LECTIO DIVINA DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

«A quien se le dio mucho, se le exigirá mucho; y a quien se le confió mucho, se le pedirá mucho más» Lc 12,48.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 12,39-48

En aquel tiempo, dijo el Jesús a sus discípulos: «Comprendan que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría asaltar su casa. Lo mismo ustedes, estén preparados, porque a la hora que menos piensen viene el Hijo del hombre». Pedro le preguntó: «Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?». El Señor le respondió: «¿Quién es el administrador fiel y prudente a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración de alimentos a sus horas? Bienaventurado el criado a quien su señor, al llegar, lo encuentre portándose así. En verdad les digo, que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si el empleado piensa: “Mi señor tarda en llegar”, y empieza a pegarles a los criados y a las criadas, y se pone a comer y a beber y a emborracharse. Llegará el señor de aquel criado el día y la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles. El criado que conoce la voluntad de su señor, pero no está preparado y no obra según su voluntad, recibirá un castigo muy severo. En cambio, el que sin conocer esa voluntad hace cosas reprobables, recibirá un castigo menor. A quien se le dio mucho, se le exigirá mucho; y a quien se le confió mucho, se le pedirá mucho más».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«La fidelidad es el sello del verdadero discipulado, y esta fidelidad se manifiesta en la constancia de vivir cada día como si fuera el día del encuentro con Cristo» (San Cirilo de Jerusalén).

La lectura de hoy forma parte del pasaje evangélico denominado “Vigilancia ante la venida del Hijo del hombre”, en Lc 12,35-48. Hoy meditaremos los versículos del 39 al 48. La primera parte narra la parábola del dueño y el siervo. Hoy, el texto comprende dos parábolas: una sobre el dueño de la casa y el ladrón, y la segunda sobre el propietario y el administrador.

La imagen del ladrón es recurrente en el Nuevo Testamento para invitar a la vigilancia: «El día del Señor llegará como un ladrón» (1Tes 5, 2; 2Pe 10); «si no estás en vela, vendré como ladrón» (Ap 3,3); «vengo como ladrón» (Ap 16,15). De esta manera, Jesús acentúa lo inesperado de su venida.

En la segunda parábola, ante la pregunta de Pedro, Nuestro Señor Jesucristo a través de la formulación de una pregunta parabólica y de una respuesta esperanzadora, alude directamente a quienes están al frente de las comunidades cristianas: la fidelidad de los siervos se pone a prueba con el retraso de la vuelta de su señor. También señala el destino del administrador negligente e infiel.

Jesús se acerca cada día a nosotros: en el pobre, en el enfermo, en el oprimido y esclavizado por el poder que reclama liberación. El Señor siempre está a la puerta. Permanezcamos vigilantes, con esperanza gozosa y con los brazos abiertos para recibirlo. No lo hagamos esperar bajo la tormenta.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

Nuestro Señor Jesucristo continúa exhortándonos a la vigilancia, aquella que nos libera y nos prepara para el encuentro definitivo con Dios. En nuestros días, este mensaje es más relevante que nunca. Vivimos en una época en la que la comodidad y el entretenimiento fácil pueden hacer que nos olvidemos de nuestra misión como cristianos. Es fácil caer en la complacencia, en la idea de que hay tiempo para todo, que ya nos ocuparemos de lo importante más adelante; pero la llamada de Jesús es urgente: el momento es ahora. El único tiempo que realmente tenemos es el presente, y nuestra responsabilidad es hacer fructificar los dones que hemos recibido en cada instante.

Un ejemplo práctico podría ser el uso de nuestros talentos y recursos. Muchas veces, tenemos la tentación de guardar nuestros dones o de pensar que no tenemos nada que ofrecer. Pero el Señor nos ha confiado mucho, y nos llama a poner esos talentos al servicio de los demás; tal vez sea en nuestra familia, en nuestra comunidad, o incluso en nuestro lugar de trabajo, donde podemos ser luz y testimonio de una vida entregada a Dios. Ser fieles administradores significa estar dispuestos a salir de nuestra zona de confort y responder con generosidad a las necesidades que vemos a nuestro alrededor.

Nuestro Señor Jesucristo también nos hace una promesa de felicidad cuando dice: «Bienaventurado el criado a quien su señor, al llegar, lo encuentre portándose así. En verdad les digo que lo pondrá al frente de todos sus bienes».

Hermanos: meditando la lectura, respondamos: ¿Somos buenos administradores de las gracias y de la misión que hemos recibido de Dos? ¿Reconocemos a Nuestro Señor Jesucristo en nuestra vida diaria? Que las respuestas a estas preguntas nos alienten a poner los talentos recibidos al servicio de los planes de salvación de Dios.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Amado Jesús, tú nos llamas a vivir con un corazón vigilante y a ser fieles administradores de los dones que nos has confiado. Sabemos que nuestra vida es un regalo, una oportunidad para amarte y servirte en cada momento. Te pedimos que nos des la gracia de vivir cada día con sentido, atentos a tu presencia y dispuestos a responder con generosidad a tu llamada.

Espíritu Santo, ilumina nuestros corazones para que podamos reconocer los dones que hemos recibido y discernir cómo ponerlos al servicio de los demás.

Amado Jesús, misericordioso Salvador, concede la luz de tu amor y salvación a todas las personas agonizantes y lleva al banquete celestial a todos los difuntos, en especial, a aquellos que partieron en un momento de falta de lucidez espiritual.

Madre Santísima, Esposa del Espíritu Santo, Madre de la Divina Gracia, ayúdanos en nuestra lucha contra el mal e intercede ante tu Hijo amado por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Dios con un sermón del Beato Guerrico de Igny:

«“Israel, prepárate al encuentro del Señor, que viene” (cf Am 4,12). Y vosotros también, hermanos míos, “estad preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora que menos penséis”. Nada más seguro que su llegada, pero también nada más incierto que el momento de esta llegada. En efecto, nos incumbe tan poco conocer los tiempos o los momentos que el Padre, en su omnipotencia, ha fijado, que hasta los mismos ángeles que lo rodean, desconocen el día y la hora (Hch 1,7; Mt 24,36). Es cierto que nuestro último día llegará; pero cuándo, dónde y cómo, nos es muy incierto; solo sabemos lo que les dijo a nuestros antepasados, que “ante los ancianos está en el umbral, mientras que ante los jóvenes se mantiene al acecho” (Bernardo)…

No haría falta que este día nos cogiera de improviso, sin preparar, como un ladrón durante la noche… Que el temor, estando alerta, nos mantenga siempre preparados, hasta que la seguridad suceda al temor, y no el temor a la seguridad. “Estaré vigilante, dice el Sabio, con el fin de guardarme de toda culpa” (Sal 17,24) no pudiendo evitar la muerte. Sabe, en efecto, que “el justo, aunque muera prematuramente, encontrará el descanso” (Sb 4,7); mucho más, triunfarán ante la muerte aquellos que no fueron esclavos del pecado durante su vida. Qué bello es, hermanos míos, qué felicidad, no sólo estar fuera de peligro ante la muerte, sino además triunfar con gloria, fuerte testimonio de su conciencia».

Hermanos: hagamos el propósito de vivir cada día como si fuera el día del encuentro con el Señor. Esto no significa vivir con ansiedad, sino con una profunda conciencia de la gracia que es cada momento. San Juan Pablo II nos exhortaba a «vivir la vida como un don, no como una carga; como una oportunidad de amar y servir, no como una serie de obligaciones». Cada instante es una oportunidad de ser fieles, de amar, de servir y de crecer en santidad.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.