LUNES XIII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL LUNES XIII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

SANTO TOMÁS, APÓSTOL

«¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto». Jn 20,29.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan 20,24-29

Tomás, uno de los doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos, y no meto la mano en su costado, no creo». A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos, y Tomás con ellos. Llegó Jesús estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «La paz a ustedes». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos, trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo sino creyente». Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!» Jesús le dijo: «¿Por qué me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

———–

«“Porque me has visto has creído. Bienaventurados los que crean sin haber visto” (Jn 20,29). Esta frase puede ponerse también en presente: “Bienaventurados los que no ven y creen”. En todo caso, Jesús enuncia aquí un principio fundamental para los cristianos que vendrán después de Tomás, es decir, para todos nosotros. Es interesante observar cómo otro Tomás, el gran teólogo medieval de Aquino, une esta bienaventuranza con otra referida por san Lucas que parece opuesta: “Bienaventurados los ojos que ven lo que veis” (Lc 10,23). Pero el Aquinate comenta: “Tiene mucho más mérito quien cree sin ver que quien cree viendo”» (Benedicto XVI).

Hoy celebramos la fiesta de Santo Tomás apóstol, apodado “el mellizo”, conmemorando el día de su martirio en el año 72, en la India, donde estaba proclamando el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo.

Santo Tomás es también recordado por su incredulidad, tal como lo detalla la lectura de hoy que narra la segunda aparición de Jesús a sus discípulos. Jesús, después de saludarlos con la expresión: «Pax Vobis» o «La paz a ustedes», se dirige al apóstol Tomás, pidiéndole con humildad y dulzura que aclare todas sus dudas respecto a su resurrección, metiendo su dedo en los agujeros de los clavos de sus manos y su mano en la herida de su costado.

Tomás lo hace y cree con toda su alma, y exclama: «¡Señor mío y Dios mío!», haciendo de esta manera, la primera confesión de la divinidad de Jesús después de resucitar, adorándolo y reconociéndolo como Señor y Dios.

Finalmente, este texto termina con una maravillosa “bienaventuranza” de Jesús: «Dichosos los que crean sin haber visto». Esta es nuestra bienaventuranza, porque es la situación en la que nos encontramos, porque creemos sin tocar, ni palpar.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

De la incredulidad al éxtasis de la confesión enamorada, es el itinerario de Tomás y de cualquiera de nosotros en la actualidad cuando damos paso a la espiritualidad, a lo invisible. El caso de Tomás ayuda a transmitir a toda la humanidad una prueba más de la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo y, fundamentalmente, contribuye al fortalecimiento de nuestra fe.

Por eso Jesús, con la “bienaventuranza” «Dichosos los que crean sin haber visto», nos invita a creer en Él, a fortalecer nuestra fe en las enseñanzas de su Palabra. Nuestro Señor Jesucristo manifiesta su presencia en todos y en cada uno de nosotros, especialmente, en aquellos hermanos que padecen situaciones difíciles en el campo espiritual, de salud, material, laboral o de otra índole.

Hermanos: el alma también tiene ojos. Pero sus ojos son los ojos del amor. Por eso, como dice San Juan: «El que ama conoce a Dios porque Dios es amor». En este sentido, Nuestro Señor Jesucristo también nos invita a tocar las llagas de sus manos en las manos de nuestros hermanos más necesitados. Meditando la lectura de hoy, respondamos: ¿Cómo contribuimos a que nuestros hermanos despejen sus dudas y crean con más fe en Nuestro Señor Jesucristo y en su Palabra? Que las respuestas a esta pregunta nos ayuden a cumplir nuestra misión en la vida y, por la gracia del Espíritu Santo, a aumentar nuestra fe en la Santísima Trinidad.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Dios todopoderoso, concédenos alegrarnos en la festividad del apóstol santo Tomás, para que nos ayudes siempre con su protección, y que los creyentes en Jesucristo, tu Hijo, a quien tu apóstol reconoció como su Señor, tengamos vida en su nombre.

Amado Jesús, que tuviste a bien mostrar tus llagas a Tomás llevándolo a exultar de gozo y proclamarte como su Dios, te suplicamos que aumentes nuestra fe para transmitir tu Palabra al mundo entero.

Espíritu Santo concede la gracia de conocer y amar más a la Santísima Trinidad, a todos quienes buscamos a Dios y a quienes se encuentran apartados de los preceptos cristianos. Concédenos los dones para ayudar a nuestros hermanos a encontrar a Jesús.

Amado Jesús, misericordia infinita, libera a las benditas almas del purgatorio, protege a los agonizantes y llévalos a tu Reino.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con una reflexión de San Cirilo de Alejandría:

«Los milagros extraordinarios acompañan casi siempre a la incredulidad, y los oyentes no admiten con facilidad lo que está por encima de la razón: despierta casi necesariamente en ellos una dificultad, casi un rechazo a creer. Algo de este género le sucedió al sapientísimo Tomás a propósito de la resurrección de nuestro Salvador. Por eso, no admite fácilmente el testimonio de los otros discípulos, aunque, según la ley mosaica, bastaba con la palabra de dos o tres testigos (Dt 17,6). En el discípulo, me parece, no pesó tanto el no dar crédito a las palabras como la gran amargura que sintió por no haber visto también él al Señor. Tal vez pensó que había sido privado para siempre de la misma.

Se apareció entonces de nuevo el Señor: era menester dar un remedio a quien lo necesitaba y había manifestado una fe más débil. Viene y, en cierto modo, está con los discípulos que se habían reunido por él, precisamente ocho días después, es decir, el domingo. Así pues, nosotros, con mucha razón, nos reunimos en las iglesias el octavo día. Y puesto que debemos decir algo que es más bien místico y supera la capacidad de la inteligencia, cerramos las puertas, pero sobreviene y se aparece a todos nosotros Cristo de manera invisible y, al mismo tiempo, visible: de modo invisible como Dios, de modo visible con el cuerpo.

Nos permite, en efecto, tocar y nos da su santa carne. Nos aproximamos, por gracia de Dios, para participar en la mística Eucaristía, tomando a Cristo en nuestras manos, a fin de que también nosotros creamos firmemente. La participación en los santos misterios es una verdadera confesión y una memoria de que el Señor murió y resucitó por nosotros. Debemos evitar el peligro de la incredulidad y hacer que nos encuentre siempre firmes y estables en la fe».

Queridos hermanos, hagamos el compromiso de contribuir a evangelizar con nuestras palabras, con nuestros gestos, con nuestras acciones, con nuestras vidas, para que nuestros hermanos que están alejados de los preceptos cristianos crean en Nuestro Señor Jesucristo.

Somos bienaventurados por la gracia de Dios. Como Santo Tomás apóstol, confesemos también nuestra fe, diciendo: «¡Señor mío y Dios mío!». Aprendamos la lección: tenemos que creer sin ver, convencidos de que la fe en Nuestro Señor Jesucristo está conectada con experiencia de los apóstoles y de los primeros cristianos, quienes fueron los primeros testigos de la gloria de Cristo resucitado.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.