MARTES XXXI DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

LECTIO DIVINA DEL MARTES XXXI DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

«Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios» Mt 5,8-9.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según San Mateo 5,1-12a

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles: «Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos ustedes cuando los insulten, los persigan y los calumnien de cualquier modo por mi causa. Estén alegres y contentos porque su recompensa será grande en el cielo».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

———–

«En los santos vemos la victoria del amor sobre el egoísmo y sobre la muerte: vemos que seguir a Cristo lleva a la vida, a la vida eterna, y da sentido al presente, a cada instante que pasa, pues lo llena de amor, de esperanza. Sólo la fe en la vida eterna nos hace amar verdaderamente la historia y el presente, pero sin apegos, en la libertad del peregrino que ama la tierra porque tiene el corazón en el cielo» (Papa emérito Benedicto XVI).

Hoy, la Iglesia Universal, llena de gozo, celebra la Solemnidad de Todos los Santos. Desde el siglo IV, en Siria, se festejaba a todos los mártires. En el año 615, Bonifacio IV transformó un templo greco-romano en un templo cristiano dedicado a la Virgen María y a todos los santos. La fiesta de todos los santos se celebraba inicialmente el 13 de mayo, pero en el año 741, el papa Gregorio III la cambió al 1° de noviembre.

En esta solemnidad, la liturgia elige sabiamente el evangelio de las bienaventuranzas en el inicio del Sermón de la montaña. Las bienaventuranzas son el himno de la soberana excelencia del Reino de Dios, que se dirige al corazón del ser humano de todos los tiempos.

Las bienaventuranzas constituyen la proclamación universal de la felicidad divina que cada ser humano puede hacerla suya. Las bienaventuranzas son un camino de sabiduría, de inmensa esperanza y perfilan el trazo más bello del rostro de Jesús; representan una hermosa e inagotable oferta de misericordia divina para la humanidad, porque nos proponen e invitan a una constante superación santificadora.

Es necesario que cada cristiano difunda el perfume de las bienaventuranzas, un perfume de paz, de dulzura, de alegría y de humildad. Porque ellas son, definitivamente, la vida de todos los santos, llena de plenitud y felicidad.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

Las bienaventuranzas, proclamadas por el Santo de los santos, nos ayudan provocativamente, también, a desenmascarar nuestro yo, a trastornar la sociedad presente y futura, porque sitúan la felicidad divina donde, tal vez, nunca la buscaríamos y donde pareciera que nunca podríamos hallarla. Su comprensión modifica toda nuestra existencia. En este sentido, meditemos con San Agustín:

«¿Qué es seguir sino imitar? La prueba es que Cristo ha sufrido por nosotros “dejándonos un ejemplo” como dice el Apóstol Pablo, para que sigamos sus huellas.

Bienaventurados los pobres de espíritu. “Imitad al que por vosotros se ha hecho pobre por haceros ricos”. Bienaventurados los mansos. Imitad al que ha dicho: “Aprended de mi porque soy manso y humilde de corazón”. Bienaventurados los que lloran. Imitad al que llora por Jerusalén. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia. Imitad al que ha dicho: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió”. Bienaventurados los misericordiosos. Imitad al que socorre a aquel al que los bandidos han herido en el camino, dejándolo medio muerto y desesperado. Bienaventurados los puros de corazón. Imitad al que no cometió pecado, ni se encontró mentira en su boca. Bienaventurados los pacíficos. Imitad al que ha dicho a favor de sus perseguidores: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Bienaventurados los que sufren persecución por la justicia. Imitad al que ha sufrido por vosotros dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas.

Te veo, buen Jesús, con los ojos de la fe que tú has abierto en mí, te veo gritando y diciendo: “venid a mí y aprended de mi escuela”».

Hermanos: meditando la lectura de hoy, respondamos: ¿Seguimos la senda de salvación que representan las bienaventuranzas? ¿Nos dejamos interrogar por las bienaventuranzas? ¿Cuáles son los santos de nuestra predilección, seguimos sus ejemplos luminosos? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a caminar en el camino de la Verdad, a seguir el ejemplo de los santos y a emprender una auténtica revolución interior basada en el Sermón de la Montaña.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Padre eterno, fuente y origen de toda santidad, que nos has otorgado venerar en una misma celebración los méritos de todos los santos, concédenos por esta multitud de intercesores, la deseada abundancia de tu misericordia.

Espíritu Santo, que la fuerza transformadora de las bienaventuranzas conquiste el corazón de la humanidad mediante tu divino soplo.

Santísima Trinidad, haz que los sacerdotes y consagrados sean fieles a la misión de llevar la Palabra y tu misericordia a todo el mundo y se santifiquen en su ministerio.

Padre eterno, concede a todos los difuntos, de todo tiempo y lugar, gozar siempre de la compañía de Nuestra Santísima Madre María, de San José y de todos los santos donde las almas tienen la misma sonoridad y limpieza.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Dios con un texto del papa emérito Benedicto XVI:

«En esta solemnidad de Todos los Santos, nuestro corazón, superando los confines del tiempo y del espacio, se ensancha con las dimensiones del cielo. En los inicios del cristianismo, a los miembros de la Iglesia también se les solía llamar “los santos”. Por ejemplo, san Pablo, en la primera carta a los Corintios, se dirige “a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con cuantos en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor nuestro” (1 Co 1,2).

En efecto, el cristiano ya es santo, pues el bautismo lo une a Jesús y a su misterio pascual, pero al mismo tiempo debe llegar a serlo, conformándose a él cada vez más íntimamente. A veces se piensa que la santidad es un privilegio reservado a unos pocos elegidos. En realidad, llegar a ser santo es la tarea de todo cristiano, más aún, podríamos decir, de todo hombre.

El apóstol san Pablo escribe que Dios desde siempre nos ha bendecido y nos ha elegido en Cristo “para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor” (Ef 1,4). Por tanto, todos los seres humanos están llamados a la santidad que, en última instancia, consiste en vivir como hijos de Dios, en la “semejanza” a él según la cual han sido creados.

Todos los seres humanos son hijos de Dios, y todos deben llegar a ser lo que son, a través del camino exigente de la libertad. Dios invita a todos a formar parte de su pueblo santo. El “camino” es Cristo, el Hijo, el Santo de Dios: nadie puede llegar al Padre sino por él (cf. Jn 14,6).

La Iglesia ha establecido sabiamente que a la fiesta de Todos los Santos suceda inmediatamente la conmemoración de Todos los Fieles Difuntos. A nuestra oración de alabanza a Dios y de veneración a los espíritus bienaventurados, que nos presenta hoy la liturgia como “una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas” (Ap 7,9), se une la oración de sufragio por quienes nos han precedido en el paso de este mundo a la vida eterna. Mañana les dedicaremos a ellos de manera especial nuestra oración y por ellos celebraremos el sacrificio eucarístico. En verdad, cada día la Iglesia nos invita a rezar por ellos, ofreciendo también los sufrimientos y los esfuerzos diarios para que, completamente purificados, sean admitidos a gozar para siempre de la luz y la paz del Señor.

En el centro de la asamblea de los santos resplandece la Virgen María, “la más humilde y excelsa de las criaturas” (Dante, Paraíso, XXXIII,2). Al darle la mano, nos sentimos animados a caminar con mayor impulso por el camino de la santidad. A ella le encomendamos hoy nuestro compromiso diario y le pedimos también por nuestros queridos difuntos, con la profunda esperanza de volvernos a encontrar un día todos juntos en la comunión gloriosa de los santos».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.