LECTIO DIVINA DEL MARTES DE LA SEMANA XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

«Hoy ha llegado la salvación de esta casa ya que también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido» Lc 19,9-10.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 19,1-10

En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Vivía allí un hombre muy rico llamado Zaqueo, jefe de publicanos. Trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era pequeño de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo: «Zaqueo, baja enseguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa». Él bajó enseguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador». Pero Zaqueo se puso de pie y dijo al Señor: «Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más». Jesús le contestó: «Hoy ha llegado la salvación de esta casa ya que también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Zaqueo, aquel pequeño en estatura que se convirtió en gigante en su fe y en su disposición a cambiar su vida. Este encuentro con Cristo nos recuerda que el Señor no se fija en nuestras fallas, sino en la sed de nuestra alma. Cuando el Salvador entra en nuestra vida, no lo hace para condenarnos, sino para llamarnos a una vida de verdad y de justicia. No dudéis, hermanos, en bajar de las alturas de vuestro orgullo y abrir vuestro corazón a Cristo, que llama con amor y paciencia. Ved cómo Zaqueo no dudó en restituir y hacer justicia; esta es la señal de una conversión auténtica. No temáis, entonces, porque el amor de Cristo es tan grande que nos invita a la comunión y nos transforma en criaturas nuevas. Permitid que esta gracia os llene y os haga reflejar la luz divina en cada acto de vuestra vida» (San Juan Crisóstomo).

El pasaje evangélico de hoy se encuentra luego del texto sobre el ciego de Jericó que meditamos ayer. Ambas lecturas se ubican en la última etapa del camino hacia Jerusalén, en la que Jericó fue la última parada. Jericó era un lugar próspero bajo la ocupación romana, y los recaudadores de impuestos, como Zaqueo, gozaban de posiciones privilegiadas, aunque eran despreciados por el pueblo debido a su colaboración con el imperio.

Zaqueo, un hombre de baja estatura, rico pero espiritualmente vacío, encarna la realidad de aquellos que, aunque tienen mucho en términos materiales, sienten un profundo vacío interior. En el ámbito religioso, los publicanos o recaudadores de impuestos eran considerados impuros y pecadores, excluidos de la comunidad judía por sus actos de traición y avaricia. Culturalmente, Zaqueo representa al pecador que busca, desde su fragilidad y pequeñez, la misericordia de Dios. Cuando escucha que Jesús pasa por su ciudad, algo en su interior lo impulsa a buscar al Maestro; sube a un sicomoro, un árbol común en Palestina para ver a Jesús. Este acto representa su deseo de trascender sus limitaciones y encontrar algo que dé sentido a su vida.

Y mientras la gente ve en Zaqueo a un pecador, Jesús ve a un hijo de Abrahán y rompe esquemas al adoptar una actitud novedosa, llena de sabiduría, que trasciende la apariencia: Jesús se acerca y abraza a quienes se sienten perdidos o son considerados como tales. ¡Así es la gracia divina!

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

Cualquier esfuerzo que hagamos para acercarnos a Nuestro Señor Jesucristo es largamente recompensado. Si no, veamos: cuando Jesús le pide a Zaqueo alojarse en su casa, Zaqueo experimenta la singular alegría de todo aquel que se encuentra con Nuestro Señor Jesucristo. Zaqueo se deja transformar, comprendiendo que para seguir a Jesús es imprescindible el arrepentimiento, la reparación y la generosidad. Por ello, Zaqueo es un excelente modelo para nosotros.

San Pablo expresa esta transformación diciendo: «Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas» (2 Cor 5,17). Zaqueo nos muestra que, ante la mirada de Jesús, somos invitados a vivir una conversión que no solo cambia nuestro corazón, sino que transforma toda nuestra vida.

El amor compasivo de Nuestro Señor Jesucristo lo motiva a encontrar a las ovejas perdidas y desear profundamente su bien; por ello, nos dice: «Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse» (Lc 15,7).

Con humildad y haciendo silencio en nuestro corazón, respondamos: ¿Hacemos todo lo posible por acercarnos a Nuestro Señor Jesucristo? ¿Ayudamos a que nuestros hermanos alejados de Dios se acerquen a su amor misericordioso? Que las respuestas a estas preguntas permitan que el encuentro con Nuestro Señor Jesucristo nos haga más generosos con los demás, compartiendo lo que tenemos y comprendiendo que nadie es irrecuperable o perdido para Dios porque la misericordia divina es infinita y omnipotente.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Amado Jesús, tú que llevaste la salvación a la casa de Zaqueo, concédenos imitar su intrepidez, alegría y solidaridad para mirar el horizonte con los ojos de tu amor.

Amado Jesús, enséñanos a servirte a través de nuestros hermanos, para que todos, liberados del pecado, vivamos unidos en la paz y en la alegría de ser hijos de Dios Padre.

Espíritu Santo, envía tu luz desde el cielo para que tengamos la valentía de ver las actitudes que debemos cambiar en nuestras vidas para ser verdaderos cristianos; así como la sabiduría para adoptar la perspectiva siempre novedosa de la Palabra.

Amado Jesús, te suplicamos, ilumines a nuestros difuntos que yacen en tiniebla y en sombra de muerte, y ábreles las puertas de tu reino.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, consuelo de los afligidos, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos a Jesús, que en su amor busca al pecador, que se detiene y llama a Zaqueo por su nombre, invitándolo a una vida nueva. Es una invitación que también nos hace a cada uno de nosotros: bajar del árbol de nuestras falsas seguridades y abrirle las puertas de nuestro hogar, de nuestra vida. Hoy, pidamos a Jesús que habite en nuestro interior y transforme cada rincón de nuestra alma. Que su luz ilumine nuestras sombras y nos guíe por el camino de la conversión. Recordemos que el amor de Cristo es incansable, que nos busca siempre y nos invita a vivir con un corazón puro y generoso. Que cada día sea una oportunidad para abrirle las puertas y permitirle que transforme nuestras vidas.

Hermanos: contemplemos la misericordia de Dios a través un escrito de Dionigi Tettamanzi:

«Zaqueo, de una manera secreta y sin ser consciente de ello, se ve impulsado por la necesidad de emprender un camino espiritual de conversión, por una especie de “instinto de libertad”, que le conduce hacia el Señor.

Pues bien, esta es la historia de cada uno de nosotros: porque Dios nos atrae a sí mucho antes de que esto aflore en nuestra conciencia. El Señor suscita en nosotros el deseo de buscarle. Pero a nosotros se nos pide que mantengamos despierto este deseo y que lo alimentemos. Hay un trabajo espiritual que debemos hacer nosotros. Se trata de un compromiso interior absolutamente personal que no podemos relegar en otros.

Zaqueo atestigua precisamente esta responsabilidad personal de una manera espléndida. En su caso, el deseo de ver a Jesús no es un simple sentimiento que se queda contraído en lo secreto de su corazón, sino un impulso que conquista la voluntad y la conduce a tomar decisiones decididas y valientes.

La escena cambia de perspectiva en este punto. Ahora es Jesús quien toma la iniciativa. El origen del cambio está en el misterioso encuentro de dos miradas: la de Zaqueo y la de Jesús. La mirada de Jesús es una mirada que salva … En este sentido, ¿podemos desear algo más precioso y decisivo en la vida que ser “mirados” por Jesús? Es cierto: ¡Cristo nos mira! Ahora bien, nosotros también debemos mirarle. La mirada de Cristo es una mirada de amor, comprometedora, que espera respuesta, una sola respuesta: la del amor. Es cierto: ¡Cristo nos mira! Así y solo así se nos da la posibilidad de mirarle, y esto nos llena el corazón de una alegría conmovedora y de gran esperanza».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.

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