LECTIO DIVINA DEL VIERNES DE LA SEMANA XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

SANTOS ANDRÉS KIM, PABLO CHONG Y COMPAÑEROS, MÁRTIRES

«Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el evangelio del reino de Dios» Lc 8,1.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 8,1-3

En aquel tiempo, Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades. María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«El hecho de ser hombre o mujer, no comporta ninguna restricción en lo que concierne a la misión, de la misma manera que la acción salvífica y santificante del Espíritu en el hombre no está limitada por el hecho de ser judío o griego, esclavo o libre, según nos viene expresado en las palabras bien conocidas del apóstol Pablo: “Porque todos no formáis más que uno en Cristo Jesús” (Gal 3,28).

Esta unidad no suprime las diferencias. El Espíritu, que hace realidad esta unidad en el orden sobrenatural de la gracia santificante, contribuye, en la misma medida, al hecho de que “vuestros hijos e hijas profetizarán” (Jl 3,1). Profetizar significa expresar, a través de la palabra y la vida “las maravillas de Dios” (Hch 2,11), salvaguardando la verdad y la originalidad de cada persona, sea hombre o mujer. La igualdad evangélica, la paridad del hombre y la mujer frente a las maravillas de Dios, tal como nos ha sido manifestada con total claridad en las obras y las palabras de Jesús de Nazaret, constituye el fundamento más evidente de la dignidad y la vocación de la mujer en la Iglesia y en el mundo. Toda vocación tiene un sentido profundamente personal y profético. En la vocación así comprendida, la personalidad de la mujer encuentra una dimensión del todo nueva: es la dimensión de las “maravillas de Dios” de las cuales la mujeres  testimonio irreemplazable» (San Juan Pablo II).

Hoy conmemoramos el martirio de los santos Andrés Kim, Pablo Chong y compañeros, quienes, en el siglo XIX, en Corea, dieron su vida por Nuestro Señor Jesucristo. Fueron 103 mártires los que fueron canonizados el 6 de mayo de 1984 por San Juan Pablo II en Seúl, Corea.

En el pasaje evangélico de hoy, Jesús trae por los suelos todos los prejuicios en torno a la mujer, al mostrarse audaz y sorprendente. Para Jesús, el hombre y la mujer tienen la misma dignidad como hijos y criaturas de Dios, a ambos los bendijo y les confió la creación.

Hombres y mujeres imitaban los ejemplos de Jesús. La naciente Iglesia estaba integrada por hombres y mujeres que renunciaron a su vida anterior para seguir a Jesús. San Lucas es el evangelista que narra el mayor número de episodios que destacan la relación entre Jesús y las mujeres.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

La lectura resalta de manera especial el rol que cumplían las mujeres como seguidoras de Jesús. Ellas no se mantienen en el anonimato del gentío que sigue a Jesús, sino que, con una fidelidad especial, lo acompañan, desafiando las difíciles condiciones del camino itinerante de Nuestro Señor Jesucristo.

Como decía San Juan Pablo II: «Desde el comienzo de la misión de Cristo, la mujer muestra, con relación a él y a todo su misterio, una particular sensibilidad que corresponde a una de las características de su feminidad. Además, conviene señalar que esta verdad se confirma de manera particular en el misterio pascual, no solamente en el momento de la crucifixión, sino todavía más al amanecer del día de la resurrección. Las mujeres son las primeras en estar junto al sepulcro. Son las primeras que lo encuentran vacío. Son las primeras en oír: “No está aquí: ha resucitado, como había dicho” (Mt 28,6). Son las primeras en abrazar sus pies (Mt 28,9). También son las primeras llamadas a anunciar esta verdad a los apóstoles (Mt 28,1-10; Lc 24,8-11)».

Hermanos, meditando el pasaje evangélico, respondamos: ¿Adoptamos la misma actitud de Jesús respecto a sus seguidores, hombres y mujeres? ¿Defendemos a las mujeres que sufren violencia o abusos? Que las respuestas a estas preguntas nos permitan dejar de lado los prejuicios y valorar el rol de todos, hombres y mujeres, para llevar la Palabra viva a todos los que necesitan conocer a Dios; así como ser coherentes con las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Oh, Dios, que te has dignado multiplicar los hijos de adopción en todo el orbe de la tierra, e hiciste que la sangre de los santos mártires Andrés y compañeros fuera semilla fecunda de los cristianos, concédenos que, fortalecidos por su ayuda, avancemos continuamente siguiendo su ejemplo.

Amado Jesús, por tu infinita bondad y misericordia, enséñanos a mirar con los ojos de tu amor a cada uno de nuestros semejantes, hombres y mujeres, para que podamos hacer realidad el proyecto que Dios tiene para cada uno de nosotros.

Amado Jesús, envía tu Santo Espíritu para que cese el accionar de conductas violentas que van en contra de la mujer, de los niños en el vientre materno y de todas las personas vulnerables.

Amado Señor Jesús, a quien toda lengua proclamará: Señor para gloria de Dios Padre, recibe en tu reino, por tu inmensa misericordia, a nuestros hermanos difuntos.

Madre Santísima, fundamento firme de la Iglesia desde sus primeros tiempos y hasta la eternidad; María, Inmaculada, Madre de la Divina Gracia, Estrella de la Evangelización, ruega por nosotros.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de Silvano Fausti:

«Esta compañía de Jesús está abierta a las mujeres. Los rabinos no las admitían en el círculo de sus discípulos… Ahora bien, en Jesucristo ya no hay hombre ni mujer (Gál 3,28). Las eventuales distinciones culturales o naturales son secundarias con respecto al privilegio de estar “con él”, que es la misma vida. Toda distinción está destinada a desaparecer o a asumir su significado positivo en la medida en que se está en él.

Las mujeres desempeñan una gran misión en la comunidad primitiva (cf. Rom 16,1; Hch 1,14; 12,12; 16,13s; 17,4.12.34), tal vez porque la mujer, figura materna, es acogida (véase la tierra que acoge la semilla en el pasaje siguiente), habitación, lugar donde el hombre puede vivir y estar en su casa. La misma María, que es arquetipo de la Iglesia y del creyente, es presentada en los primeros dos capítulos como arca de la alianza y en la cual habita el Altísimo. La figura mujer-casa-tierra-madre está ligada estrechamente con la Palabra que se acoge y se guarda en el corazón…

El común denominador de estas mujeres, como el de todo el pueblo (cf. 7,21), es la experiencia del cuidado que el Señor Jesús ha asumido: tienen la experiencia del don y del perdón y, por consiguiente, del “amor más grande”. Por eso aman más, así como también se han sentido más amadas…

Este amor como respuesta al que las ha amado primero es el motivo de que ellas estén con Jesús y a su servicio. Así como el egoísmo se muestra sirviéndose del otro y sometiéndolo, así también el amor se muestra en el servicio al otro para liberado de sus necesidades. Este amor consiste más en hechos que en palabras… Este amor se extiende también a los que están con Jesús, al pie de ese cuerpo del cual él es cabeza. Así se expande el buen perfume de Cristo (2 Cor 2,14). Este servicio hace materialmente imposible la vida a los otros porque da de lo propio, de conformidad con la imagen de la mujer-madre, que representa el elemento necesario para la vida.

Las mujeres están estrechamente asociadas a los Doce y, además, “sirven con sus bienes, a semejanza de Jesús. En efecto, ya han sido curadas de esos males y de esos espíritus malignos que los discípulos todavía tienen y que les impiden servir (cf. 22,24ss). Por eso, tal vez, a diferencia de ellos, están sabre el Calvario y junto al sepulcro, presentes en la muerte y en la vida…

Con los Doce y con “muchas otras” constituyen la primera comunidad de la Iglesia itinerante, que deja a sus espaldas un pasado de miedo y avanza libre para el anuncio».

Hermanos: hagamos el compromiso de seguir las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo y, sin prejuicios, respetemos la dignidad de todas las personas, hombres y mujeres. Así mismo, en la búsqueda de la coherencia entre nuestras creencias cristianas y nuestro accionar, es preciso que defendamos a las mujeres que están en riesgo y sufren violencia. Que la Santa Eucaristía, el pan de los ángeles, sea nuestro alimento para permanecer en continua acción de gracias con la Santísima Trinidad.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.

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