SÁBADO XXXIV DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL SÁBADO XXXIV DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

«Estén siempre vigilantes y oren en todo tiempo, para escapar de todo lo que ha de ocurrir y puedan mantenerse en pie ante el Hijo del hombre». Lc 21,36.

 

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

 

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 21,34-36

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Tengan cuidado: que sus corazones no se entorpezcan por el exceso de comida, por las borracheras y las preocupaciones de la vida, porque entonces ese día caerá de improviso sobre ustedes; ese día será como una trampa en la que caerán atrapados todos los habitantes la tierra. Estén siempre vigilantes y oren en todo tiempo, para escapar de todo lo que ha de ocurrir y puedan mantenerse en pie ante el Hijo del hombre».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

 

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«Para mostrarles, mis hermanos, el poder de la oración y las gracias que ella atrae del cielo, les diré que es gracias a la oración que los justos han tenido la felicidad de perseverar. La oración es para nuestra alma lo que la lluvia es para la tierra. Abonen abundantemente una tierra, pero si falta la lluvia, no sirve para nada. Lo mismo, hagan muchas buenas obras, pero si no rezan seguido como deben, no serán salvados. La oración abre los ojos de nuestra alma, le hace sentir la enormidad de su miseria, la necesidad de tener recurso a Dios hace que tema su debilidad. Si, mis hermanos, los justos han perseverado por la oración…

Mis hermanos, ¿no vemos que cuando descuidamos la oración, perdemos enseguida el gusto de las cosas del cielo y pensamos sólo a las cosas de la tierra? Si retomamos la oración, sentimos renacer en nosotros el pensamiento y deseo de cosas del cielo. Si, mis hermanos, si tenemos la felicidad de estar en la gracia de Dios, sólo si tenemos recurso a la oración, vamos a perseverar largo tiempo en el camino del cielo» (San Juan María Vianney).

Hoy culmina el año litúrgico; así mismo, hoy termina el discurso escatológico de Jesús en Lucas que hemos meditado los últimos cinco días y que concluye con una exhortación a la vigilancia y a la oración, que son virtudes hermanas e inseparables y que deben convertirse en las actitudes básicas de todo cristiano. Ahí reside la importancia de las palabras de Jesús al terminar el año litúrgico.

Mañana empieza el Adviento, el tiempo de la espera y de la esperanza; esperemos al Niño Jesús muy cerca de Nuestra Santísima Madre, la siempre Virgen María.

 

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«El único motivo que te queda para gloriarte, oh hombre, y el único motivo de esperanza consiste en hacer morir todo lo tuyo y buscar la vida futura en Cristo. Pero la esperanza no es posible si no hay amor, como dice San Agustín. Y en el atardecer de nuestra vida, como dice San Juan de la Cruz, seremos examinados sobre el Amor» (Manuel Garrido Bonaño).

La vigilancia y la oración son virtudes cardinales, esenciales en nuestras vivencias diarias ya que son el eje para tener una vida animada por el amor, la fe y la esperanza. El apóstol San Pablo nos lo dice en Col 4,2: «Aplicaos a la oración y velad en ella con acción de gracias».

La oración nos permite alcanzar, por pura gracia, el amor divino y, aunque muy imperfectamente, que logremos amar como Nuestro Señor Jesucristo amó. La oración vigilante también sostiene nuestra fe y esperanza, proveyéndonos la fortaleza para enfrentar las tentaciones que el mundo propone. No posterguemos más nuestro diálogo con Nuestro Señor Jesucristo, con Dios Padre, con Dios Espíritu Santo y con Nuestra Santísima Madre. Sigamos a Nuestro Señor Jesucristo, modelo supremo de vigilia y oración. En cuanto a la cercanía perenne de Nuestro Señor Jesucristo, caminemos a su encuentro: «¡Ven Señor Jesús!» (Ap 22,20).

Hermanos: meditando la lectura, intentemos responder: ¿Agradecemos diariamente a Dios por su bondad y misericordia? ¿Oramos pidiendo los dones para enfrentar las tentaciones que el mundo propone? ¿Nos mantenemos vigilantes? ¿Cuáles son las cosas que nos paralizan y nos impiden seguir a Nuestro Señor Jesucristo? Que las respuestas a estas preguntas nos recuerden siempre que la vida del discípulo ha de ser una vigilia de oración, y que esta oración vigilante debe expresarse en nuestros quehaceres cotidianos como evangelio viviente, por el amor de Dios.

¡Jesús, María y José nos aman!

 

  1. Oración

Espíritu Santo, fortalece la vigilancia y la oración de las comunidades cristianas para que ayuden a las personas a perseverar en el cumplimiento de la Palabra eterna de Nuestro Señor Jesucristo.

Padre eterno, tú que enviaste a Nuestro Señor Jesucristo al mundo para salvar a los pecadores, concede a todos los difuntos el perdón de sus faltas.

Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies las súplicas que te hacemos en nuestras necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh, Virgen gloriosa y bendita. Amén.

 

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de José de Aldazabal:

«Última recomendación de Jesús en su «discurso escatológico», último consejo del año litúrgico, que enlazará con los primeros del Adviento: «estad siempre despiertos».

Lo contrario del estar despiertos es que se «nos embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero». Y el medio para mantener en tensión nuestra espera es la oración: «pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir».

La consigna final es corta y expresiva: «manteneos en pie ante el Hijo del Hombre». Todos necesitamos un despertador porque tendemos a dormirnos, a caer en la pereza, bloqueados por las preocupaciones de esta vida, y no tenemos siempre desplegada la antena hacia los valores del espíritu.

Estar de pie, ante Cristo, es estar en vela y en actitud de oración, mientras caminamos por este mundo y vamos realizando las mil tareas que nos encomienda la vida. No importa si la venida gloriosa de Jesús está próxima o no: para cada uno está siempre próxima, tanto pensando en nuestra muerte como en su venida diaria a nuestra existencia, en los sacramentos, en la Eucaristía, en la persona del prójimo, en los pequeños o grandes hechos de la vida.

Los cristianos tenemos memoria: miramos muchas veces al gran acontecimiento de hace dos mil años, la vida y la Pascua de Jesús. Tenemos un compromiso con el presente, porque lo vivimos con intensidad, dispuestos a llevar a cabo una gran tarea de evangelización y liberación. Pero tenemos también instinto profético y miramos al futuro, la venida gloriosa del Señor y la plenitud de su Reino, que vamos construyendo animados por su Espíritu.

En la Eucaristía se concentran las tres direcciones como nos dijo Pablo (1 Co 11,26): «cada vez que coméis este pan y bebéis este vino (momento privilegiado del «hoy»), proclamáis la muerte del Señor (el «ayer» de la Pascua) hasta que venga (el «mañana» de la manifestación del Señor)». Por eso aclamamos en el momento central de la Misa: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús»».

Hermanos, miremos al cielo y oremos todos juntos: amado Señor, nos comprometemos, en tu santo nombre, a ser protagonistas activos de la historia de nuestras familias, comunidades, país y como ciudadanos globales, llevando una vida sobria, sostenida por la oración y abiertos a la luz del Espíritu Santo, quien nos capacita para analizar los signos de los tiempos a luz de tu Palabra eterna.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

 

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.