LECTIO DIVINA DEL MARTES DE LA SEMANA XIV DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

«La cosecha es abundante pero los trabajadores son pocos; rueguen, pues, al Dueño de la cosecha que mande trabajadores para la cosecha» Mt 9,37-38.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo 9,32-28

En aquel tiempo, presentaron a Jesús un mudo endemoniado y expulsando el demonio, el mudo comenzó a hablar. Y la gente decía admirada: «Nunca se ha visto en Israel cosa igual». En cambio, los fariseos decían: «Este expulsa los demonios con el poder del príncipe de los demonios». Jesús recorría todas las ciudades y pueblos, enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias. Al ver a la gente, sintió compasión de ellos, porque estaban cansados y abandonados, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «La cosecha es abundante pero los trabajadores son pocos; rueguen, pues, al Dueño de la cosecha que mande trabajadores para la cosecha».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Ahora no va Jesús por los caminos. Pero vamos nosotros, y se escucha nuestra voz, la de la Iglesia. Todos estamos comprometidos en la evangelización, en que nuestros contemporáneos, jóvenes y mayores, oigan hablar de Jesús y se llenen de esperanza con su mensaje de salvación. Unos evangelizan desde su ministerio de responsables de la comunidad. Todos, desde su identidad de cristianos bautizados, “sacerdotes”, o sea, mediadores de la palabra y de la alegría de Dios para con los demás» (José Aldazábal).

El pasaje evangélico de hoy representa el tránsito entre la parte narrativa del Sermón de la montaña y el discurso de Jesús sobre la misión apostólica, que es el segundo discurso de Jesús en el evangelio de Mateo ubicado en el capítulo 10 y que empezaremos a meditar mañana.

En el texto de hoy se distinguen tres segmentos: el primero narra brevemente el exorcismo de un mudo; el segundo se refiere al recorrido itinerante de Jesús por ciudades y pueblos donde, compadecido y acogiendo tiernamente a los necesitados, anunciaba el reino de Dios, aliviaba, sanaba a las personas y expulsaba demonios. El tercer segmento apertura el envío misionero de los apóstoles: Jesús pide a sus discípulos orar para que Dios Padre envíe más obreros a trabajar para el reino de Dios. Esta parte también se ubica en Lucas 10,2.

La llegada del Mesías era vista como un tiempo de cosecha porque la verdad, que es Jesús quien libera y, con su misericordia, busca aliviar el sufrimiento humano. En la lectura, Jesús emplea las imágenes bíblicas de ovejas y mies para describir la dispersión espiritual del pueblo israelita, que no dista mucho de la situación actual de la humanidad.

Con la última petición de oración, Jesús señala que el horizonte de la misión apostólica es universal y de una universalidad concreta, al modo y al estilo del Maestro, y que se extenderá hasta el fin del mundo.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

Nuestro Señor Jesucristo vino al mundo a ser nuestro pastor. La gente acudía a Jesús y él siempre iba a su encuentro, porque Él es y será siempre el mismísimo amor. Su misericordia es más grande que nuestra miseria y la del mundo entero.

Nuestro Señor Jesucristo jamás rechaza a un corazón arrepentido. El resplandor de su misericordia alivia, sana, libera, resucita y renueva las esperanzas de los pobres de espíritu. Su compasión por nosotros supera todo límite. Pero, para poder llegar a todo el mundo requiere de la cooperación de todos nosotros, en oración y acción. Recordemos que, como hijos de Dios Padre, nuestra vocación es seguir a Nuestro Señor Jesucristo en toda circunstancia de nuestras vidas.

Hermanos: respondamos desde lo profundo de nuestros corazones: ¿Creemos firmemente en el amor y la misericordia de Nuestro Señor Jesucristo? ¿Nos acercamos confiadamente a su misericordia? ¿Rezamos para el dueño de la mies envíe más obreros para la cosecha? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a seguir el ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Padre amado y eterno, envía trabajadores a tu mies, que es mucha y pocos son los obreros, te lo suplicamos en el dulcísimo nombre de tu amado Hijo Jesucristo.

Santísima Trinidad, santifica a los sacerdotes y consagrados, para que nunca se aparten de tu presencia y sean santos e irreprochables por el amor.

Amado Jesús, felicidad de los santos, haz que los difuntos que desean contemplar tu rostro se sacien de tu visión.

Madre Santísima, Madre de la Iglesia, protege a todos los que, dejando su vida personal, abandonan todo por seguir a tu amado Hijo Jesús en consagración total y absoluta.

Madre Santísima, Madre de la Iglesia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con una homilía de San Juan Crisóstomo:

«Jesús, en cambio, tras de infinitas injurias y querellas: recorría las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, predicando el evangelio del reino de Dios y curando toda enfermedad y toda dolencia. Y no sólo no los castiga por ingratos, pero ni siquiera los reprende. Manifestaba así su mansedumbre… Recorría así las ciudades y aldeas y sinagogas, enseñándonos a rechazar las injurias, no con injurias, sino con beneficios mayores. Si tú haces los beneficios por Dios y no por los hombres, hagan lo que hagan tus consiervos, no dejarás de beneficiarlos, para que sea mayor tu recompensa… Cristo, para enseñarnos que procedía por pura benignidad, no sólo no esperaba a que los enfermos fueran a él, sino que iba en busca de ellos y les hacía un doble beneficio: el del reino de los cielos y el de la curación de todo género de enfermedades.

Y no se contentaba con esto sino que tomó otra providencia además. Pues dice el evangelista: Viendo a la muchedumbre, se enterneció de compasión por ella, porque estaban fatigados y decaídos, como ovejas sin pastor. Entonces dijo a los discípulos: «La mies es mucha, pero pocos los obreros. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies». Considera de nuevo cuan ajeno está a la vanagloria. Para no atraerlos todos personalmente hacia sí, manda a sus discípulos. Pero no únicamente por eso, sino además para adiestrarlos, a fin de que, ejercitándose en Judea, como en una palestra, se preparen de este modo para las luchas en todo el orbe…

Por de pronto los gradúa como médicos de las enfermedades corporales y les reserva para más tarde la curación de las almas, que es la principal. Advierte en qué forma les hace ver ser esto cosa fácil y necesaria. ¿Qué les dice? La mies es mucha y los obreros pocos. Como si les dijera: “Mirad que no os envío a la siembra, sino a la cosecha”… Les decía esto para reprimirles sus altos sentires e instruyéndolos al mismo tiempo para que tuvieran gran confianza y demostrándoles que ya había precedido el mayor trabajo».

Queridos hermanos: meditemos la Palabra de Dios cada día para recibir la sabiduría, la fortaleza, la prudencia y para hacer su voluntad en nuestras vidas. Recemos también para que las vocaciones sacerdotales y de consagrados sean abundantes, y pongamos todos los dones recibidos en nuestro servicio diario a Dios, sea cual sea el estado de nuestras vidas.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.