DOMINGO DE LA SEMANA II DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

LECTIO DIVINA DEL DOMINGO DE LA SEMANA II DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

«Hemos encontrado al Mesías» Jn 1,41.

 

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

 

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan 1,35-42

En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Este es el cordero de Dios». Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les preguntó: «¿Qué buscan?». Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?». Él les dijo: «Vengan y lo verán». Entonces fueron, vieron donde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)». Y lo llevó a Jesús. Jesús mirándolo y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que significa Pedro)».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

 

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«Por haber sido redimido por Cristo y haberse convertido en morada del Espíritu Santo, todo cristiano puede encontrar en sí mismo los diversos talentos y carismas que le permiten desarrollar de modo creativo su propia vida. Así, es capaz de servir a Dios y a los hombres, respondiendo de modo adecuado a su vocación particular en la comunidad cristiana y en el ambiente social en el que vive. Os deseo que siempre seáis conscientes de la dignidad de vuestra vocación cristiana, que estéis atentos a la voz de Dios que os llama, y que seáis generosos al anunciar su presencia salvífica a vuestros hermanos» (San Juan Pablo II).

El pasaje evangélico de hoy forma parte del texto denominado “Jesús llama a sus primeros discípulos”, que abarca Juan 1,35-51, se ubica también en Marcos 1,16-20, y en Lucas 5,1-11. Los rasgos más destacados de este relato son los siguientes: primero, Juan Bautista, con un gesto de sabiduría y desprendimiento, no retiene a sus discípulos, quienes no dudan en seguir al «cordero de Dios». Segundo, la iniciativa de toda llamada en la Iglesia es de Nuestro Señor Jesucristo (versículos 38 y 42, además del 47 al 51). Tercero, el testimonio siempre es fecundo, ya que los llamados llaman a otros dando un testimonio de la fe mesiánica que Jesús contagia. Y, cuarto, el llamado genera un gozo maravilloso que se manifiesta con el verbo griego «eurekamen» que significa «Lo hemos encontrado».

En suma, con palabras sencillas y profundas, el texto presenta el ejemplo de un discípulo ideal, que oye el llamado del Señor para que lo siga, lo sigue confiadamente, lo conoce y confiesa gozosamente su fe a los demás.

 

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

El llamado para seguir a Nuestro Señor Jesucristo es un acontecimiento que se repite siempre, es permanente. Como a Andrés y al otro discípulo, Jesús nos pregunta: «¿Qué buscan?», y nos invita a experimentar su cercanía. Como en el caso de Simón, Nuestro Señor Jesucristo también toma la iniciativa, fija su mirada en nosotros para llamarnos, iluminarnos y proponernos un cambio de vida. Su mirada no se aparta nunca de nosotros, intercambiemos esa mirada y vayamos tras Él.

Digámosle como en Mateo 8,19: «Te seguiré adonde vayas», y consagrémonos a Él. Demos este paso decisivo, experimentemos el verdadero contacto con Nuestro Señor Jesucristo en nuestras familias, comunidades y por donde vayamos. De esta manera, hagamos realidad nuestro anhelo más profundo: dar y recibir amor con generosidad y sin límites; una realidad de consecuencias inimaginables.

Hermanos: a la luz de la Palabra, respondamos: ¿Tenemos el valor y el amor para seguir, sin dudar, a Nuestro Señor Jesucristo? ¿Ayudamos a nuestros hermanos a encontrar a Jesús? ¿Somos misioneros? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a dejarnos mirar por Nuestro Señor Jesucristo, a aceptar su llamado, comprender el origen de la fe y transmitirla con nuestro testimonio a nuestros hermanos.

¡Jesús, María y José nos aman!

 

  1. Oración

Dios todopoderoso y eterno, que gobiernas a un tiempo cielo y tierra, escucha compasivo la oración de tu pueblo, y concede la paz a nuestros días.

Padre eterno, haz que el Santo Padre, el papa Francisco, los obispos, sacerdotes y consagrados, con su palabra, celo pastoral y testimonio de vida, ayuden a toda la humanidad a mantener viva la llama de la vida divina en nosotros.

Amado Jesús, misericordia pura, tú que estás sentado a la derecha de Dios Padre, alegra con la visión de tu rostro a nuestros hermanos difuntos.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede por nuestras oraciones ante la Santísima Trinidad. Amén.

 

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto del padre Mauro Giuseppe Lepori:

«¿Que significa un encuentro que te cambia el nombre? Simón debió de intuir que si Jesús se arrogaba el derecho y se tomaba la libertad de llamarle con un nombre nuevo eso significaba que su relación con él era una llamada a que se volviera otro, respecto al que había sido a sus propios ojos y a los ojos de los demás.

Fue, probablemente, la mirada misma de Jesús la que legitimó su misterioso derecho a destinar a Simón a convertirse en otro distinto al que pensaba ser. Jesús demostraba que sabía perfectamente quién era el hermano de Andrés: “Tú eres Simón, hijo de Juan” (Jn 1,42). Jesús le llamaba precisamente a él para que se convirtiera en otro, aunque permaneciendo él mismo.

Simón percibió en un instante que toda la distancia qué mediaba entre lo que él era y este “Cefas, Pedro” en que debería convertirse, había sido colmada de una manera misteriosa por la profundidad de aquellos ojos, dulces y terribles, que estaban clavados en él. Dulces, porque Simón no se había sentido cautivado nunca de este modo, acogido y perdonado como por aquella mirada. Terribles, porque Simón nunca había medido, como ahora, la importancia de su vida y de su libertad. Jesús le tomaba totalmente; sin embargo, le bastaba con una nadería para decir que no, para sustraerse a él, para huir de él para siempre. Ni siquiera necesitaba decir “sí” o “no”. Bastaba con seguirle o simplemente con dejarle partir y olvidarle.

¿De qué tarea y de qué misión se trataba? Jesús no le daba ninguna explicación, no le trazaba ningún programa. Jesús no le ofrecía otra perspectiva que su mirada, que, fijándose en él, parecía atravesarle hacia un futuro sin fin en el que el nombre nuevo, este sobrenombre, y Simón con él, habrían de encontrar todo su significado y su cumplimiento.

Simón sentía que aquella mirada le acercaba a todo y le separaba de todo. Todo estaba suspendido de los ojos de Jesús. Y entonces comprendió Simón, turbado, que en ese momento no se jugaba sólo su destino, sino también el de su mujer, el de su familia, el de Andrés. El de su casa, el de su barca, el de sus mozos. Tuvo miedo, pero – ¡milagro! – también su miedo, como a la luz de un relámpago, le sorprendió ya acogido en la mirada de Jesús. Entonces Simón lo dejó todo para que nada se perdiera».

Hermanos: hagamos el compromiso de meditar sobre las personas y todos los acontecimientos en nuestras vidas, a través de los cuales, Dios nos hace ver que tiene un plan para cada uno de nosotros. Agradezcamos diariamente a la Santísima Trinidad por estas muestras amor y demos testimonio de ello, por lo menos, a una persona, hoy mismo.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

 

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.