LECTIO DIVINA DEL DOMINGO DE LA SEMANA IV DE CUARESMA (Laetare) – CICLO B
«Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de Él» Jn 3,17.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Juan 3,14-21
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de Él.
El que cree en Él, no será condenado; por el contrario, el que no cree ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«¡Cuántos, también en nuestro tiempo, buscan a Dios, buscan a Jesús y a su Iglesia, buscan la misericordia divina, y esperan un «signo» que toque su mente y su corazón! Hoy, como entonces, el evangelista nos recuerda que el único «signo» es Jesús elevado en la cruz: Jesús muerto y resucitado es el signo absolutamente suficiente. En él podemos comprender la verdad de la vida y obtener la salvación. Este es el anuncio central de la Iglesia, que no cambia a lo largo de los siglos. Por tanto, la fe cristiana no es ideología, sino encuentro personal con Cristo crucificado y resucitado. De esta experiencia, que es individual y comunitaria, surge un nuevo modo de pensar y de actuar: como testimonian los santos, nace una existencia marcada por el amor…
Dirigiendo la mirada a María, «Madre de la santa alegría», pidámosle que nos ayude a profundizar las razones de nuestra fe, para que, como nos exhorta la liturgia hoy, renovados en el espíritu y con corazón alegre correspondamos al amor eterno e infinito de Dios. Amén» (Benedicto XVI).
Nos encontramos en el IV Domingo de Cuaresma, también denominado “Domingo Laetare”, cuya palabra, de raíz latina hace referencia a la alegría, ya que la salvación está cerca; de esta manera se anuncia la celebración de la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, misterios centrales de nuestra fe. Existe un paralelismo con el III Domingo de Adviento que se denomina Gaudete y que habla del gozo en el Señor.
El texto de hoy forma parte de la memorable entrevista de Nicodemo con Jesús y expresa todo el amor y la ternura de Dios Padre, que se revela a través de su hijo, Nuestro Señor Jesucristo.
Jesús hace referencia al conocimiento que tiene del cielo al remitirse a las escrituras, específicamente, al libro de los Números 21,6-9, con el fin de señalar la forma cómo tiene que ser elevado el Hijo del hombre para que el creyente tenga vida eterna. De esta manera, Jesús alude a la cruz, lo cual obsesiona el ánimo de Nicodemo que le atraerá a la cita del Gólgota.
El tiempo penitencial de esta Cuaresma no debe ensombrecer nuestra alegría interior, sino todo lo contrario, debe hacerla crecer, porque nuestra redención se acerca; el derroche de amor por los hombres, a través de la Pasión, se aproxima, el gozo de la Pascua es inminente. Sintamos la alegría de quien se siente amado por Dios.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?
«Este IV domingo de Cuaresma, tradicionalmente designado como «domingo Laetare», está impregnado de una alegría que, en cierta medida, atenúa el clima penitencial de este tiempo santo: «Alégrate Jerusalén —dice la Iglesia en la antífona de entrada— … gozad y alegraos vosotros, que por ella estabais tristes». De esta invitación se hace eco el estribillo del salmo responsorial: «El recuerdo de ti, Señor, es nuestra alegría». Pensar en Dios da alegría. Surge espontáneamente la pregunta: pero ¿cuál es el motivo por el que debemos alegrarnos? Desde luego, un motivo es la cercanía de la Pascua, cuya previsión nos hace gustar anticipadamente la alegría del encuentro con Cristo resucitado. Pero la razón más profunda está en el mensaje de las lecturas bíblicas que la liturgia nos propone hoy. Nos recuerdan que, a pesar de nuestra indignidad, somos los destinatarios de la misericordia infinita de Dios. Dios nos ama de un modo que podríamos llamar «obstinado», y nos envuelve con su inagotable ternura» (Benedicto XVI).
El Evangelio de San Juan nos habla acerca del infinito amor de Dios hacia la humanidad. El objetivo fundamental de este amor es que todo aquel que crea en Jesús, se transforme por su amor y tenga vida eterna. Este amor infinito es eterno, nace en Belén y se despliega con toda su magnificencia en la pasión, crucifixión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Para participar de este amor es necesario creer; por ello, Jesús señala que es necesaria una regeneración basada en la fe.
Ante la división que existe en la humanidad, en la que algunos optan por las tinieblas, Nuestro Señor Jesucristo no viene a juzgar, sino a perdonar nuestros pecados y llevarnos a la vida eterna mediante la luz de su Palabra; por ello, busquemos siempre esa luz redentora en las palabras de Jesús.
Queridos hermanos, desde la intimidad de nuestro corazón, respondamos: ¿somos conscientes del amor que Dios Padre nos tiene al enviar a su Hijo único a morir en una cruz y luego resucitar? ¿Es la Palabra fuente de vida para nosotros? ¿Experimentamos el gozo interior de ser hijos de Dios? Que las respuestas a estas preguntas nos impulsen a pedir la gracia al cielo, para reconocer y vivir el infinito amor que Dios nos tiene.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Infunde bondadosamente, Señor, tu gracia en nuestros corazones, para que sepamos apartarnos de los errores humanos y secundar las inspiraciones que, por tu generosidad, nos vienen del cielo.
Padre eterno, envía tu Santo Espíritu y renueva la faz de la tierra, regenera el espíritu de los pueblos para que volvamos los ojos a las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo, dejando de lado todas las conductas mundanas que te ofenden. Haz que tu Santo Espíritu nos ilumine con su luz para discernir, conocer, saber cómo pensar, como obrar y actuar según tu Palabra.
Amado Jesús, te rogamos, recibas a nuestros hermanos difuntos que esperaron tu venida en la fe y en el amor.
Madre Celestial, Madre de la Divina Gracia, Madre del amor hermoso, Reina de los ángeles, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.
- Contemplación y acción
Contemplemos a Dios con un texto de fray Juan Tauler:
«Ningún concepto puede expresar adecuadamente a Dios, pues su excelencia trasciende toda forma, toda esencia, toda bondad. Es más excelso que toda altura, y todas las criaturas se encuentran por debajo de Él como una pura nada frente a un ser perfecto.
Dios es puro Ser; está en todo ser y no obstante no es ninguno entre ellos. Cuando Dios quiso crear todo el universo, no tenía ante sí sino la nada. De eso sólo creó el “algo”, es decir, todas las cosas, sacándolas de la nada.
En todo lo que es bueno, está Dios; las cosas son y son buenas por Él, en cuanto que Dios está en ellas. Dios fluye en sí mismo en su inefable Deidad, en la Trinidad de sus Personas que poseen la misma y única Divinidad».
Queridos hermanos, busquemos cada día la santa presencia del Espíritu Santo para que nos ilumine y conduzca en todas nuestras actividades diarias. También, no dejemos de asistir a la Santa Eucaristía y no dejemos de orar.
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.