CONMEMORACIÓN DE LOS FIELES DIFUNTOS
«No se asusten. ¿Buscan a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí, ha resucitado. Pero este es el sitio donde lo pusieron» Mc 16,6.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según San Marcos 15,33-39; 16,1-6
Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y, a la media tarde, Jesús clamó con voz potente: «Eloí, Eloí, lamá, sabaktaní» (que significa «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»). Algunos de los presentes, al oírlo, decían: «Está llamando a Elías». Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber, diciendo: «Veamos si viene Elías a bajarlo». Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión que estaba en frente, al ver cómo había expirado, dijo: «Realmente este hombre era Hijo de Dios».
Pasado el sábado, María Magdalena, María, la de Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras: «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?». Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y se asustaron. Él les dijo: «No se asusten. ¿Buscan a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí, ha resucitado. Pero este es el sitio donde lo pusieron».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«Cuando morimos pasamos de la muerte a la inmortalidad; y la vida eterna no se nos puede dar más que saliendo de este mundo. No es la muerte un punto final sino un paso. Al final de nuestro viaje en el tiempo, llega nuestro paso a la eternidad… Nuestra patria es el cielo… Allí nos aguardan un gran número de seres queridos, una inmensa multitud de padres, hermanos y de hijos nos desean; teniendo ya segura su salvación, piensan en la nuestra… Deseemos ardientemente estar junto a ellos y junto a Cristo» (San Cipriano).
El evangelio que leemos hoy, en la Conmemoración de los Fieles Difuntos, nos coloca en la escena de la muerte de Jesús en la cruz y su posterior resurrección. En Marcos 15,33-39, se describe el momento en que, al caer la oscuridad sobre la tierra, Jesús clama con una voz desgarradora: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». En su grito se percibe no solo el dolor humano, sino también la entrega total a la voluntad de Dios. Tras su último suspiro, el centurión, testigo de todo, reconoce: «Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios».
En Marcos 16,1-6, asistimos al alba de la resurrección: las mujeres se dirigen al sepulcro y encuentran que la piedra ha sido removida. Un joven vestido de blanco les anuncia que Jesús ha resucitado. Estos pasajes muestran la culminación de la historia redentora: el Hijo de Dios, crucificado y abandonado, ha vencido a la muerte y ha abierto el camino hacia la vida eterna para todos.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
«Creo que mi redentor vive y al fin del tiempo he de resucitar del polvo y en esta carne mía contemplaré a Dios mi Salvador, yo mismo lo veré, mis propios ojos lo verán» (Job 19,25-27).
Con mucho cariño hoy recordamos a nuestros difuntos; pero no los recordamos con la nostalgia de quienes ya no existen, sino con la firme esperanza de la vida eterna. Al recordar la muerte de Nuestro Señor Jesucristo, creemos que, así como nuestros difuntos compartieron ya la muerte de Jesús, comparten también la gloria de su resurrección.
Cuando una persona muere ya no es capaz de hacer nada para ganar el cielo; sin embargo, los vivos sí podemos ofrecer nuestras obras para que el difunto alcance la salvación. Con las buenas obras y la oración podemos ayudar a que nuestros seres queridos consigan el perdón y la purificación de sus pecados para poder participar de la gloria de Dios. A estas oraciones se les llama sufragios. El mejor sufragio es ofrecer la Santa Misa por los difuntos.
Hermanos: meditando la lectura, respondamos: ¿Ofrecemos obras de penitencia, oraciones, limosnas e indulgencias para que los difuntos alcancen la salvación? ¿Contemplamos la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo? Que las respuestas a estas preguntas sirvan para que nos habituemos a rezar por los difuntos, por amor a Nuestro Señor Jesucristo y por amor al prójimo.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Escucha con bondad, Señor, nuestras súplicas para que, al confesar nuestra fe en tu Hijo resucitado de entre los muertos, se afiance también nuestra esperanza en la futura resurrección de tus siervos.
Señor Jesús, Tú que conociste el dolor y el abandono en la cruz, danos la fe para permanecer contigo en nuestros momentos de oscuridad. Que podamos, como el centurión, reconocer tu divinidad en medio de nuestras pruebas y ver tu rostro resplandecer en la resurrección. Te pedimos, Señor, por las almas de nuestros seres queridos que han partido, concede a cada uno la paz de tu presencia y la alegría de tu Reino eterno.
Amado Jesús, destruye de nuestro cuerpo mortal el dominio del pecado por el que merecimos la muerte, para que obtengamos, como don de Dios, la vida eterna.
Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Al contemplar a Jesús en la cruz, podemos sentir la profundidad de su amor que no se detiene ni ante la muerte. Su entrega total, su «sí» al Padre, transforma el dolor en redención, y su resurrección nos asegura que la muerte no tiene la última palabra. Al enfrentar nuestras propias pérdidas y el recuerdo de nuestros seres queridos que ya no están, se nos invita a mirar más allá del dolor hacia la esperanza de la resurrección.
Dediquemos un momento a la memoria de nuestros seres queridos fallecidos. Recordemos que la oración tiene el poder de unirnos en comunión con ellos y en comunión con Cristo. Hagamos el propósito de confiar en la promesa de vida eterna, especialmente en los momentos de mayor dificultad, recordando que Cristo ha vencido a la muerte.
Hermanos: contemplemos a Dios con un escrito de San Efrén, el sirio:
«La contemplación del paraíso me impresionó por su belleza y por su paz. Allí reina la belleza sin mancha, allí reside la paz sin tumulto. Dichoso quien merezca llegar a él, si no por la justicia, al menos por la misericordia.
Cuando mi espíritu volvió a las orillas de la tierra, madre de espinos, se me presentaron los dolores y los males de todo género. Aprendí así que nuestra tierra es una prisión. Y, no obstante, los cautivos que están encerrados en ella lloran al salir de ella. Me causa también asombro que los hijos lloren al abandonar el seno materno: lloran cuando dejan la oscuridad y salen a la luz, cuando pasan de un espacio estrecho al ancho universo. Asimismo, la muerte del hombre es una especie de alumbramiento. Los que nacen, lloran al abandonar la tierra, madre de todos los dolores, para entrar en el paraíso de las delicias.
¡Oh, Señor del paraíso, ten piedad de mí! Si no es posible entrar en tu paraíso, hazme digno, al menos, de los pastos de su entrada».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.