DOMINGO XVIII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL DOMINGO XVIII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR

«Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escúchenlo» Mt 17,5.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo 17,1-9

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. De repente, se les aparecieron Moisés y Elías conversando con Él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, haré tres carpas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escúchenlo». Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: «Levántense, no teman». Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban del monte, Jesús les mandó: «No cuenten a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

———–

«El Evangelio de la Transfiguración del Señor pone delante de nuestros ojos la gloria de Cristo que anticipa la resurrección y que anuncia la divinización del hombre. La comunidad cristiana toma conciencia de que es llevada, como los Apóstoles Pedro, Santiago y Juan “aparte, a un monte alto”, para acoger nuevamente en Cristo, como hijos en el Hijo, el don de la gracia de Dios Padre al decirnos: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle”. Es la invitación a alejarse del ruido de la vida diaria para sumergirse en la presencia de Dios: él quiere transmitirnos, cada día, una palabra que penetra en las profundidades de nuestro espíritu, donde discierne el bien y el mal y fortalece la voluntad de seguir al Señor» (San Juan Pablo II).

El texto de la Transfiguración se encuentra también en Marcos 9,2-10, y en Lucas 9,28-36. La Transfiguración no es solamente el momento luminoso y fulgurante de la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, es también un hito importante en su camino hacia la entrega total. La transfiguración es una prefiguración de la resurrección de Nuestro Salvador, es un anticipo de la victoria de Jesús sobre la muerte y sobre el maligno; es también una muestra de la condición de la vida futura. Es un desborde divino en medio de nuestra humanidad.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«Cuanto más enamorados estamos de Cristo – ¿y qué verdadero cristiano no quiere estarlo? – tanto más volvemos a recorrer con ansioso deseo las sobrias páginas de los evangelios en las que se habla de él. Entre ellas, las que narran la transfiguración que atraen profundamente al corazón del creyente. A alguien, por gracia, le ha sido dado, por tanto, en un momento de la respiración eterna, ver con los ojos de la carne el fulgor de la gloria de Dios resplandecer en un rostro humano, en el rostro del más bello de los hijos de los hombres. Sin embargo, cada uno de nosotros está llamado a esta gracia, a este privilegio singular» (Giorgio Zevini, Pier Giordano Cabra).

La enseñanza de este evangelio es excepcional: todos nosotros tenemos la posibilidad de retirarnos en oración, subir a la montaña para escuchar mejor la voz del Señor y pedirle por nuestra conversión y así, llevar a nuestros hermanos que sufren enfermedad, injusticia y pobreza material y espiritual, nuestra experiencia de ese encuentro con el Señor. Esa Palabra escuchada, debemos guardarla en el corazón y hacerla crecer proclamándola a nuestros hermanos. Esta es nuestra misión, hacer que la gloria de Dios sea conocida y sirva de consuelo a nuestros propios hermanos que sufren o ignoran su misericordia.

Tengamos presente que en la Transfiguración del monte Tabor, Jesús reveló su identidad divina, manifestándose en una gloria resplandeciente y eterna. En nuestra vida también experimentamos momentos de “transfiguración”, de experiencias gratificantes de Dios. Atesoremos esos momentos y tengámoslos presentes en los momentos de las tribulaciones, que, vividas al lado de Nuestro Señor Jesucristo, serán fuente de gracia.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Oh, Dios, que en la gloriosa Transfiguración de tu Unigénito confirmaste los misterios de la fe con el testimonio de los que lo precedieron y prefiguraste maravillosamente la perfecta adopción de los hijos, concede a tus siervos que, escuchando la voz de tu Hijo amado, merezcamos se sus coherederos.

Padre eterno, te pedimos por el papa Francisco, nuestros obispos, párrocos, sacerdotes, diáconos y consagrados, para que, reflejando en sus vidas el rostro luminoso de Jesús nos ayuden a experimentar su misericordia en este tiempo de conversión.

Amado Jesús, Hijo del Padre, ten compasión de nosotros y otórganos los dones para socorrer a nuestro prójimo, en especial, a los más necesitados.

Amado Jesús, justo juez, misericordia pura, ten compasión de los difuntos, especialmente de aquellos que más necesitan de tu infinita misericordia.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, Reyna de los ángeles, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos a Nuestro Señor Jesús con un sermón de Pedro de Blois:

«Aquel que —aun permaneciendo intacta la gloria de su divinidad— llevaba realmente la debilidad de nuestra naturaleza humana pudo mostrar en su carne mortal la gloria de la verdadera inmortalidad. Y el que después de su resurrección pudo mostrar las cicatrices de las llagas en su cuerpo glorificado, con el mismo poder ha querido mostrar en su carne, todavía sujeta al dolor, la gloria de la resurrección.

Así pues, en la misma glorificación, conservaba siempre la capacidad de padecer el que, en medio de la debilidad de nuestra naturaleza mortal, era absolutamente inmortal. Pero no debemos pasar por alto el hecho de que, en esta transfiguración, la futura glorificación del cuerpo no se manifestó en su plenitud, sino de manera limitada. En efecto, la glorificación del cuerpo consta de cuatro cualidades: claridad, agilidad, sutileza e inmortalidad. Aquí el Señor sólo apareció glorificado en cuanto a la claridad; demostró, en cambio, la futura sutileza de los cuerpos cuando se apareció a sus discípulos entrando con las puertas cerradas; y la agilidad, cuando anduvo sobre las aguas a pie.

“Su rostro resplandeció como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz”. De esta forma mostró en sí mismo aquel esplendor que un día comunicará a los justos. Dice efectivamente la Escritura: “Los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre”. Lo que ciertamente sucederá cuando Cristo “transforme nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa”. El evangelista compara el Sol de justicia con el sol natural, pues entre los elementos de la creación no existe criatura alguna que tan significativamente exprese a Cristo, quien, con el esplendor de su gloria, de tal modo supera el fulgor del sol y de la luna cuanto el Creador debe superar a la criatura.

Y si el trono de Cristo es parangonado con el sol, según lo que dice el Padre por el profeta: “Su trono como el sol en mi presencia”, ¿cuánto más brillante que el sol no será el rostro del que está sentado en el trono? Él es el sol del que dice el profeta: “Ya no será el sol tu luz en el día, ni te alumbrará la claridad de la luna; será el Señor tu luz perpetua”. Su esplendor es superior a cualquier esplendor y belleza.

Es lo que leemos en el profeta Isaías, inspirado por el Espíritu Santo: “La Cándida se sonrojará, el Ardiente se avergonzará, cuando reine el Señor de los ejércitos en el monte Sión, glorioso delante de su senado”. Las vestiduras de Cristo son sus fieles, que se revisten de Cristo y son revestidos por Cristo, como afirma el Apóstol: “Los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo, os habéis revestido de Cristo”. Y así, lavados por Cristo mediante el baño del segundo nacimiento, superarán en blancura al resplandor de la nieve, como dice también el profeta: “Lávame: quedaré más blanco que la nieve”».

Hermanos: en el silencio de nuestros corazones y maravillados por la identidad divina de Nuestro Señor Jesucristo, escuchemos la voz agradable y paternal de Dios Padre, que nos dice: «Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escúchenlo».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.