MIÉRCOLES IX DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL MIÉRCOLES IX DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

«No es un Dios de muertos, sino de vivos». Mc 12,27.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Marcos 12,18-27

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, los cuales dicen que no hay resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano”. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos; el segundo se casó con la viuda y murió también sin hijos; lo mismo el tercero; y ninguno de los siete dejó hijos. Por último, murió también la mujer. A causa de la resurrección, cuando resuciten, ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete han estado casados con ella». Jesús les respondió: «Están equivocados, porque no entienden la Escritura ni la potencia de Dios. Pues cuando resuciten de entre los muertos, ni los hombres se casarán, ni las mujeres serán dadas en matrimonio; serán como ángeles que están en los cielos. Y a propósito de que los muertos resucitan, ¿no han leído en el libro de Moisés, en el episodio de la zarza, lo que le dijo Dios: “Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”? No es un Dios de muertos, sino de vivos. Ustedes están muy equivocados».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Esa existencia definitiva, hacia la que somos invitados a pasar en el momento de la muerte, tiene unas leyes muy particulares, distintas de las de este modo de vivir que tenemos ahora. Porque estaremos en una vida que no tendrá ya miedo a la muerte y no necesitará de la dinámica de la procreación para asegurar la continuidad de la raza humana. Es ya la vida definitiva. Jesús nos ha asegurado, a los que participamos de su Eucaristía: “El que me come, tendrá vida eterna, yo le resucitaré el último día”. La Eucaristía, que es ya comunión con Cristo, es la garantía y el anticipo de esa vida nueva a la que él ya ha entrado, al igual que su Madre, María, y los bienaventurados que gozan de él. La muerte no es nuestro destino. Estamos invitados a la plenitud de la vida» (José Aldazabal).

El pasaje evangélico de hoy, denominado “Jesús predica sobre la resurrección”, se encuentra también en Mateo 22,23-33 y en Lucas 20,27-40.

Ayer meditamos cómo los fariseos y herodianos querían hacer caer a Jesús con la pregunta sobre si debían o no pagar los tributos. Hoy le toca el turno a los saduceos, quienes solo reconocían los cinco primeros libros de la Biblia y ahora intentan ridiculizar la creencia en la resurrección de los muertos proponiendo un caso paradójico, que linda con lo absurdo. Pero, Jesús les advierte de su error al interpretar las Escrituras, pues se guían más por sus propios intereses que por los de Dios. Jesús interpreta la resurrección, no como una continuación de la vida mortal, que era la tesis farisea, sino como un estado de vida angelical en plenitud con Dios.

La controversia termina con una catequesis sobre el gran valor del matrimonio y una profesión de fe sobre la vida, que evoca al Éxodo 3,6-15 y prefigura el triunfo de Jesús sobre la muerte. Optar por el Dios de la Vida y por la vida del pueblo es un imperativo cristiano.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

Siempre flota en el ambiente la pregunta: ¿qué hay después de la vida? Ante esta curiosidad, el mundo ensaya respuestas que buscan anclarnos a los sentidos y a los bienes terrenales. Pero Nuestro Señor Jesucristo es la Vida; las promesas que Él cumplió son la garantía más firme para que se haga realidad la promesa de la vida eterna.

Cromacio de Aquileya afirma: «Nuestro Dios “no es un Dios de muertos sino de vivos”. En efecto, para Él viven Abrahán, Isaac y Jacob. Conforme al cuerpo ya estaban muertos, pero se les llama vivos, porque, en virtud del mérito de su fe y justicia, vivían para Dios». Por ello, si nosotros vivimos fieles a las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo, estaremos vivos después de la muerte.

Hermanos, cada vez que rezamos el Credo decimos: “creo en la resurrección de los muertos y la vida eterna” ¿Cómo ponemos de manifiesto esta creencia en nuestra vida? ¿Agradecemos diariamente a Dios por el don de la vida? Que las respuestas a estas preguntas nos permitan ser agradecidos por el don de la vida y hacer de ella una existencia hermosa para nosotros y los demás.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Gracias Señor por el don de la vida, gracias infinitas por tu bondad y misericordia. Enséñanos, Señor a saborear la aventura de vivir a tu lado, no permitas que jamás nos separemos de ti.

Amado Jesús, autor de la Vida, que eres la Vida misma, otorga el beneficio de la vida eterna a todos los difuntos de todo tiempo y lugar. Muestra Señor tu amor y misericordia con ellos y para con la humanidad.

Madre Santísima: intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de Bruno Maggioni:

«La reflexión griega busca la razón de la inmortalidad en el hombre mismo: en el hombre hay un elemento espiritual, incorruptible, capaz, por su propia naturaleza, de sobrevivir al cuerpo corruptible. Esto constituye una segunda diferencia respecto al pensamiento, que prefiere, como hemos visto, buscar la razón de la vida en la fidelidad de Dios.

Frente a esta mentalidad pagana, que corría el peligro de traicionar en lo más profundo la enseñanza de Jesús y la esperanza que él nos había traído, el evangelista se preocupa, ante todo, de apartar un posible equívoco. Explica que la “resurrección” no significa, de ninguna manera, una prolongación de la existencia actual. La resurrección no es la reanimación de un cadáver. Es un salto cualitativo. Por eso precisamente distingue con cuidado la vida futura de la presente. Los griegos tienen profundamente razón al mostrarse insatisfechos con esta existencia y con sus limitaciones; no tendría ningún sentido volver a esta vida y prolongarla.

Por tanto, hay que hablar de una nueva existencia. Pero en esta nueva existencia es todo el hombre el que entra, no solamente el espíritu. El evangelio habla de “resurrección”, no de inmortalidad. La comunidad cristiana pone la solidez de las palabras de Jesús por encima de la cultura de los griegos. No busca la razón de la resurrección en los elementos del hombre, sino que la hace remontar a la fe en el Dios vivo. La promesa de Dios nos asegura que toda la realidad de la persona entra en una vida nueva y que, precisamente porque entra en esa vida nueva, dicha realidad queda transformada. Esto es lo que intenta decirnos Marcos. Se trata de una esperanza que Jesús defendió contra las opiniones de los rabinos y de los saduceos (opiniones diversas entre sí, pero igualmente prisioneras de un concepto erróneo de la resurrección) y que Marcos, a su vez, se preocupa de recordar y defender. Es un dato que viene de la fe y que debe preceder a las culturas que el hombre elabora.

Nos gustaría terminar citando una sabia afirmación de H. Menoud: “Hoy, para evitar las equivocaciones y permanecer al mismo tiempo fieles a las enseñanzas del Nuevo Testamento, habría que hablar de la resurrección de la persona. De todas formas, tanto si se habla de la resurrección del cuerpo o de la resurrección de la persona, lo que importa subrayar es esto: la finalidad de la redención en Jesucristo no es la salvación de un elemento – por ejemplo, la parte «espiritual»- del ser humano, sino la salvación de la persona humana en su totalidad”».

Queridos hermanos, hagamos el compromiso de pensar diariamente en la bienaventurada vida que nos espera si somos fieles a las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo. Así mismo, incorporemos en nuestro corazón el gesto diario y espontáneo de agradecimiento a Dios por el don de la vida y la realización de obras de misericordia espirituales y corporales.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.