JUEVES XXX DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL JUEVES XXX DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

CONMEMORACIÓN DE LOS FIELES DIFUNTOS

«No se asusten. ¿Buscan a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí, ha resucitado. Pero este es el sitio donde lo pusieron» Mc 16,6.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según San Marcos 15,33-39; 16,1-6

Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y, a la media tarde, Jesús clamó con voz potente: «Eloí, Eloí, lamá, sabaktaní» (que significa «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»). Algunos de los presentes, al oírlo, decían: «Está llamando a Elías». Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber, diciendo: «Veamos si viene Elías a bajarlo». Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión que estaba en frente, al ver cómo había expirado, dijo: «Realmente este hombre era Hijo de Dios».

Pasado el sábado, María Magdalena, María, la de Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras: «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?». Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y se asustaron. Él les dijo: «No se asusten. ¿Buscan a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí, ha resucitado. Pero este es el sitio donde lo pusieron».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Cuando morimos pasamos de la muerte a la inmortalidad; y la vida eterna no se nos puede dar más que saliendo de este mundo. No es la muerte un punto final sino un paso. Al final de nuestro viaje en el tiempo, llega nuestro paso a la eternidad… Nuestra patria es el cielo… Allí nos aguardan un gran número de seres queridos, una inmensa multitud de padres, hermanos y de hijos nos desean; teniendo ya segura su salvación, piensan en la nuestra… Deseemos ardientemente estar junto a ellos y junto a Cristo» (San Cipriano).

Hoy, llenos de esperanza, recordamos a todos los difuntos de todo tiempo y lugar, porque estamos convencidos de que la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo es la victoria definitiva sobre el mal y la muerte; además, su muerte y resurrección seguirá siendo la fuente de vida eterna para toda la humanidad. La tradición de rezar por los difuntos se remonta a los primeros tiempos del cristianismo, donde se honraba su recuerdo y se ofrecían oraciones y sacrificios por ellos.

La muerte es una realidad humana; pero, Nuestro Señor Jesucristo, con su muerte y resurrección, no solo venció a la muerte, sino que nos enseñó que nuestro destino es vivir para siempre. Muchas personas que amamos ya no están con nosotros. Nos puede parecer injusto, e incluso incomprensible, el hecho de tener que soportar ese dolor. Esto ocurre porque estamos hechos para la vida y no para la muerte.

El apóstol San Pablo, en 1 Tesalonisenses 4,13, nos exhorta a no entristecernos como los que no tienen esperanza. Como dice San Agustín, «Nos entristece y angustia la pérdida, pero tenemos la esperanza y el consuelo de recuperarlos; nos abate la debilidad, pero nos levanta la fe; nos duele la condición humana, pero nos sana la promesa divina».

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«Creo que mi redentor vive y al fin del tiempo he de resucitar del polvo y en esta carne mía contemplaré a Dios mi Salvador, yo mismo lo veré, mis propios ojos lo verán» (Job 19,25-27).

Con mucho cariño hoy recordamos a nuestros difuntos; pero no los recordamos con la nostalgia de quienes ya no existen, sino con la firme esperanza de la vida eterna. Al recordar la muerte de Nuestro Señor Jesucristo, creemos que, así como nuestros difuntos compartieron ya la muerte de Jesús, comparten también la gloria de su resurrección.

Cuando una persona muere ya no es capaz de hacer nada para ganar el cielo; sin embargo, los vivos sí podemos ofrecer nuestras obras para que el difunto alcance la salvación. Con las buenas obras y la oración podemos ayudar a que nuestros seres queridos consigan el perdón y la purificación de sus pecados para poder participar de la gloria de Dios. A estas oraciones se les llama sufragios. El mejor sufragio es ofrecer la Santa Misa por los difuntos.

Hermanos: meditando la lectura de hoy, respondamos: ¿Ofrecemos obras de penitencia, oraciones, limosnas e indulgencias para que los difuntos alcancen la salvación? ¿Contemplamos la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo? Que las respuestas a esta pregunta sirvan para que nos habituemos a rezar por los difuntos, por amor a Nuestro Señor Jesucristo y por amor al prójimo.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Escucha con bondad, Señor, nuestras súplicas para que, al confesar nuestra fe en tu Hijo resucitado de entre los muertos, se afiance también nuestra esperanza en la futura resurrección de tus siervos.

Amado Jesús, Hijo de Dios vivo, que resucitaste de entre los muertos a tu amigo Lázaro, lleva a una resurrección de vida a los difuntos que rescataste con tu preciosísima sangre. Dales, Señor el descanso eterno y brille para ellos la luz perpetua de tu Gloria.

Amado Jesús, consolador de los afligidos, que ante el dolor de los que lloraban la muerte de Lázaro, del joven de Naím y de la hija de Jairo acudiste compasivo a enjugar sus lágrimas, consuela también ahora a los que lloran la muerte de sus seres queridos.

Amado Jesús, que intercedes ante Dios Padre por la humanidad entera, enséñanos a ofrecer un sacrificio de alabanza por los difuntos, para que sean absueltos de sus pecados.

Amado Jesús, destruye de nuestro cuerpo mortal el dominio del pecado por el que merecimos la muerte, para que obtengamos, como don de Dios, la vida eterna.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Dios con un escrito de San Efrén, el sirio:

«La contemplación del paraíso me impresionó por su belleza y por su paz. Allí reina la belleza sin mancha, allí reside la paz sin tumulto. Dichoso quien merezca llegar a él, si no por la justicia, al menos por la misericordia.

Cuando mi espíritu volvió a las orillas de la tierra, madre de espinos, se me presentaron los dolores y los males de todo género. Aprendí así que nuestra tierra es una prisión. Y, no obstante, los cautivos que están encerrados en ella lloran al salir de ella. Me causa también asombro que los hijos lloren al abandonar el seno materno: lloran cuando dejan la oscuridad y salen a la luz, cuando pasan de un espacio estrecho al ancho universo. Asimismo, la muerte del hombre es una especie de alumbramiento. Los que nacen, lloran al abandonar la tierra, madre de todos los dolores, para entrar en el paraíso de las delicias.

¡Oh, Señor del paraíso, ten piedad de mí! Si no es posible entrar en tu paraíso, hazme digno, al menos, de los pastos de su entrada».

Hermanos hagamos el compromiso de rezar por los difuntos y a ofrecer, también, las misas a las que asistimos por la salvación de sus almas.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.