LECTIO DIVINA DEL DOMINGO DE LA SEMANA XXX DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

«Anda, tu fe te ha curado». Mc 10,52.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Marcos 10,46-52

En aquel tiempo, cuando salía Jesús de Jericó acompañado de sus discípulos y de mucha gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí». Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí». Jesús se detuvo y dijo: «Llámenlo». Llamaron al ciego diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama». Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: «¿Qué quieres que haga por ti?». El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver». Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado». Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Bartimeo, una vez recuperada la vista gracias a Jesús, se unió al grupo de los discípulos, entre los cuales seguramente había otros que, como él, habían sido curados por el Maestro. Así son los nuevos evangelizadores: personas que han tenido la experiencia de ser curados por Dios, mediante Jesucristo. Y su característica es una alegría de corazón, que dice con el salmista: “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres” (Sal 125,3). También nosotros hoy, nos dirigimos al Señor con gozoso agradecimiento, haciendo nuestra una oración de san Clemente de Alejandría: “Hasta ahora me he equivocado en la esperanza de encontrar a Dios, pero puesto que tú me iluminas, oh Señor, encuentro a Dios por medio de ti, y recibo al Padre de ti, me hago tu coheredero, porque no te has avergonzado de tenerme por hermano. Cancelemos, pues, cancelemos el olvido de la verdad, la ignorancia; y removiendo las tinieblas que nos impiden la vista como niebla en los ojos, contemplemos al verdadero Dios…; ya que una luz del cielo brilló sobre nosotros sepultados en las tinieblas y prisioneros de la sombra de muerte, [una luz] más pura que el sol, más dulce que la vida de aquí abajo”. Amén». (Benedicto XVI).

El pasaje evangélico de hoy, denominado “Jesús sana a un ciego”, también se ubica en Mt 20,29-34 y en Lc 18,35-43. La sanación de Bartimeo es el último milagro de Jesús en el evangelio de Marcos.

El texto nos sitúa en Jericó, una ciudad histórica cargada de simbolismo, a las puertas de la última etapa del viaje de Jesús hacia Jerusalén, donde enfrentará su pasión y muerte. En medio de la multitud que acompañaba a Jesús, aparece Bartimeo, un ciego mendigo sentado al borde del camino. Bartimeo, al enterarse de que Jesús de Nazaret estaba pasando, empieza a clamar con todas sus fuerzas: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!».

Jericó era una ciudad importante, llena de actividad y comercio. La presencia de Bartimeo, un hombre ciego que mendigaba al borde del camino, representa a todos aquellos que, en medio del bullicio de la vida, se encuentran marginados y olvidados. La actitud de la multitud, que intenta callar a Bartimeo, refleja nuestra tendencia humana a ignorar el sufrimiento y la necesidad de los demás. Sin embargo, el grito de Bartimeo es más fuerte que la oposición que enfrenta, y Jesús, quien siempre escucha el clamor del corazón sincero, se detiene y lo llama. Este encuentro es una poderosa manifestación de la misericordia de Dios, que se acerca a quien clama con fe y esperanza.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

Pasar de la oscuridad a la luz requiere de fe y de una gran disposición a quedar envueltos en su dinámica sanadora y liberadora. La fe es la fuerza que mueve montañas, es la compañera perfecta de la firme voluntad de querer estar sanos.

Muchas veces no vemos el amor de Dios, no vemos la dignidad en los demás, y no reconocemos el propósito profundo de nuestra vida. Bartimeo nos enseña que el primer paso hacia la sanación es reconocer nuestra necesidad y clamar al Señor sin temor. Por ello, si en algún momento de nuestras vidas nos encontramos en una oscuridad profunda y no hay un rayo de luz que nos oriente, debemos pedir a Cristo: «Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí», lo cual propiciará el encuentro personal y profundo con Jesús, activando la dinámica de la sanación.

Esta dinámica tiene tres pasos: el primero es el reconocimiento humilde de nuestra pequeñez, enfermedad o ceguera espiritual; el segundo paso consiste en levantarse y acudir presuroso al llamado permanente de Nuestro Señor Jesucristo que nos pregunta: «¿Qué quieres que haga por ti?». Y el tercer paso es la afirmación sincera del deseo de liberación; de esta manera, nuestra fe no quedará defraudada.

Después de este itinerario, debemos exultar alegres y proclamar, como Bartimeo, la grandeza del Señor en nuestras vidas, porque cuando una persona o comunidad recibe la luz de Cristo, se convierte y lo proclama a los cuatro vientos para que otros se acerquen a la gracia.

Reflexionando la lectura, intentemos responder: ¿Estamos dispuestos a dejar atrás nuestras seguridades y nuestros miedos para acercarnos a Jesús? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a aumentar nuestra fe, a transformar nuestra vida y a seguir a Jesús en el camino del discipulado.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Dios todopoderoso y eterno, aumenta nuestra fe, esperanza y caridad, y, para que merezcamos conseguir lo que prometes, concédenos amar tus preceptos.

Amado Jesús, Hijo de David, haz que, como Bartimeo, tengamos la valentía de clamar a ti sin miedo, sin importar las voces que intenten callarnos. Danos la fe para reconocer nuestra necesidad y para acercarnos a ti con confianza, sabiendo que tú siempre escuchas a los que te buscan con corazón sincero. Que podamos escuchar tu llamada, levantarnos y acercarnos a ti, y que al recobrar la vista espiritual, podamos seguirte por el camino del amor y del servicio.

Amado Jesús, misericordioso Salvador, otorga tu perdón a las almas del Purgatorio, especialmente a las que más necesitan de tu infinita misericordia y permíteles contemplar tu rostro amoroso.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos a Jesús deteniéndose en su camino para responder al clamor de Bartimeo. Jesús es el Buen Pastor que no pasa de largo ante el sufrimiento, sino que siempre se detiene para sanar, para restaurar, para dar vida. Imaginemos su mirada llena de compasión, su voz que nos llama a acercarnos, su presencia que nos trae la luz y la sanación que tanto necesitamos.

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de Santa Gertrudis de Helfta:

«En ti, Oh Dios vivo, mi corazón y mi carne se estremece, y mi alma se regocija en ti, mi verdadera salvación. ¿Cuándo te verán mis ojos, Dios de los dioses, Dios mío? ¿Dios de mi corazón, cuándo me regocijarás con la visión de la dulzura de tu rostro? ¿Cuándo colmarás el deseo de mi alma con la manifestación de tu gloria?

¡Dios mío, tú eres mi herencia escogida de entre todos, mi fuerza y mi gloria! ¿Cuándo entraré en tu omnipotencia para ver tu fuerza y tu gloria? ¿Cuándo en lugar del espíritu de tristeza me revestirás con el manto de la alabanza, para que unido a los ángeles, todo mi ser te ofrezca un sacrificio de aclamación?

¿Dios de mi vida, cuándo entraré en el tabernáculo de tu gloria, para poder cantarte en presencia de todos los santos, y proclamar con el alma y el corazón que tus misericordias para conmigo han sido magníficas? ¿Cuándo se romperá la red de esta muerte, para que mi alma pueda verte sin intermediario?… ¿Quién resistirá a la vista de tu claridad? ¿Cómo podrá verte el ojo y oírte la oreja, contemplando la gloria de tu rostro?».

Queridos hermanos: pidamos todos los días la fe, aquella fe que libera y transforma, que nos hace ver la vida con los ojos del amor, y hagamos el propósito de dedicar más tiempo a la oración personal, a ese encuentro íntimo con el Señor donde podamos, como Bartimeo, presentarle nuestras necesidades y escuchar su voz.

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.

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