LECTIO DIVINA DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA XXXIV DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

NUESTRA SEÑORA DE LA MEDALLA MILAGROSA

«Así tendrán ocasión de dar testimonio de mí. Hagan el propósito de no preocuparse de su defensa, porque yo les daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ninguno de sus adversarios» Lc 21,13-15.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 21,12-19

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Los detendrán, los perseguirán, entregándolos a las sinagogas y a las cárceles, y los harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi Nombre. Así tendrán ocasión de dar testimonio de mí. Hagan el propósito de no preocuparse de su defensa, porque yo les daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ninguno de sus adversarios. E incluso serán traicionados por sus padres, y parientes, y hermanos, y amigos. A algunos de ustedes los matarán, y todos los odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de su cabeza se perderá; gracias a su perseverancia, salvarán sus vidas».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Oh, Virgen, Madre de Dios, Inmaculada María, nos ofrecemos y consagramos a ti, bajo el título de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa. Que esta Medalla sea para cada uno de nosotros, prenda del amor que nos tienes, y nos recuerde nuestros deberes para contigo. Que siempre que la llevemos nos bendiga tu amorosa protección, y nos conserve en la gracia de tu Hijo. Oh, Virgen poderosa, consérvanos siempre a tu lado en todos los instantes de nuestra vida. Concede a estos hijos, la gracia de una buena muerte, para que en unión contigo podamos gozar para siempre de la eterna felicidad. Amén».

Hoy celebramos a Nuestra Santísima Madre en la advocación de la Virgen de la Medalla Milagrosa. El 27 de noviembre de 1830, Nuestra Santísima Madre se apareció a Santa Catalina Labouré: la Virgen estaba vestida de blanco, junto a ella había un globo luciente sobre el cual estaba la cruz. Nuestra Santísima Madre abrió sus manos y de sus dedos salieron rayos luminosos que descendieron hacia la tierra.

Entonces, alrededor de la cabeza de la Virgen se formó un círculo o una aureola con estas palabras: «Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti». Y una voz dijo a Catalina: «Hay que hacer una medalla semejante a esto que estás viendo. Todas las personas que la lleven sentirán la protección de la Virgen», y apareció una M; sobre la M, una cruz, y debajo los corazones de Jesús y María, que es lo que hoy está en la Medalla Milagrosa.

El pasaje evangélico de hoy se enmarca en el discurso escatológico de Jesús, pronunciado en Jerusalén poco antes de su pasión. Jerusalén era el corazón religioso y cultural de Israel, pero también un foco de tensiones políticas y sociales bajo la opresiva ocupación romana. Este contexto generaba persecuciones tanto externas, por parte de los romanos, como internas, impulsadas por las divisiones entre los grupos religiosos judíos.

Los discípulos de Jesús, llamados a anunciar el Evangelio, se enfrentaban a la hostilidad de un mundo que rechazaba su mensaje. La advertencia de Jesús sobre las persecuciones no era solo un anuncio de sufrimiento, sino una invitación a la confianza: «Hagan el propósito de no preocuparse de su defensa» (Lucas 21,14). En un mundo donde el poder terrenal parecía invencible, Jesús revela que el verdadero triunfo radica en la fidelidad al Reino de Dios. Este mensaje resonaba en un ambiente cargado de expectativas mesiánicas y conflictos que preparaban el camino para el cumplimiento del plan divino.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

La intensidad de las palabras de Jesús atraviesa los siglos: «gracias a su perseverancia, salvarán sus vidas» (Lucas 21,19). Este llamado a la perseverancia no es una resignación pasiva ante el sufrimiento, sino una invitación a abrazar la cruz como signo de fidelidad; donde cada dificultad y persecución se convierte en una oportunidad para dar testimonio del Reino. En nuestras vidas modernas, estas persecuciones pueden no manifestarse en tribunales o cárceles, pero sí en el rechazo, la incomprensión o los desafíos diarios que ponen a prueba nuestra fe.

Jesús no promete la ausencia de dolor, sino la presencia de su gracia: «Yo les daré palabras y sabiduría» (Lucas 21,15). Esta promesa nos anima a confiar en el Espíritu Santo, quien transforma nuestras pruebas en medios de evangelización.

¿Cómo respondemos ante las adversidades? Este pasaje nos llama a vivir con valentía y esperanza, recordando que el testimonio más poderoso no es el que busca imponerse, sino el que brilla en la humildad y el amor. En un mundo que teme la pérdida y el sacrificio, este Evangelio nos invita a mirar más allá del presente y abrazar la eternidad con la certeza de que «ni un solo cabello de su cabeza perecerá» (Lucas 21,18).

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Señor Dios nuestro que nos alegras con la abundancia de tu inmensa bondad manifestada en la Inmaculada Virgen María, a quien asociaste de modo inefable al misterio de tu Hijo, concédenos propicio que, sostenidos por su maternal auxilio, nunca nos veamos privados de tu providente piedad y que, con un corazón libre y fiel, sirvamos al misterio de tu redención.

Padre eterno, tú que enviaste a Nuestro Señor Jesucristo al mundo para salvar a los pecadores, concede a todos los difuntos el perdón de sus faltas.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos a Jesús, quien nos asegura que ninguna prueba es vana. Imaginemos a los primeros discípulos, perseguidos pero fortalecidos por el Espíritu Santo, llevando el Evangelio a los confines de la tierra. Ahora, reflexionemos sobre nuestras propias pruebas: ¿Cómo podemos convertirlas en oportunidades para dar testimonio de Cristo? Propongámonos acciones concretas: responder con paciencia ante una dificultad, ofrecer palabras de consuelo a quien sufre, o vivir con alegría la fe, incluso en medio de desafíos. Permitamos que este Evangelio nos ayude a transformar nuestro miedo en confianza, recordando que nuestra perseverancia no solo salva nuestras almas, sino que ilumina el camino de otros hacia Dios.

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con una carta de San Cipriano:

«Os exhorto a que perseveréis con constancia y fortaleza en la confesión de la gloria del cielo… continuad por vuestra fortaleza espiritual hasta recibir la corona, teniendo como protector y guía al mismo Señor que dijo: “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).

Que ahora ninguna otra cosa ocupe vuestro corazón y vuestro espíritu sino los preceptos divinos y los mandamientos celestes, con los que el Espíritu Santo siempre os animaba a soportar los sufrimientos del martirio. Nadie se preocupe ahora de la muerte sino de la inmortalidad, ni del sufrimiento temporal sino de la gloria eterna, ya que está escrito: “Mucho le place al Señor la muerte de sus fieles” (Sal. 115,15 Vulgata) … Y también, cuando la sagrada Escritura habla de los tormentos que consagran a los mártires de Dios… afirma: “La gente pensaba que cumplían una pena, pero ellos esperaban de lleno la inmortalidad… Gobernarán naciones, someterán pueblos, y el Señor reinará sobre ellos eternamente” (Sabiduría 3,4.8). Por tanto, si pensáis que habéis de juzgar y reinar con Cristo Jesús, necesariamente debéis de regocijaros y superar las pruebas de la hora presente en vista del gozo de los bienes futuros…

El mismo Señor ha sido en sí mismo el ejemplar para todos ellos, enseñando que ninguno puede llegar a su reino sino aquellos que sigan su mismo camino: “El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna” (Jn 12,25) … También el apóstol Pablo nos dice que todos los que deseamos alcanzar las promesas del Señor debemos imitarle en todo: “Somos hijos de Dios —dice—y, si somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él para ser también con él glorificados” (Rm 8,16s)».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.

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