«Y levantándose, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma» Mt 8,26.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Mateo 8,23-27
En aquel tiempo, Jesús subió a la barca y sus discípulos lo siguieron. De pronto se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca. Mientras tanto, Jesús dormía. Acercándose a él sus discípulos lo despertaron diciéndole: «¡Señor, sálvanos que nos hundimos!». Él les respondió: «¿Por qué tienen miedo? ¡Hombres de poca fe!». Y levantándose, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma. Ellos se preguntaban admirados: «¿Quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«Hijos míos, pase lo que pase, recordad que yo estoy siempre con vosotros. Acordaros que, visible o invisible, despierto o dormido, vigilo siempre, estoy por todas partes, soy todopoderoso. No tengáis jamás ningún temor, ninguna inquietud: estoy ahí, vigilo, os amo, lo puedo todo… ¿Qué más hacer por vosotros?… Acordaros de estas tempestades, cuando erais tranquilizados con una palabra, haciendo suceder una gran calma. Tened confianza, fe, y coraje; acordaros sin inquietud por parte de vuestro cuerpo y vuestra alma, pues yo estoy ahí, todopoderoso y amándoos.
Pero que vuestra confianza no nazca de la dejadez, de la ignorancia de los peligros, ni de vuestra confianza o la de otras criaturas… Los peligros que corréis son inminentes; los demonios, enemigos fuertes y astutos, vuestra naturaleza pecadora y el mundo mismo os harán una guerra encarnizada. Y en esta vida, la tempestad es casi constante, y vuestra barca estás siempre cerca de zozobrar… Más no olvidéis, estoy ahí, contigo, ¡esta barca es insumergible! Desconfiad de todo, sobre todo de vosotros, pero tened una confianza total en mí que he desterrado toda inquietud» (San Carlos de Foucauld).
Hoy seguimos meditando los milagros de Jesús que Mateo narra entre los capítulos 8 y 9. El pasaje evangélico de hoy es una muestra palpable de la inseguridad en el seguimiento de sus discípulos, quienes se suben a la misma barca con Jesús y experimentan la misma tempestad con él. Mientras Jesús duerme tranquilo, con plena confianza y fe en Dios Padre, los discípulos se llenan de angustia y lo despiertan. Jesús, en el mismo momento de la tempestad, los reprocha y señala su falta de fe.
Después de reprenderlos, Jesús increpa al mar y a los vientos, y cesa la tempestad, a la vez que les enseña a combatir la angustia y les hace ver que él es su liberador. Los discípulos se llenan de admiración por su poderosa presencia y confiesan al Creador.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?
En la misma línea del seguimiento cristiano que hemos meditado los días anteriores, hoy apreciamos un seguimiento frágil por parte de los discípulos. Y, seguramente, nos trae a la memoria algunas experiencias en nuestras vidas ante las cuales hemos reaccionado con angustia y con falta de fe.
Subirnos a la misma barca con Jesús es aceptar la misión que Dios nos ha encomendado; navegar con él no nos exime de tempestades. Nuestro Señor Jesucristo enfrentó tempestades y salió airoso de ellas, basta contemplar su cruz. La misión no es fácil. Somos frágiles, muchas veces hemos sentido que Dios está lejos de nosotros, que Dios no escucha nuestras oraciones. Recordemos algunas de estas experiencias; de repente, no buscábamos aumentar nuestra fe, sino, solo prodigios que solucionen nuestros problemas. Esto no está mal, pero los milagros son, muchas veces, un producto de la fe y en otras, la expresión gloriosa y gratuita de Dios en nosotros.
El mundo actual enfrenta tempestades que llenan de angustia a los corazones frágiles y faltos de fe. Pidamos al Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, que fortalezca nuestros esfuerzos y nos permita dar frutos de fe con la paz del Señor. La Iglesia es la barca donde reposa Jesús, es el lugar en el que encontramos el apoyo para unirnos a Él. Cuanto más unidos estemos a Jesús, más conoceremos su poder.
Hermanos, meditando la lectura de hoy, respondamos: ¿Cómo afrontamos las tempestades en nuestras vidas? ¿Quién es Jesús para nosotros? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a conocernos más y mejor a nosotros mismos, con el fin de aumentar nuestra fe y confianza en la Santísima Trinidad.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Amado Jesús: aumenta, a través del Espíritu Santo, nuestra fe, para seguirte con firmeza, aun en medio de las tempestades. Repitamos todos, como en Marcos 9,24: «Señor, creo, pero aumenta mi fe».
Padre eterno: envía tu Santo Espíritu y renueva la faz de la tierra. Renuévala, Señor.
Amado Señor Jesús, te suplicamos recibas en tu reino, por tu inmensa misericordia, a nuestros hermanos difuntos.
Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con una reflexión de Ermes Ronchi:
«Y Dios duerme. ¡Cuántas veces, en medio de las tempestades de la vida, hemos tenido la dolorosa impresión de que Dios estaba adormecido en alguna parte, lejos de nosotros! ¡Cuántas veces nuestras oraciones han volado lejos, sin que ninguna de ellas volviera atrás para traernos una respuesta!
Tal vez se deba a que tenemos más necesidad de milagros que de fe. El mundo se encuentra en medio de la tempestad, en la barbarie; lucha contra la muerte y la desesperación, y Dios duerme, y Dios no hace nada mientras las criaturas que él ha hecho así, que él ha hecho débiles, hacen frente a las horas de angustia.
Él está presente, pero de la única manera que se pueden salvar la libertad y el amor. Sin esto deja de haber hombre; sin esto no hay ni siquiera Dios. Como ellos, también yo querría que no hubiera nunca tempestades, y, sin embargo, la vida y la muerte están en guerra también dentro de mí… Y quisiera que al menos le regañara al huracán y le dijera: “Calla, cálmate”; que le repitiera a mi angustia: “Cálmate”. Quisiera ser eximido de la lucha. Quisiera un cielo siempre sereno y luces para indicar el camino. Pero sólo tengo la luz necesaria para dar el primer paso y la fuerza necesaria sólo para el primer golpe de remo. Y participo así en el conflicto entre el caos y la vida, participo en la victoria, tal vez lejana, pero segura, del Señor de la vida.
“Señor, ¿te importo?”: es la pregunta que nace de la historia de cada uno de nosotros. Repitámosla, vivámosla; repitámosla hasta que sacuda al que duerme, hasta que podamos oír la respuesta pacificadora y tranquilizadora: “Sí, me importas”. Y entonces cesarán los vientos que nos atormentan y dejará de darnos miedo el mar e iremos con él de orilla a orilla, de vida a vida, heridos, pero no rendidos, buscadores de un Dios próximo para quienes tienen el corazón herido».
Queridos hermanos: que nuestro seguimiento a Dios consista en poner toda nuestra confianza en Él y no confiar ni gloriarnos de nuestra pericia, porque los dones que poseemos los hemos recibido gratuitamente de Él, que todo lo puede. Solo Él nos puede otorgar la paz, solo Él. Que en nuestro camino al puerto que deseamos llegar, que es la vida eterna: la Santa Eucaristía sea el alimento que nos fortalezca; que el sacramento de la penitencia nos acerque a la misericordia de Dios; que la adoración al Santísimo Sacramento sea el momento cumbre de diálogo con Nuestro Señor Jesucristo; que la meditación de la Palabra sea fuente de inspiración de nuestras acciones; y que el rezo del Santo Rosario nos acerque más a la dulce intercesión de Nuestra Santísima Madre.
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.