LECTIO DIVINA DEL VIERNES DE LA SEMANA XXX DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

«Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios» Mt 5,8-9.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según San Mateo 5,1-12a

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles: «Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos ustedes cuando los insulten, los persigan y los calumnien de cualquier modo por mi causa. Estén alegres y contentos porque su recompensa será grande en el cielo».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«En este día sentimos que se reaviva en nosotros la atracción hacia el cielo, que nos impulsa a apresurar el paso de nuestra peregrinación terrena. Sentimos que se enciende en nuestro corazón el deseo de unirnos para siempre a la familia de los santos, de la que ya ahora tenemos la gracia de formar parte. Como dice un célebre canto espiritual: “Cuando venga la multitud de tus santos, oh, Señor, ¡cómo quisiera estar entre ellos!”. Que esta hermosa aspiración anime a todos los cristianos y les ayude a superar todas las dificultades, todos los temores, todas las tribulaciones. Queridos amigos, pongamos nuestra mano en la mano materna de María, Reina de todos los santos, y dejémonos guiar por ella hacia la patria celestial, en compañía de los espíritus bienaventurados “de toda nación, pueblo y lengua” (Ap 7,9). Y unamos ya en la oración el recuerdo de nuestros queridos difuntos, a quienes mañana conmemoraremos» (Benedicto XVI).

Hoy, la Iglesia Universal, llena de gozo, celebra la Solemnidad de Todos los Santos. Desde el siglo IV, en Siria, se festejaba a todos los mártires. En el año 615, Bonifacio IV transformó un templo greco-romano en un templo cristiano dedicado a la Virgen María y a todos los santos. La fiesta de todos los santos se celebraba inicialmente el 13 de mayo, pero en el año 741, el papa Gregorio III la cambió al 1° de noviembre.

En esta Solemnidad, la Iglesia nos invita a meditar sobre el Evangelio de las Bienaventuranzas, que son el núcleo del Sermón de la Montaña en Mateo. Jesús, al ver a las multitudes, sube a un monte, símbolo del lugar donde Dios se encuentra con su pueblo. Al igual que Moisés subió al monte Sinaí para recibir la Ley, Jesús ahora da la nueva Ley del Reino de Dios, una Ley de amor y santidad. La solemnidad de hoy nos recuerda que el llamado a la santidad no es exclusivo para unos pocos, sino para todos. En la visión del Apocalipsis (Ap 7,9-14), vemos una multitud innumerable de santos, de toda lengua y nación, vestidos de blanco y alabando a Dios. Esta visión se cumple en las Bienaventuranzas, que describen el corazón del verdadero discípulo. Por ello, es necesario que cada cristiano difunda el perfume de las bienaventuranzas, un perfume de paz, de dulzura, de alegría y de humildad. Porque ellas son, definitivamente, la vida de todos los santos, llena de plenitud y felicidad.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

Las bienaventuranzas, proclamadas por el Santo de los santos, son un retrato de la santidad y nos ayudan provocativamente, también, a desenmascarar nuestro yo, a trastornar la sociedad presente y futura, porque sitúan la felicidad divina donde, tal vez, nunca la buscaríamos y donde pareciera que nunca podríamos hallarla. Su comprensión modifica toda nuestra existencia.

En un mundo que exalta el poder, la riqueza y el éxito, Jesús proclama bienaventurados a los pobres en espíritu, a los mansos, a los que lloran, a los misericordiosos, a los que tienen hambre y sed de justicia. Estas palabras son profundamente contraculturales, no solo en los tiempos de Jesús, sino también hoy. La pobreza en espíritu es la disposición de un corazón libre de ataduras terrenales, abierto a recibir todo de Dios. En este sentido, el apóstol Pablo nos recuerda que «nada hemos traído al mundo, y nada podemos llevarnos» (1 Tim 6,7). El santo es aquel que reconoce su absoluta dependencia de Dios, que no se aferra a las cosas de este mundo.

«Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia» (Mt 5,6). La santidad es una búsqueda incesante de la justicia divina, que va más allá de la simple equidad humana. El santo no se conforma con la mediocridad moral, sino que busca la perfección en el amor. Jesús nos llama a esta radicalidad en un mundo que a menudo parece indiferente a la justicia y la verdad.

«Bienaventurados los misericordiosos» (Mt 5,7). La misericordia es el corazón del mensaje de Jesús. El Papa Francisco, en su Misericordiae Vultus, nos recuerda que la misericordia «es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia». El santo no solo recibe la misericordia de Dios, sino que la extiende a los demás.

Las Bienaventuranzas nos muestran el camino de la santidad, un camino que no siempre es fácil, pero que lleva a la plenitud de vida en Dios. Ser santos significa vivir estas actitudes con radicalidad, en la vida diaria, en el trato con los demás, en las decisiones pequeñas y grandes.

Hermanos: meditando la lectura, respondamos: ¿Seguimos la senda de salvación que representan las bienaventuranzas? ¿Cuáles son los santos de nuestra predilección, seguimos sus ejemplos luminosos? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a caminar en el camino de la Verdad, a seguir el ejemplo de los santos y a emprender una auténtica revolución interior basada en el Sermón de la Montaña.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Padre eterno, fuente y origen de toda santidad, que nos has otorgado venerar en una misma celebración los méritos de todos los santos, concédenos por esta multitud de intercesores, la deseada abundancia de tu misericordia.

Espíritu Santo, que la fuerza transformadora de las bienaventuranzas conquiste el corazón de la humanidad mediante tu divino soplo.

Padre eterno, concede a todos los difuntos, de todo tiempo y lugar, gozar siempre de la compañía de Nuestra Santísima Madre María, de San José y de todos los santos donde las almas tienen la misma sonoridad y limpieza.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Al contemplar a Jesús pronunciando las Bienaventuranzas, podemos imaginarlo invitándonos personalmente a seguir este camino de santidad. Cada bienaventuranza es una invitación a imitar su corazón, a ser como Él. El Evangelio de hoy nos recuerda que la santidad no es algo reservado para unos pocos privilegiados, sino que es el destino de todo cristiano. Los santos no son personas que nacieron perfectas; son personas comunes que se abrieron completamente a la gracia de Dios y respondieron con generosidad. En este día de la Solemnidad de Todos los Santos, elijamos una bienaventuranza que resuena en nuestro corazón y hagamos el propósito de vivirla en la vida cotidiana. Por ejemplo, si sentimos que nuestra vida está llena de conflictos, busquemos la paz y convirtámonos en pacificadores, confiando en la promesa de Jesús: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios».

Hermanos: contemplemos a Dios con un texto del papa Benedicto XVI:

«En esta solemnidad de Todos los Santos, nuestro corazón, superando los confines del tiempo y del espacio, se ensancha con las dimensiones del cielo. En los inicios del cristianismo, a los miembros de la Iglesia también se les solía llamar “los santos”. Por ejemplo, san Pablo, en la primera carta a los Corintios, se dirige “a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con cuantos en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor nuestro” (1 Co 1,2).

En efecto, el cristiano ya es santo, pues el bautismo lo une a Jesús y a su misterio pascual, pero al mismo tiempo debe llegar a serlo, conformándose a él cada vez más íntimamente. A veces se piensa que la santidad es un privilegio reservado a unos pocos elegidos. En realidad, llegar a ser santo es la tarea de todo cristiano, más aún, podríamos decir, de todo hombre.

El apóstol san Pablo escribe que Dios desde siempre nos ha bendecido y nos ha elegido en Cristo “para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor” (Ef 1,4). Por tanto, todos los seres humanos están llamados a la santidad que, en última instancia, consiste en vivir como hijos de Dios, en la “semejanza” a él según la cual han sido creados.

Todos los seres humanos son hijos de Dios, y todos deben llegar a ser lo que son, a través del camino exigente de la libertad. Dios invita a todos a formar parte de su pueblo santo. El “camino” es Cristo, el Hijo, el Santo de Dios: nadie puede llegar al Padre sino por él (cf. Jn 14,6).

La Iglesia ha establecido sabiamente que a la fiesta de Todos los Santos suceda inmediatamente la conmemoración de Todos los Fieles Difuntos. A nuestra oración de alabanza a Dios y de veneración a los espíritus bienaventurados, que nos presenta hoy la liturgia como “una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas” (Ap 7,9), se une la oración de sufragio por quienes nos han precedido en el paso de este mundo a la vida eterna. Mañana les dedicaremos a ellos de manera especial nuestra oración y por ellos celebraremos el sacrificio eucarístico. En verdad, cada día la Iglesia nos invita a rezar por ellos, ofreciendo también los sufrimientos y los esfuerzos diarios para que, completamente purificados, sean admitidos a gozar para siempre de la luz y la paz del Señor.

En el centro de la asamblea de los santos resplandece la Virgen María, “la más humilde y excelsa de las criaturas” (Dante, Paraíso, XXXIII,2). Al darle la mano, nos sentimos animados a caminar con mayor impulso por el camino de la santidad. A ella le encomendamos hoy nuestro compromiso diario y le pedimos también por nuestros queridos difuntos, con la profunda esperanza de volvernos a encontrar un día todos juntos en la comunión gloriosa de los santos».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.

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