«En esta vida hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles, son hijos de Dios porque participan en la resurrección» Lc 20,34-35.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Lucas, 20,27-40
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, los que dicen que no hay resurrección y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano”. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último, murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella». Jesús les contestó: «En esta vida hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles, son hijos de Dios porque participan en la resurrección. Y que los muertos resucitan, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob”. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos están vivos». Intervinieron unos escribas: «Bien dicho, Maestro». Y no se atrevían a hacerle más preguntas.
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«Hay cuerpos celestes y cuerpos terrestres, pero uno es el resplandor de los cuerpos celestes y otro distinto el de los cuerpos terrestres… Incluso una estrella difiere de otra en su resplandor. Así ocurre también en la resurrección de los muertos, …resucita gloria, …resucita fortaleza, …resucita un cuerpo espiritual» (1Cor 15,40-44).
Hoy meditamos el texto denominado “Sobre la resurrección”, pasaje evangélico que también se encuentra en Mateo 22,23-33, así como en Marcos 12,18-27.
Los saduceos, miembros de una secta judía, negaban la espiritualidad e inmortalidad de las almas, así como la resurrección de los muertos; ellos eran aristocráticos, conservadores, colaboracionistas con el imperio invasor y tenían una actitud materialista. Por ello, en un ataque planeado a través de la pregunta que hicieron, querían ridiculizar la propuesta de la resurrección de los muertos que hacía Jesús. En tal sentido, alegan la ley mosaica del “levirato” que se puede leer en Deuteronomio 25,5-10.
La respuesta de Jesús ilumina y trae por los suelos todos los argumentos de los saduceos citando la Torá, al hacer referencia al Éxodo 3,6-15; de esta manera, afirma que Dios es un Dios de vivos y que, por lo tanto, los parámetros después de la muerte física son diferentes a los de la vida terrenal.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
«Mientras está en su cuerpo, los pensamientos del hombre se multiplican, como se multiplican los innumerables ecos de la alabanza angelical. El pensamiento anima la juventud, luego la formulamos con la voz de la razón y actuamos siguiéndola. Pero la vida de su acción no viene de ella misma, tiene un comienzo. Sólo la eternidad toma la vida de ella misma y nunca se debilita: antes que existiera el tiempo, ella ya era vida eterna. Cuando el alma se transfigurará en eternidad, cambiará de nombre, ya que no actuará más en el hombre como el pensamiento, sino que tendrá por morada las alabanzas de ángeles, que son espíritu. Entonces se llamará espíritu. No tendrá más penas con su cuerpo, con su carne. Portará el nombre de vida, ya que es vida en este mundo, al vivir por el soplo del espíritu. Se transfigurará en inmortalidad por la muerte carnal y será plenamente en la vida. Después del juicio final, será eternamente vida, con su cuerpo y su alma» (Santa Hildegarda de Bingen).
Todo hijo de Dios está llamado a la resurrección, que es la culminación de su experiencia de fe en Nuestro Señor Jesucristo y que no significa regresar a la condición terrena, sino entrar en la realidad angelical del cielo. Así mismo, hoy, como en aquel tiempo, la castidad resulta incomprensible para algunos, al igual que para los saduceos. En la actualidad se ensalzan las pasiones humanas, se amenaza la pureza de la niñez y el carácter sagrado de la familia. Por ello, es importante valorar la castidad y todas las virtudes que la acompañan.
Hermanos: meditando la lectura, respondamos: ¿Tenemos una firme esperanza en nuestra resurrección? ¿Defendemos la vida de las personas en los extremos de su existencia, así como en todo momento? ¿Valoramos la virtud de la castidad? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a abrir nuestro corazón a la dulce esperanza de la resurrección y de una vida alineada a los valores cristianos.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Amado Jesús, te pedimos aumentes nuestra fe en ti, para que nos abandonemos en el mar infinito de tu misericordia y en el proyecto de vida nueva que tienes para nosotros: que es resucitar y vivir siempre a tu lado.
Padre eterno, tú que te revelaste a Abrahán, Isaac y Jacob, concédenos a través del Espíritu Santo, los dones para adherirnos al evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, para que podamos participar en la gloria de la resurrección que Él pone a nuestro alcance.
Amado Jesús, mira con bondad y misericordia a las almas del purgatorio, alcánzales la recompensa de la vida eterna en el cielo.
María Santísima, modelo perfecto de escucha y docilidad a Dios, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Contemplemos a Jesús, que nos revela la promesa de la vida eterna, que nos invita a vivir con el corazón en el Cielo y a encontrar en Él nuestra paz y esperanza. Imaginemos que estamos ante Jesús, escuchando su voz que nos asegura que Dios es un Dios de vivos, que nuestro destino final es la plenitud de la vida en su presencia. Hagamos el propósito de vivir con una perspectiva de eternidad, de poner nuestro corazón en las cosas del Cielo, donde la verdadera felicidad nos espera. Que cada paso de nuestro camino sea una ofrenda a Dios, una preparación para la vida en su presencia, y que nuestra vida sea un testimonio de nuestra fe en la resurrección y en el amor que no tiene fin.
Hermanos: contemplemos a Dios con un texto de la Constitución pastoral Gaudium et spes:
«El máximo enigma de la vida humana es la muerte. El hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua. Juzga con instinto certero cuando se resiste a aceptar la perspectiva de la ruina total y del adiós definitivo. La semilla de eternidad que en sí lleva, por sí irreducible a la sola materia, se levanta contra la muerte. Todos los esfuerzos de la técnica moderna, por muy útiles que sean, no pueden calmar esta ansiedad del hombre: la prórroga de la longevidad que hoy proporciona la biología no puede satisfacer ese deseo del más allá que surge ineluctablemente del corazón humano.
Mientras toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia, aleccionada por la Revelación divina, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz situado más allá de las fronteras de la miseria terrestre. La fe cristiana enseña que la muerte corporal, que entró en la historia a consecuencia del pecado, será vencida cuando el omnipotente y misericordioso Salvador restituya al hombre en la salvación perdida por el pecado. Dios ha llamado y llama al hombre a adherirse a Él con la total plenitud de su ser en la perpetua comunión de la incorruptible vida divina. Ha sido Cristo resucitado el que ha ganado esta victoria para el hombre, liberándolo de la muerte con su propia muerte. Para todo hombre que reflexione, la fe, apoyada en sólidos argumentos, responde satisfactoriamente al interrogante angustioso sobre el destino futuro del hombre y al mismo tiempo ofrece la posibilidad de una comunión con nuestros mismos queridos hermanos arrebatados por la muerte, dándonos la esperanza de que poseen ya en Dios la vida verdadera».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.