DOMINGO XXIV DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL DOMINGO XXIV DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?» Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete». Mt 18,21-22.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo 18,21-35

En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?» Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El siervo, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: «Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo». El señor tuvo lástima de aquel siervo y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el siervo aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: «Págame lo que me debes». El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: «Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré».

Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: «¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?». Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con ustedes mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«La Iglesia debe considerar como uno de sus deberes principales—en cada etapa de la historia y especialmente en la edad contemporánea—el de proclamar e introducir en la vida el misterio de la misericordia, revelado en sumo grado en Cristo Jesús. Este misterio, no sólo para la misma Iglesia en cuanto comunidad de creyentes, sino también en cierto sentido para todos los hombres, es fuente de una vida diversa de la que el hombre, expuesto a las fuerzas prepotentes de la triple concupiscencia que obran en él, está en condiciones de construir. Precisamente en nombre de este misterio Cristo nos enseña a perdonar siempre. ¡Cuántas veces repetimos las palabras de la oración que El mismo nos enseñó, pidiendo: “perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores”, es decir, a aquellos que son culpables de algo respecto a nosotros! Es en verdad difícil expresar el valor profundo de la actitud que tales palabras trazan e inculcan. ¡Cuántas cosas dicen estas palabras a todo hombre acerca de su semejante y también acerca de sí mismo! La conciencia de ser deudores unos de otros van a la par con la llamada a la solidaridad fraterna que san Pablo ha expresado en la invitación concisa a soportarnos “mutuamente con amor” (Ep 4,2). ¡Qué lección de humildad se encierra aquí respecto del hombre, del prójimo y de sí mismo a la vez! ¡Qué escuela de buena voluntad para la convivencia de cada día, en las diversas condiciones de nuestra existencia!» (San Juan Pablo II).

Con el pasaje evangélico de hoy culmina el cuarto discurso de Jesús que trata sobre el discipulado y la comunidad, llamado también “Discurso eclesiástico de Jesús”. Si seguimos el hilo conductor del perdón, la lectura integra la parábola del perdón sin límites y toma el último segmento de las enseñanzas de Jesús sobre el perdón.

El texto también nos enseña que, aun si perdonemos constantemente los pecados de nuestro prójimo, la misericordia nuestra al lado de la misericordia divina es como una gota de agua frente al océano infinito.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

El mundo nos envía mensajes permanentes para incorporar la venganza en nuestras conductas personales y colectivas. ¡Nuestro Señor Jesucristo nos llama a todo lo contrario! Jesús nos enseña a perdonar en todo momento, su petición exige una transformación del corazón que requiere pasar del egoísmo hacia el amor por el prójimo convertido en perdón.

Es muy importante tener en cuenta que Dios perdona nuestros pecados, principalmente por su gracia y por el gran amor que nos tiene, antes que por nuestros méritos. Jesús nos amplía los horizontes con su amor divino mediante el amor convertido en perdón, que, si se comparte con el prójimo, se multiplica.

Es relativamente fácil reconocer nuestros pecados, y pedir perdón nos libera y nos abre todo un nuevo panorama; pero, perdonar de corazón a los demás, muchas veces resulta muy difícil porque tenemos que derribar toda nuestra soberbia y egoísmo que promueven la venganza. En el perdón no hay lugar para la cólera; por ello, el sacramento de la confesión y el rito de la penitencia es de perdón.

Haciendo silencio en nuestro corazón y mirando los ejemplos de perdón que nos dio Jesús, respondamos: ¿Cuáles son las razones por las que me resulta fácil o difícil perdonar? Si tengo dificultades en perdonar, ¿cuáles son los sentimientos que debo transformar en mí para perdonar a los demás?

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Santísimo Padre, creador y redentor nuestro, perdona nuestras ofensas por tu inefable misericordia, por la virtud de la pasión de tu amado Hijo, y por los méritos y la intercesión de Nuestra Santísima Madre María y de todos tus elegidos.

Señor Jesús, que revelaste en cada acción tuya la misericordia de Dios Padre, envíanos los dones del Espíritu Santo para que seamos misericordiosos con nuestros hermanos, como Dios Padre y como tú eres, amado Señor, y que desterremos de nuestros corazones todo sentimiento de venganza.

Amado Jesús, por tu infinita misericordia, concede a las benditas almas del purgatorio la dicha de sentarse contigo en el banquete celestial; y a las personas moribundas, concédeles el perdón y la paz interior para que lleguen directamente al cielo.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un comentario de San Juan Crisóstomo:

«Dos cosas, pues, son las que de nosotros quiere aquí el Señor: que condenemos nuestros propios pecados y que perdonemos los de nuestro prójimo. Y la condonación del Señor está en función del perdón, porque lo uno hará más fácil lo otro; pues aquel que considera sus propios pecados, estará más dispuesto al perdón de su compañero. Y no perdonar simplemente de boca, sino de corazón, pues de lo contrario, manteniendo el rencor, no hacemos sino clavarnos la espada a nosotros mismos…

El diablo puede ser para ti ocasión de corona, ¿a qué temes a un hombre enemigo? Mira, si no, cuánto ganas sufriendo con mansedumbre los ataques de tus enemigos. En primer lugar, y ésta es la mayor ganancia, te libras de tus pecados; en segundo lugar, adquieres constancia y paciencia; en tercer lugar, ganas mansedumbre y misericordia, porque quien no sabe irritarse contra quienes le ofenden y dañan, con más razón será suave con los que le quieren. En cuarto lugar, te limpias definitivamente de la ira. ¿Y puede haber bien comparable a éste? Porque el que está puro de ira, evidentemente también estará libre de la tristeza, de la que es fuente la ira, y no consumirá su vida en vanos afanes y dolores. El que no sabe irritarse no sabe tampoco estar triste, sino que gozará de placer y de bienes infinitos…

Desechemos de nosotros toda ira, a fin de que también a nosotros nos perdone Dios nuestros pecados, por la gracia y misericordia de nuestro Señor Jesucristo, con quien sea al Padre y al Espíritu Santo gloria, poder y honor ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén».

Hermanos: contemplemos hoy la pasión y la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, miremos el más grande e inconmensurable ejemplo de perdón y amor. Hagamos el propósito de perdonar y olvidar las pequeñas ofensas que recibimos en nuestra convivencia cotidiana. Comprometámonos a esforzarnos en disculpar y comprender a los demás, disimulando sus defectos; así como a reconocer la pequeñez de nuestro perdón frente a la inmensidad del perdón que otorgó a la humanidad Nuestro Señor Jesucristo en el momento de entregar su espíritu a Dios Padre.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.