo, al ver lo que había pasado, regresaba dándose golpes de pecho. Todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea se mantenían a distancia contemplando lo sucedido.

Un hombre llamado José, que era senador, hombre bueno y honrado que no había votado a favor de la decisión y del crimen de ellos, que era natural de Arimatea, pueblo de Judea, y que aguardaba el reino de Dios, acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y bajándolo, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde no habían puesto a nadie todavía.

Era el día de la Preparación y ya comenzaba el sábado. Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea fueron detrás para observar el sepulcro y cómo habían colocado el cadáver. Luego regresaron y prepararon aromas y ungüentos. Y el sábado guardaron descanso según el precepto.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«No hace caso a lo que le hiere, no da importancia al sufrimiento, no siente los insultos, sino que más bien compadece a quienes le hacen padecer, cura al que le hiere, da la vida a quien le mata. ¡Con qué dulzura de ánimo, con qué impulso del espíritu y con qué plenitud de caridad! exclama: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”» (Elredo de Rieval).

Hoy se inicia la semana central del año litúrgico. Es un día paradójico, de contrastes, ya que la liturgia del Domingo de Ramos une la entrada de Jesús en Jerusalén entre los gritos de «hosanna» de la gente, y la lectura de la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo. La gente lo aclama como rey, mientras tanto él cabalga sobre un asno, sin ignorar las fuerzas del mal que lo rodean. Pero, su realeza no puede ser identificada con ningún poder de este mundo. En efecto, su trono, en el cual está escrito el título de rey, será la cruz.

Las reacciones y hechos ocurridos fueron muy diversos. Por un lado, las autoridades religiosas quieren matar a Jesús; mientras tanto, Él celebra la Pascua con sus discípulos. Así mismo, se identifica al Huerto de los Olivos con los sudores de sangre de Jesús, la densa oscuridad que envolvió a Judas con su traición y la triple negación de Pedro, la condena del Sanedrín, Herodes y Pilatos; el camino al calvario y la agonía, la salvación del “buen ladrón”. Finalmente, la muerte de Nuestro Señor Jesucristo sellada con la una oración al cielo llena de confianza: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu».

Después de la crucifixión, el centurión que estaba frente a Jesús dice: «verdaderamente este hombre era justo». Esta expresión valiente es un gran ejemplo para nosotros. Ese hombre que tal vez no conocía a Jesús exclama desde lo más profundo de su corazón, una declaración potente y auténtica. Podemos decir que ese centurión se convierte en discípulo de Jesús, ya que nos convertimos en discípulos, no solo cuando empezamos a seguir a Jesús, sino cuando reconocemos a Jesús como Hijo de Dios.

Con la muerte de Nuestro Señor Jesucristo queda definitivamente revelado quién es Dios y qué siente por la humanidad. No olvidemos que, al lado de la cruz, se encontraba Nuestra Santísima Madre que nos enseña a ser constantes. Por ello, contemplando la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo junto a Ella, nos encontraremos en un lugar privilegiado.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

Hoy se inicia la Semana Santa en medio de la crisis global del coronavirus y de la guerra de Rusia con Ucrania y tantas otras situaciones difíciles que representan una oportunidad para reconocer, con humildad, que, sin Dios, somos la nada absoluta. Vivamos estos momentos con fe creciente. Pidamos al cielo la paz, la fortaleza y la salud para la humanidad. Alabemos a Dios en medio de las pruebas; hagamos de nuestros corazones, templos vivientes de Nuestro Señor.

Recordemos que la historia de cada uno de nosotros es la historia del llamado continuo de Dios a cada corazón, porque cada persona es predilecta de Nuestro Señor Jesucristo. Él llamó continuamente a Jerusalén, pero la ciudad le cerró las puertas. Sin embargo, el Señor respeta el misterio profundo de la libertad humana que tiene también la posibilidad trágica de rechazar la gracia divina.

Aun así, cuando fallamos, Nuestro Señor Jesucristo nos mira con los mismos ojos misericordiosos con los que miró a Pedro después de la triple negación. Ojalá que también nosotros podamos decirle: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo».

Hermanos, que cada día de nuestra vida reconozcamos a Nuestro Señor Jesucristo como Hijo de Dios delante de otras personas, con nuestras palabras y acciones, sin importar las consecuencias.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Dios todopoderoso y eterno, que hiciste que Nuestro Salvador se encarnase y soportara la cruz para que imitemos su ejemplo de humildad, concédenos, propicio, aprender las enseñanzas de la pasión y participar de la resurrección gloriosa.

Amado Jesús: que tu pasión nos estimule siempre a vivir renunciando al pecado, para que, libres de toda esclavitud, podamos celebrar santamente tu resurrección.

Amado Jesús: te pedimos que entres triunfante en nuestras vidas, nos renueves con tu amor y nos fortalezcas con tu Santo Espíritu, purificando nuestro seguimiento.

Amado Jesús, tú que eres el autor de la vida eterna, acuérdate de los difuntos y dales parte en tu gloriosa resurrección. Otorga también la protección a los agonizantes para que lleguen a tu reino.

Madre Santísima, Madre de misericordia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo en la cruz con un texto San Alfonso María de Ligorio:

«El cielo se oscurece, se estremece la tierra, se parten los peñascos, se abren los sepulcros; señales de que perece el Creador del mundo. He aquí que Jesús, después de haber encomendado su benditísima alma al Padre, exhala desde su afligido corazón un profundo suspiro, baja la cabeza renovando en aquel momento el sacrificio de su vida por nuestra salvación, y consumido por la violencia de los dolores, entrega su espíritu.

Acércate, alma mía, a la Cruz, besa los pies de tu Señor y considera que ha muerto por el grande amor que te ha tenido.

¡Ah, Jesús mío, adonde os ha conducido vuestra caridad! Hacedme comprender bien cuán admirable es que un Dios muera por mí para que de hoy en adelante no ame sino solo a vos. Sí, os amo ¡oh sumo Bien! verdadero amante de mi alma: en vuestras manos la encomiendo y os pido por los méritos de vuestra muerte, que destruyendo en mí los afectos terrenos, me hagáis vivir únicamente para Vos, que solo merecéis todo mi amor. María, esperanza mía, rogad a Jesús por mí».

Queridos hermanos: en esta Semana Santa, destinemos tiempo para pedir al cielo el perdón divino y, el viernes, que en nosotros muera todo pecado, para que el domingo renazcamos en el Señor con la alegría y el júbilo de la salvación que Él nos trae. Hagamos también el propósito de meditar, durante esta Semana Santa, la Pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Identifiquemos de manera especial todas las actitudes positivas de todos los personajes de la lectura y proclamemos a Jesús como el rey de nuestras vidas.

Glorifiquemos a la Santísima Trinidad con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.