LECTIO DIVINA DEL DOMINGO DE LA SEMANA XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

«Effetá», que quiere decir: «Ábrete». Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la atadura de su lengua y hablaba sin dificultad. Mc 7,34-35.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Marcos 7,31-37

En aquel tiempo, Jesús dejó el territorio de Tiro, pasó por Sidón, y fue hacia el mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá», que quiere decir: «Ábrete». Y, al momento, se le abrieron los oídos, se le soltó la atadura de su lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«El mundo necesita a Dios. Nosotros necesitamos a Dios. ¿Qué Dios necesitamos? En la primera lectura, el profeta se dirige a un pueblo oprimido, diciendo: “Llegará la venganza de Dios” (Is 35,4). Nosotros podemos fácilmente intuir cómo se imaginaba la gente esa venganza. Pero el profeta mismo revela luego en qué consiste: en la bondad de Dios, que vendrá a sanarlos. Y la explicación definitiva de las palabras del profeta la encontramos en Aquel que murió por nosotros en la cruz: en Jesús, el Hijo de Dios encarnado, que aquí nos contempla con tanta insistencia. Su “venganza” es la cruz: el “no” a la violencia, el “amor hasta el extremo”.

Este es el Dios que necesitamos. No faltamos el respeto a las demás religiones y culturas, no faltamos el respeto a su fe si confesamos en voz alta y sin medios términos a aquel Dios que opuso su sufrimiento a la violencia, que ante el mal y su poder, eleva su misericordia como límite y superación. A él dirigimos nuestra súplica, para que esté en medio de nosotros y nos ayude a ser sus testigos creíbles. Amén» (Benedicto XVI).

El milagro que narra el pasaje evangélico de hoy ocurre en territorio pagano. El sordomudo es el símbolo de la actitud cerrada y de resistencia de los paganos frente a la Palabra de Dios y su proyecto de salvación: sordo para escuchar a Jesús y sin voz para proclamar sus enseñanzas. Así, Jesús, con un método nuevo e insólito al sanar al sordomudo, demuestra que la fe no tiene fronteras de ningún tipo y que en la Iglesia no hay extranjeros. Jesús siempre desea que aquel que sufre recobre la paz y la alegría; en este sentido, tengamos en cuenta la exhortación de Jesús: «Effetá».

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

En la lectura es importante destacar el gesto extraño de Nuestro Señor Jesucristo para acercarse y entrar en contacto con el sordomudo. Ante la ausencia de la capacidad de hablar y de escuchar, Nuestro Señor Jesucristo encuentra una forma especial para hacerle entender al sordomudo que desea establecer un contacto liberador con él.

Tengamos en cuenta también que el sordomudo fue llevado ante Nuestro Señor Jesucristo por otras personas benefactoras que tenían fe en la acción sanadora y liberadora de Nuestro Señor Jesucristo. El profundo simbolismo de los protagonistas del milagro nos hace reflexionar acerca de que la proximidad a ideologías contrarias a Dios aleja a las personas de los mandamientos del amor.

Cuántas veces, bloqueados por nuestro orgullo y otros sentimientos negativos, no tenemos la sensibilidad para reconocer la cercanía de Nuestro Señor Jesucristo. Cuántas veces cerramos nuestro corazón ante la llamada de Nuestro Señor Jesucristo a través de su Palabra, o ante las situaciones que reclaman, de nosotros, una posición firme de defensa de la vida. Cuántas veces mantenemos nuestros oídos sordos ante la voz correctora de nuestros hermanos. Cuántas veces callamos ante tantas injusticias. Hermanos, que las respuestas a estos cuestionamientos nos ayuden a tener un corazón más sensible para identificar el rostro de Nuestro Señor Jesucristo en nuestros hermanos más vulnerables y en toda circunstancia de nuestras vidas.

Nuestro Señor Jesucristo toca hoy, simbólicamente, los oídos de toda la humanidad para que estén abiertos a sus enseñanzas. Así mismo, toca sus labios para proclamar la Palabra con el lenguaje del amor, porque los mandatos del Señor liberan a los oprimidos por el pecado y la enfermedad.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Oh, Dios, por ti nos ha venido la redención y se nos ofrece la adopción filial; mira con bondad a los hijos de tu amor, para que cuantos creemos en Cristo alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna.

Amado Jesús, Salvador del mundo, repite hoy el “Effetá” que expresaste ante el sordomudo para que seamos capaces de encontrar el lenguaje hablado y activo para mostrar tu amor a aquellos que están distraídos y no te siguen.

Jesús, Hijo de Dios, fuente inagotable de amor, misericordia y pureza, otorga a la Iglesia los dones para liberar a las personas de la esclavitud del pecado, promoviendo la esperanza y la alegría.

Amado Jesús, justo juez, Amor de los amores, misericordia pura, ten compasión de los difuntos, especialmente de aquellos que más necesitan de tu infinita misericordia.

Madre Santísima, Inmaculada Concepción, Reina de la paz y de la esperanza, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un escrito de Adelaide Anzani Colombo:

«Vamos cada uno por su propia cuenta, en la envoltura impenetrable – sorda y muda – de nuestro yo. Hasta las relaciones humanas más elementales e inevitables parecen crear realidades prisioneras, a su vez, de sí mismas e incapaces de un entendimiento recíproco: la pareja cerrada, la familia cerrada, el círculo cerrado, la asociación cerrada, la parroquia cerrada, el país cerrado, la patria cerrada …

La sordera del egoísmo personal y social incuba y desprende las chispas para el fuego destructor que invade el corazón humano y la historia. Ahora bien, por encima del corazón y por encima de la historia, sólo con que lo queramos, se extiende la mano de Jesús, y su voz dice: “Effetá” o “¡Abríos!”. Hay un milagro en nuestro destino y solo espera nuestra adhesión para realizarse: nuestra “voluntad” de curarnos reconociendo que estamos enfermos de sordera y de mutismo, es decir, de no saber amar. Porque es el no amor el que encierra en torno al corazón la inhóspita fortaleza inaccesible al otro y delimita bien sus confines con alambre de espino. “¡Abríos!”. Y todo podrá suceder entonces, todo podrá cambiar.

El corazón aislado, antipático, inhóspito, el corazón cerrado, impedido, cercado, ocultado, sepultado, para el que toda la ida es inhóspita, y está impedida y sepultada, podrá finalmente abrirse, ensancharse, desplegarse, con la escucha de la Palabra; se volverá capaz de escuchar y de hablar, de ofrecerse y de aceptar el don ajeno, de consolar y de ser consolado, de repartir, compartir, dispensarse por completo, mezclarse. Se volverá capaz de amar, con el signo de la alegría incontenible que nace de una vida abierta de par en par al don recíproco, de la fiesta sin fin que acoge al Liberador victorioso del mal. El milagro del sordomudo, al mismo tiempo que cuenta la historia personal del encuentro entre un hombre enfermo y el amor compasivo que lo cura, cuenta, sobre todo, el milagro de un Dios infinitamente “abierto” y que quiere a todo hombre a su imagen y semejanza en el amor».

Hermanos, hagamos el compromiso abrir nuestros oídos a las voces que reclaman nuestra acción cristiana frente a la injusticia humana y abramos nuestros labios para defender a quienes no tienen voz. Salgamos al encuentro de los dones de Dios a través de la oración, mediante la realización de obras de misericordia en favor de nuestros hermanos más necesitados. Incorporemos en nuestra peregrinación diaria la meditación de la Palabra, participemos de la Santa Eucaristía, adoremos al Santísimo Sacramento y acudamos al sacramento de la penitencia.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.

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