DOMINGO X DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL DOMINGO X DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

SOLEMNIDAD DEL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

«El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día». Jn 6,54.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan 6,51-58

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo». Los judíos se pusieron a discutir entre sí: «¿Cómo puede éste darnos de comer su carne?». Entonces Jesús les dijo: «Les aseguro que, si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no es como el maná que comieron sus padres y murieron; el que come de este pan vivirá para siempre».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Adorar el Cuerpo de Cristo quiere decir creer que allí, en ese pedazo de pan, se encuentra realmente Cristo, el cual da verdaderamente sentido a la vida, al inmenso universo y a la criatura más pequeña, a toda la historia humana y a la existencia más breve. La adoración es oración que prolonga la celebración y la comunión eucarística; en ella el alma sigue alimentándose:  se alimenta de amor, de verdad, de paz; se alimenta de esperanza, pues Aquel ante el cual nos postramos no nos juzga, no nos aplasta, sino que nos libera y nos transforma» (Benedicto XVI).

El día de hoy celebramos la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y la preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, el Corpus Christi, y lo hacemos meditando un fragmento del “Discurso Eucarístico de Jesús” ubicado en Juan 6,22-71.

En el pasaje evangélico de hoy Jesús acentúa el realismo de la Eucaristía. Gracias a este maravilloso sacramento, el creyente se une a Nuestro Señor Jesucristo porque la Santa Eucaristía es el alimento que nos sacia divinamente y para siempre. En ella, por acción del Espíritu Santo, el pan y el vino se convierten en el Santísimo Cuerpo y la preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Recordemos que la palabra Eucaristía, derivada del griego, significa «Acción de gracias».

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«¡Oh, sacramento de piedad! ¡Oh, sacramento de unidad! ¡Oh, vínculo de caridad!» (San Agustín).

Queridos hermanos: en la Santa Eucaristía, lo que vemos con nuestros ojos en el altar es el pan y el vino; sin embargo, por acción del Espíritu Santo, el pan es el cuerpo de Cristo y el vino es su preciosísima sangre. Esto es lo que se llama un sacramento.

Tal como lo decía San Agustín, un sacramento muestra una realidad, de la que, por obra de la fe, se deduce otra. En este caso, el cuerpo y sangre de Cristo es el fruto espiritual del amor de Dios del cual se alimenta la Iglesia. Por eso, cuando comulgamos, Jesús entra en nuestros cuerpos y en nuestros corazones. Él se convierte en nuestro invitado especial.

Así como cuando llegan invitados a nuestras casas y los recibimos en ambientes que hemos limpiado y preparado especialmente para la ocasión, y también les convidamos los mejores potajes. Así también recibamos a Jesús en nuestros corazones que hemos purificado con nuestro arrepentimiento y penitencia, y brindémosle nuestras mejores ofrendas, aquellas que nos inspira amorosamente el Espíritu Santo. No perdamos esta maravillosa ocasión se sentarnos con Jesús en este banquete celestial y de llevarlo en nuestros corazones.

Hermanos, meditando la lectura de hoy, conviene preguntarnos: ¿Alimentamos continuamente nuestra vida con el cuerpo de Cristo? ¿Somos conscientes de la maravilla que sucede en la Santa Eucaristía? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a formar parte del Cuerpo de Cristo, alimentándonos continuamente de la Santa Eucaristía y practicando obras de misericordia.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Oh, Dios, que en este sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu pasión, te pedimos nos concedas venerar de tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre, que experimentemos en nosotros el fruto de tu redención. Tú que vives y reinas con el Padre.

Padre eterno, concede a nuestros hermanos difuntos la gloria de la resurrección en el último día.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, Reina de los ángeles, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos el Santísimo cuerpo y preciosísima sangre de Nuestro Señor Jesucristo con la siguiente oración de Juan de Fécamp:

«Te ruego, Señor, por el mismo sacrosanto y vivificante misterio de tu cuerpo y de tu sangre, con el que cada día la Iglesia sacia nuestra hambre y nuestra sed, nos lava y nos santifica, nos hace partícipes de la única y suma divinidad, que nos concedas tus virtudes santas.

Oh dulcísimo pan, devuelve la salud al gusto de mi corazón para que sienta la suavidad de tu amor. Devuélvele la salud para que no sienta fuera de ti otra dulzura, para que no busque fuera de ti otro amor y no ame fuera de ti otra belleza, Señor bellísimo.

Pan purísimo que tiene en sí toda dulzura y todo sabor, que mi corazón se pueda alimentar de ti y que lo íntimo de mi alma se colme de tu dulce sabor.

Pan santo, pan vivo, pan espléndido y puro que has bajado del cielo y das la vida al mundo, ven a mi corazón y purifícame de toda corrupción de la carne y del espíritu.

Entra en mi alma, sáname y santifícame. Sé la defensa y la salvación continua de mi cuerpo y de mi alma, expulsa de mí a los enemigos que me asedian. Que sean expulsados lejos por la fuerza de tu presencia y que yo, protegido por fuera y por dentro, pueda llegar con tu ayuda por el camino recto a tu Reino: allí ya no te veremos en el misterio, como en este tiempo, sino cara a cara. Entonces encontrarán reposo los santos: y no ya en el sacramento, sino en el mismo cumplimiento de la salvación eterna, cuando tú entregues el Reino a Dios Padre y nosotros contemplemos a plena luz tu verdad inmutable. Y será una saciedad maravillosa, en la que ya no podré tener sed eternamente, oh, Salvador del mundo».

Hermanos: glorifiquemos a Nuestro Señor Jesucristo en su Santísimo cuerpo y preciosísima sangre, pidiéndole que aumente nuestra fe y nuestra devoción al sacramento de la Eucaristía. Así mismo, empleemos los dones que Dios nos ha otorgado para realizar obras de misericordia en favor de las personas con más necesidades espirituales y materiales. No dejemos nunca de pedir la maternal intercesión de Nuestra Santísima Madre.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.