LECTIO DIVINA DEL DOMINGO DE LA SEMANA XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

«El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán». Mc 13,32.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Marcos 13,24-32

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a sus ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte. Aprendan de esta parábola de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducen ustedes que el verano está cerca; pues cuando vean ustedes suceder esto, sepan que Él está cerca, a la puerta. Les aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán, aunque el día y hora nadie lo sabe, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sólo el Padre».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Dios mío, concédeme la gracia de verte en cada bien, en cada bondad, en cada belleza que se manifiesta en el alma». (San Carlos de Foucauld).

El pasaje evangélico de hoy está integrado por dos textos: el primero está referido a la “Parusía” o “Manifestación gloriosa del Hijo de Dios al final de los tiempos”, y el segundo a la parábola de la higuera. Estos textos se encuentran también en Mt 24,29-35 y en Lc 21,25-32.

La Parusía está ubicada en el centro de gravedad del discurso escatológico de Jesús; es el gran día del Señor, por eso, a pesar de la conmoción cósmica que la precede, no puede ser un día de temor, sino de gozo.

Recordemos que el discurso escatológico de Jesús, en el evangelio de San Marcos, comenzó con la pregunta de los discípulos sobre cuándo sucederá la destrucción del Templo. En el pasaje de hoy, utilizando la imagen de la higuera, Jesús continúa exhortando a la vigilancia y a una espera gozosa del Hijo del Hombre. Esta debe ser una de las actitudes fundamentales del cristiano; por ello, este texto es un llamado a la confianza en la instauración del reinado de Dios en la humanidad.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

Nuestro Señor Jesucristo presenta la Parusía como el día de la dulce consolación, el día de la victoria final para los elegidos. Por ello, debemos estar atentos para reconocer las tentaciones del mundo y pedir el auxilio del Espíritu Santo con el fin de salir victoriosos. Mientras llega el eterno presente, Dios Padre es el único árbitro de los acontecimientos humanos.

En la actualidad, vivimos algunas crisis profundas, entre ellas: pandemias, cambio climático, corrupción, ataques frontales a la vida de los más débiles a través de la promoción del aborto y la eutanasia, la amenaza creciente contra la pureza de la niñez y hacia la familia, entre otras. Ante este panorama, leamos la historia con los ojos de la fe y de la Palabra, reconociendo el infinito amor de Dios que nos acompaña siempre.

Sumerjámonos, pues, con confianza en el devenir del tiempo y contribuyamos a la construcción de la historia de la salvación individual y colectiva, dejándonos acompañar de la Santísima Trinidad. No nos distraigamos. La certeza de que las palabras del Señor no pasarán jamás, infunde confianza y esperanza; por ello, es vital construir la salvación sobre la base sólida de la Palabra que es una vía segura para llegar a Dios. Recordemos: «En el principio existía la Palabra, la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio junto a Dios. Todo se hizo por ella y sin ella nada se hizo» (Jn 1,1-3).

Hermanos: los esfuerzos que desplegamos en la construcción de un mundo mejor nunca se perderán; algún día, tal vez el menos pensado, nos encontraremos con Nuestro Señor Jesucristo y nuestra historia llegará a su plenitud. Por ello, en las tribulaciones y momentos difíciles, sigamos el consejo de Luigi Pozzoli: «La mejor manera de mirar al futuro es contemplar una pequeña hoja verde que despunta de una rama seca. Es una hoja que tiene un nombre: el de la esperanza».

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Concédenos, Señor, Dios nuestro, alegrarnos siempre en tu servicio, porque en dedicarnos a ti, autor de todos los bienes, consiste la felicidad completa y verdadera.

Amado Jesús, bendice a tu Iglesia, guárdala de todo mal hasta el día de tu glorioso retorno.

Espíritu Santo derrama tu santa luz y otórganos los dones de la fraternidad y solidaridad. Inspira a los gobernantes de todos los países para que promuevan la justicia y el bienestar en la humanidad.

Amado Jesús, imploramos tu misericordia para que todas las almas del purgatorio hereden la vida eterna.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede por nuestras peticiones ante la Santísima Trinidad. Amén.

  1. Contemplación y acción

En este tiempo de espera, contemplamos a Jesús como el Sol de justicia que ilumina nuestra oscuridad. Deja que su luz entre en tu corazón y transforme tus temores en esperanza, tus ansiedades en paz. Alza la mirada, y percibe que el amor de Dios te rodea, te sostiene y te guía hacia la eternidad. Hoy, propongámonos vivir como testigos de la esperanza, confiando en que, aunque el mundo pase, su amor es eterno. Que cada acto de amor y de fe sea como una lámpara encendida con los ojos en la eternidad, esperando su retorno no con temor, sino con amor, porque Él es quien vendrá a completar nuestra alegría. Vivamos cada día como una oportunidad para amar, para orar, y para esperar con alegría el encuentro definitivo con Dios, que es nuestra verdadera esperanza.

Contemplemos a Dios con un texto de San John Henry Newman:

«Una vez al año solamente, pero, en fin, una vez, el mundo que nos envuelve manifiesta con fuerza sus energías escondidas y se revela a sí mismo. Entonces aparecen las flores, los árboles frutales y las flores se abren y muestran su esplendor, la hierba y el trigo germinan. Hay una fuerza de vida repentina y una explosión de la vida escondida que Dios ha depositado en el mundo material. Pues bien, esto nos muestra lo que el mundo realiza según los designios de Dios. Esta tierra se manifestará un día como un mundo nuevo, lleno de luz y de gloria, en el que veremos a los santos y a los ángeles. ¿Quién pensaría que ha habido primaveras precedentes, quien podría concebir dos o tres meses por adelantado que el rostro de la naturaleza, que parecía muerta, pudiera revestirse de un esplendor tan variado?

Así ocurre con aquella primavera eterna que esperamos todos los cristianos; llegará, aunque tarde. Esperémosla porque dentro de poco, de muy poco, el que ha de venir vendrá sin retraso. También decimos cada día: “Venga a nosotros tu reino”, lo que quiere decir: “Muéstrate, Señor, tú que te sientas sobre los querubines, resplandece, despierta tu poder y ven a salvarnos”».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.

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