LECTIO DIVINA DEL VIERNES DE LA SEMANA XX DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

«Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser» Mt 22,37.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo 22,34-40

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron alrededor de Él, y uno de ellos que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el principal mandamiento de la Ley». Él le dijo: «“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los profetas».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Yo, Señor, sé con certeza que os amo, y no tengo duda en ello. Heristeis mi corazón con vuestra Palabra y luego al punto os amé. Además de esto, también el cielo, la tierra y todas las criaturas que en ellos se contienen por todas partes, me están diciendo que os ame y no cesan de decírselo a todos los hombres, de modo que no puedan tener excusa si lo omiten. Pero el más alto y seguro principio de ese amor es que vos usáis con ellos vuestra misericordia, haciendo que os amen aquellos con quienes habéis determinado ser misericordioso…

Pero ¿qué es lo que yo amo cuando os amo? No es hermosura corpórea, ni bondad transitoria, ni luz material agradable a estos ojos. No son suaves melodías de cualquier canción, no la gustosa fragancia de las flores, ungüentos o aromas; no la dulzura del maná o la miel, ni finalmente deleite alguno que pertenezca al tacto o a otros sentidos del cuerpo. Nada de eso es lo que amo cuando amo a mi Dios; y no obstante eso, amo una cierta luz, una cierta armonía, una cierta fragancia, un cierto manjar y deleite cuando amo a mi Dios, que es luz, melodía, fragancia, alimento y deleite de mi alma. Resplandece entonces en mi alma una luz que no ocupa lugar; se percibe un sonido que no lo arrebata el tiempo; se siente una fragancia que no la esparce el aire; se recibe gusto de un manjar que no se consume comiéndose; y se posee estrechamente un bien tan delicioso que, por más que se goce y se sacie el deseo, nunca puede dejarse. Pues todo esto es lo que amo cuando amo a mi Dios» (San Agustín).

El texto que hoy meditamos también se encuentra en Lucas 10,25-28 y en Marcos 12,28-34. Trata sobre el precepto más importante o el gran mandamiento anunciado por Nuestro Señor Jesucristo ante la pregunta maliciosa de un fariseo, que además de ser una trampa, era un tema candente entre los fariseos. Jesús respondió citando al Shemá o plegaria judía del Deuteronomio 6,4-5: «Escucha Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amaras al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todas tus fuerzas». Después Jesús añade, citando al Levítico 19,18: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».

Con su respuesta, Jesús sintetiza toda la Torá en lo que consideraba fundamental, los amores inseparables: el amor a Dios y el amor al prójimo.

2. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rom 5,5).

Hermanos: la vida cotidiana nos plantea muchos imperativos. Nuestro Señor Jesucristo nos invita a reconocer entre ellos a aquel para el que hemos sido creados: amar a Dios y al prójimo.

El despliegue maravilloso del amor de Dios nos conduce al agradecimiento y alabanza a Él por nuestras vidas, nuestras familias, nuestro planeta, por todos los dones que recibimos de su amor. A la vez, nos cuestiona sobre nuestra manera de amar a Dios y amar al prójimo a través de nuestras obras.

En este sentido, tengamos en cuenta lo que nos dice San Bernardo de Claraval: «Alcanzar el cuarto grado del amor a Dios es volverse divino. Como una gota de agua vertida en el vino se pierde, y toma el color y el sabor del vino; o como una barra de hierro, al rojo vivo, se convierte en fuego mismo, olvidando su propia naturaleza; o como el aire, radiante de rayos del sol, parece no estar tan iluminado como para ser la luz misma; entonces en los santos todos los afectos humanos se desvanecen por alguna transmutación indescriptible en la voluntad de Dios».

Haciendo silencio en nuestro corazón, respondamos: ¿Somos conscientes de que nuestra vida eterna depende de nuestro amor a Dios y al prójimo? Que las respuestas a esta pregunta permitan acercarnos a la plenitud del amor de Nuestro Señor Jesucristo a través del prójimo.

¡Jesús, María y José nos aman!

3. Oración

Dios eterno y maravilloso, tú que nos amas a pesar de nuestras debilidades y ofensas, concédenos la fuerza y los dones del Espíritu Santo para conocerte más, amarte más y servirte, amando al prójimo todos los días de nuestra vida.

Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, concédenos la gracia de reconocer en el prójimo más necesitado a Nuestro Señor Jesucristo y cumplir el mandamiento del amor con generosidad y misericordia. Espíritu Santo derrama tu santa luz para que el mundo acoja las revelaciones de amor de Nuestro Señor Jesucristo con el convencimiento de que el amor de Dios todo lo puede.

Amado Jesús, gracias por recordarnos que tu amor es misericordioso, bondadoso y que consiste en atender al hermano necesitado, tal como tú lo hiciste durante tu vida y especialmente en la cruz.

Santísima Trinidad, haz que los sacerdotes y consagrados sean fieles a la misión de llevar la Palabra y tu misericordia a todo el mundo.

Amado Jesús, imploramos tu misericordia para que todas las almas del purgatorio hereden la vida eterna.

Madre Santísima, Madre del Amor hermoso, intercede por nuestras peticiones ante la Santísima Trinidad. Amén.

4. Contemplación y acción

Hermanos, con un gozo pleno por la sabiduría de Dios, contemplémoslo con un texto del Beato Juan van Ruysbroeck:

«El primer modo de canto celeste es el amor a Dios y al prójimo. El Padre nos envió a su Hijo para enseñárnoslo. El que no conoce ese modo, no puede entrar en el coro celeste, ya que no tiene ni el conocimiento ni el ornamento y deberá vivir eternamente afuera. (…)

Amar a Dios y al prójimo en vista de Dios, a causa de Dios y en Dios, he aquí en efecto, lo más sublime y alegre que puede ser cantado en el cielo y la tierra. El arte y la ciencia de este canto son dados por el Espíritu Santo. Cristo, nuestro solista y director de coro, ha cantado desde el inicio y nos entonará eternamente el cántico de fidelidad y amor sin fin. Después, nosotros, también cantaremos con toda nuestra fuerza, tanto aquí abajo como en medio del coro de la gloria de Dios.

Así, el amor verdadero y sin fingimientos, es el canto común que tienen todos que conocer para ser parte del coro de los ángeles y santos en el Reino de Dios. El amor es raíz y causa de todas las virtudes interiores y ornamento y verdadero atavío de las buenas obras exteriores. Vive de sí mismo y es su propia recompensa. No puede equivocarse en su acción porque fuimos precedidos y superados por Cristo, que nos ha enseñado el amor y que vivió en el amor con los suyos. Debemos entonces imitarlo, para ser salvados y bienaventurados con él.

Tal es el primer modo del canto celeste, que la sabiduría de Dios enseña por medio del Espíritu Santo a todos sus discípulos obedientes».

Señor, confiados en tu paciencia y misericordia, deseamos asumir el compromiso de contrastar nuestras vidas con tus mandamientos de amor. Deseamos, Señor, alabarte toda nuestra existencia. Bendito y alabado seas Señor.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.