LECTIO DIVINA DEL DOMINGO DE LA SEMANA XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

«Yo soy el pan de vida. El que viene a mí, no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed». Jn 6,35.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan 6,24-35

En aquel tiempo, cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí. Se embarcaron y fueron a Cafarnaúm en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?». Jesús les contestó: «Les aseguro, no me buscan por los signos que vieron, sino porque comieron pan hasta saciarse. Trabajen no por el alimento que se acaba, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien el Padre Dios lo ha marcado con su sello». Ellos le preguntaron: «Y, ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?». Respondió Jesús: «La obra de Dios es esta: que crean en quien él ha enviado». Le replicaron: «¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Les dio a comer pan del cielo”». Jesús les replicó: «Les aseguro que no fue Moisés quién les dio el pan del cielo, sino que es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo». Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Jesús les contestó: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí, no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia. Ésta experimenta con alegría cómo se realiza continuamente, en múltiples formas, la promesa del Señor: “He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20); en la sagrada Eucaristía, por la transformación del pan y el vino en el cuerpo y en la sangre del Señor, se alegra de esta presencia con una intensidad única. Desde que, en Pentecostés, la Iglesia, Pueblo de la Nueva Alianza, ha empezado su peregrinación hacia la patria celeste, este divino Sacramento ha marcado sus días, llenándolos de confiada esperanza» (San Juan Pablo II).

La lectura de hoy forma parte del discurso eucarístico de Jesús del evangelio de San Juan, que comprende los versículos del 22 al 59, del capítulo 6. Para lograr una mejor comprensión de su sentido eucarístico se recomienda leer todo el texto. En el pasaje de hoy, versículos 24 al 35, nuevamente mucha gente no comprendió el alcance espiritual y profético de la multiplicación de los panes (Jn 6,1-15). Muchos buscaban a Jesús solo para satisfacer sus necesidades materiales, por ello, exigen como condición para creer en él, la realización de signos prodigiosos, como la provisión del maná, cuando los judíos deambularon en el desierto. Ante este concepto equivocado de aquel grupo de personas, Jesús se identifica como el verdadero pan divino, el alimento del alma; no como el maná, que simplemente nutría al cuerpo.

Jesús se presenta como el verdadero pan que alimenta el espíritu y lleva a la vida eterna, trascendiendo toda posibilidad humana. Pero para entender esta transformación, esta realidad divina, es imprescindible la fe.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

«En esto se manifiesta el hecho de que Dios no sólo ama, sino que “es amor”, como dice San Juan. Él es el único que no sólo quiere, sino que puede “amar hasta el extremo”. Por eso quiere hacerse alimento del hombre con todo su ser. Sólo él lo puede» (Romano Guardini).

Actualmente, la superficialidad impera en el mundo y exige el sensacionalismo para escapar de la lógica que prioriza la acumulación de alimentos terrestres y la vivencia de cosas sensuales como fuentes de felicidad. El mundo está fatalmente ciego y no se da cuenta de que estos alimentos no pueden saciar el hambre existencial del ser humano, que es el hambre de Dios. Por ello, no encuentra en sus códigos, por ejemplo, algo que admita la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía.

Frente a esta situación, la esencia de la madurez cristiana está en reconocer que Jesús es nuestro alimento, lo cual significa que Nuestro Señor Jesucristo es el sentido de nuestra vida. Ello implica reconocer todos los prodigios y milagros que Dios hace en nosotros a lo largo de nuestras vidas. Él siempre está presente, algunas veces escondido, otras veces se muestra amorosamente en cada uno de esos signos vitales.

Hermanos, reflexionando en la intimidad de nuestros corazones, respondamos: ¿Cuáles son las razones que nos impulsan a buscar a Jesús? ¿Es Jesús nuestro alimento fundamental? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a acudir confiadamente a Jesús, a creer en Él y a aceptar el alimento de vida eterna que sacia todo anhelo humano.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Atiende, Señor, a tus siervos y derrama tu bondad imperecedera sobre los que te suplican, para que renueves lo que creaste y conserves lo renovado en estos que te alaban como autor y como guía.

Amado Jesús, «Señor, danos siempre de ese pan», fortalece nuestra fe con los dones del Espíritu Santo para que seamos portadores de tu amor, un amor que se entregue a nuestros hermanos, especialmente a aquellos que se han alejado de ti y necesitan de tu amor en estos tiempos difíciles.

Amado Jesús, recibe en tu reino, por tu infinita misericordia, a las almas de nuestros hermanos que han partido a tu presencia sin el auxilio espiritual.

Madre Celestial, Madre de la Divina Gracia, Madre del amor hermoso, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un sermón de San John Henry Newman:

«Los escribas y los fariseos, aunque Cristo realizó obras que nadie más había hecho, insistieron en pedir un signo decisivo que probara de una manera irrefutable su divinidad. Si, es cierto, había realizado un gran evento, pero les había decepcionado. Se había producido un signo, pero no para ellos. Fue el único evento en el que él no aparecía como un signo de poder, sino de debilidad. Su humillación fue proclamada y anunciada al mundo entero. Cuando fue levantado de la tierra, desplegó su poder; atrajo a todos los hombres hacia él, pero no con lo que estaba a la vista, sino con lo que estaba escondido, que era materia de fe: con su virtud expiatoria.

No vayamos, pues, en busca de signos y milagros, ni pidamos prendas interiores y sensibles del favor de Dios. Corramos la aventura de la fe y conseguiremos creer en la prueba que los otros exigen antes de creer. El Dios omnipotente está escondido y el mundo no nos lo descubre; podemos ir a cualquier parte, pero no lo encontraremos. Lo más que podemos hacer por los caminos de la naturaleza es ir a tientas detrás de él, que, aunque no le veamos, está cerca de cada uno de nosotros.

Empieza con la fe, a fin de que puedas acabar en la santidad. Se te permite comenzar con la fe porque esta constituye una realidad santa y figura entre los primeros frutos de la santidad futura. La fe es la religión de los pecadores que empiezan a purificarse a sí mismos para Dios; y, en todos los tiempos y todas las economías, el justo ha vivido de la fe. Esforcémonos, por consiguiente, en ser sabios mientras el tiempo recibe el nombre de “hoy”. Busquemos al Señor y su gracia. Acerquémonos a él, que caminó sobre el mar y mandó a los vientos y multiplicó los panes. Veámosle con la fe, aunque nuestros ojos estén cerrados y no podamos reconocerle. Que nuestro dulce Señor esté siempre con nosotros, moviendo nuestros corazones desde dentro, hasta que apunte el día y desaparezcan las sombras».

Amado Jesús, nos comprometemos a comunicar siempre a nuestros hermanos, el infinito amor que nos tienes a cada uno. Tanto amor, que entregaste tu propia vida para nuestra salvación. También, Señor, deseamos unir nuestra fe a la Eucaristía, donde estás siempre presente.

Recordemos que cuando nosotros compartimos nuestro pan con quien lo necesita, no solo aliviamos la necesidad ajena, sino que contribuimos a fortalecer su fe en nuestro Dios providente y misericordioso, nos convertimos en instrumentos de su paz y de su amor. Seamos instrumentos del Señor.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.