JUEVES DE LA OCTAVA DE PASCUA – CICLO B

LECTIO DIVINA DEL JUEVES DE LA OCTAVA DE PASCUA – CICLO B

«Paz a ustedes» o «Pax vobis» Lc 24,36.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 24,35-48

En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan. Estaban hablando de esas cosas cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: «Paz a ustedes». Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo: «¿Por qué se asustan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies, soy yo en persona. Tóquenme y dense cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como ven que yo tengo». Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría y el asombro, les dijo: «¿Tienen ahí algo de comer?». Ellos le ofrecieron un trozo de pescado asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: «Esto es lo que les decía mientras estaba con ustedes: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse». Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: «Así estaba escrito: el Cristo padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Ustedes son testigos de esto».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Ojalá que cada Eucaristía sea una “aparición” del Resucitado a nuestra comunidad y a cada uno de nosotros, y después de haberle reconocido con los ojos de la fe en la Fracción del Pan y en la fuerza de su Palabra, salgamos de la celebración a dar testimonio de Cristo en la vida. A los apóstoles, la palabra que les dirige es: “vosotros sois testigos de esto”. Ya desde el principio se les dijo que eso de ser apóstoles era ser “testigos de la resurrección de Cristo” (Hch 1,22). Entonces lo fueron los apóstoles, o los quinientos discípulos. Ahora, lo seguimos siendo nosotros en el mundo de hoy. Tal vez el anuncio de la resurrección de Cristo no nos llevará a la cárcel, pero sí puede resultar incómodo en un mundo distraído y frío. Depende un poco de nosotros: si nuestro testimonio es vivencial y creíble, podemos influir a nuestro alrededor» (José Aldazabal).

El texto de hoy es la continuación del encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús, quienes, al regresar a Jerusalén para dar testimonio de la resurrección de Jesús, son nuevamente testigos, con los demás discípulos, de una nueva aparición de Jesús. Este nuevo encuentro de Jesús con sus discípulos ocurre cuando ellos estaban reunidos a puertas cerradas y Jesús se aparece en medio de ellos, atravesando paredes y puertas.

«Paz a ustedes» o «Pax Vobis» en latín, es el saludo con el que Jesús transmite a sus discípulos la verdadera paz del alma, combinada con el perdón y la reconciliación, ya que la mayoría de ellos huyó durante su pasión y muerte. Ante la incredulidad de algunos de ellos, Jesús les muestra las señas de su identidad humana y divina a la vez. Les enseña su cuerpo, en el que las huellas del dolor son ahora trofeos de victoria. Además, les ofrece una prueba adicional, les pide algo de comer.

Una vez más, Jesús les abre la inteligencia y la comprensión plena de las Escrituras, dándoles la misión de predicar a todas las naciones y en su nombre, la conversión para el perdón de los pecados. De esta manera, los convierte en misioneros universales. Para esta misión, los discípulos necesitarán una fuerza divina especial que fue prometida por el Padre en boca de Jesús en la última cena: el Espíritu Santo.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

«Cristo nos revela todo el tesoro de la Escritura. En cada una de sus páginas leemos su nombre. Sus páginas son plenas de él, de su persona, perfecciones, gestos. Cada una nos dice su amor incomparable, bondad sin límites, inagotable misericordia, sabiduría inefable. Nos revelan las riquezas insondables de su vida y sufrimientos, los supremos triunfos de su gloria» (Beato Columba Marmion).

«Paz a ustedes» o «Pax Vobis», es también el saludo de Jesús que se extiende a la humanidad de todos los tiempos como resultado de la victoria de su Resurrección. Este saludo está dirigido a generar paz en nuestras conciencias que muchas veces están angustiadas por nuestros extravíos o por las circunstancias difíciles que atravesamos. Pero es, además, un saludo que combina la paz con la misericordia y la reconciliación con Dios. Es también un llamado a defender la vida desde la concepción hasta la muerte natural, a defender la familia, la sana educación de la niñez y juventud, y todos los principios cristianos. Es decir, es un llamado para que nosotros prediquemos con nuestras vidas la Palabra de Dios, porque Nuestro Señor Jesucristo, es nuestra paz.

Hermanos, desde la intimidad de nuestro corazón, intentemos responder: ¿Acudimos a Jesús en las tribulaciones? ¿Confiamos en Él? ¿Contribuimos a extender el reino de Dios con nuestras vidas, inspirándonos en la Palabra de Dios? ¿Extendemos el reino de Dios defendiendo los valores cristianos? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a descubrir los maravillosos misterios de Jesús resucitado.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Oh, Dios, que has reunido pueblos diversos en la confesión de tu nombre; concede a los que han renacido en la fuente bautismal, una misma fe en su espíritu y un mismo amor en sus obras.

Amado Jesús, que tu amor por mí esté siempre presente en mi corazón; y, donde yo esté, estés tú mi Señor. Abre mi mente a tu palabra, a tu presencia, a tu verdad. Despeja cualquier confusión para que pueda tenerte como centro de mi vida.

Amado Jesús, que los enfermos, los moribundos y todos los que sufren encuentren consuelo y alivio en tu gloriosa resurrección. Tú, que hiciste pasar a la humanidad entera de la muerte a la vida, concede el don de la vida eterna a todos los difuntos de todo tiempo y lugar, en especial a aquellos que más necesitan de tu infinita y amorosa misericordia.

Que nuestra Madre Celestial, Reina de la Alegría, interceda para que seamos siempre instrumentos disponibles para su hijo amado, para Gloria de Dios Padre y con la fuerza del Espíritu Santo.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo resucitado con un sermón de Juan de Ford:

«La fe de Cristo quedó gravemente herida en los apóstoles por el escándalo de la cruz y, si bien no murió del todo, ciertamente se debilitó mortalmente. Gracias a la resurrección, poco a poco, empezó a reforzarse y, bajo los cuidados que Jesús le dispensó ungiéndola con el óleo balsámico, a los cuarenta días volvió a su total curación.

Desde aquel día en adelante, los apóstoles pusieron su esperanza en el Dios de Jacob, su apoyo. Ahora, destetados y convertidos en hombres espirituales, esperaban de lo alto, con toda su alma, el don del Espíritu Santo, paráclito prometido. Perseveraban con constancia en la oración, llenos de santos deseos y gemidos profundos. Moraban en la ciudad del amor, la nueva Jerusalén que ellos ya estaban edificando. Reinaba la unanimidad en la práctica del amor fraterno, en la unidad del espíritu; reinaba la concordia en la pacientísima espera del Espíritu Santo.

Estos hombres, que despreciaban el mundo, habían expulsado toda discusión sobre cualquier cosa que tuviera que ver con la tierra; como se habían vuelto humildes, ahora andaban lejos aquella vieja preocupación sobre “quién de ellos podía ser considerado el más importante” (Lc 22,24). Más aún, en esta ciudad había un solo pensamiento: quién era el último, el siervo de todos, el más pequeño y el más sumiso. A continuación, la invasión de este Espíritu fue tan impetuosa en ellos que no podían contenerlo de ninguna manera. Deseaban ardientemente que se difundiera en todas las almas: su único deseo era insertar a todos en el corazón de Cristo».

Queridos hermanos: hagamos el propósito de predicar con nuestras vidas, y en el Santísimo Nombre de Jesús, busquemos la conversión. Para ello, invoquemos siempre al Espíritu Santo para que nos otorgue la fuerza y las palabras con las que nos debemos expresar. Seamos, también, incluso desde las plataformas digitales, misioneros universales.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.