«Cuando empiece a suceder esto, levántense, alcen la cabeza, porque empieza su liberación». Lc 21,28.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Lucas 21,25-28.34-36
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Habrá señales en el sol, en la luna y las estrellas, y en la tierra, angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y del oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante la expectativa de lo que sobrevendrá al mundo, pues los astros temblarán. Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levántense, alcen la cabeza, porque empieza su liberación. Tengan cuidado: que sus corazones no se entorpezcan por el exceso de comida, por las borracheras y las preocupaciones de la vida, porque entonces ese día caerá de improviso sobre ustedes; ese día será como una trampa en la que caerán atrapados todos los habitantes la tierra. Estén siempre vigilantes y oren en todo tiempo, para escapar de todo lo que ha de ocurrir y puedan mantenerse en pie ante el Hijo del Hombre».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«La vigilancia del adviento es actitud existencial y liberadora para toda la vida del cristiano, y condición para reactivar las virtudes teologales. Porque la vigilancia es esperanza activa, es fe que se expresa en el trabajo y convivencia de cada día, es inquietud que nos duele y amor que no echa la siesta cuando hay tanto que transformar y construir en nuestro mundo, donde tantos hermanos nuestros esperan una mano amiga. Que puedan contar con nosotros» (Basilio Caballero).
Hoy, al iniciar el tiempo de Adviento, meditamos un pasaje evangélico en el que, con un tono escatológico, Jesús señala cómo esperar su segunda venida. También, al comenzar el nuevo Año Litúrgico y en familia, encendemos la corona de Adviento como primer anuncio de la Navidad y signo que nos dispone a la venida del Señor en su Gloria.
La Iglesia nos anuncia con cuatro semanas de anticipación que nos preparemos para celebrar la Navidad y, recordando la primera venida de Jesús, estemos atentos a su venida en el momento extremo de nuestra vida y al final de los tiempos.
La lectura nos sitúa en Jerusalén, en el marco del Templo. Este lugar, lleno de esplendor y simbolismo, representaba la alianza de Dios con su pueblo, pero también era un espacio de tensiones religiosas y políticas. Era una época convulsa, marcada por la opresión romana y la esperanza mesiánica, donde los corazones anhelaban un libertador que restaurara la gloria de Israel.
Jesús habla de signos cósmicos, señales que trascienden lo terrenal. Las palabras «angustia de las gentes» reflejan un mundo sumido en la incertidumbre, donde los fenómenos naturales parecían anunciar un juicio inminente. En el plano religioso, estas imágenes evocan los escritos apocalípticos, como los de Daniel y Joel, que prometen la intervención divina en medio del caos.
El trasfondo político, con un imperio romano dominador y un pueblo judío dividido entre el sometimiento y la resistencia, potencia el dramatismo de las palabras de Jesús. Sin embargo, el mensaje no es de terror, sino de esperanza. Ante la descomposición del mundo visible, el Hijo del Hombre viene «con poder y gloria». Adviento inaugura esta esperanza, un tiempo de preparación activa para reconocer a Cristo que viene.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
La humanidad desea, desde lo más profundo de su corazón, signos de liberación; está atada a preocupaciones vanas, a ideologías que buscan destruir la familia y la vida de seres indefensos, y pretende instaurar una cultura de anticristiana. Oremos para que la liberación que a cada instante trae Nuestro Señor Jesucristo libere a la humanidad de las cadenas que la atan al pecado. Contribuyamos a que la esperanza de las personas crezca, dando testimonio de la verdadera liberación que viene de la bondad infinita y piedad universal de la Santísima Trinidad.
En este tiempo de Adviento, Nuestra Santísima Madre, la Inmaculada Concepción, espera con recogimiento y esperanza la venida de su Hijo, el Mesías. Todos los pensamientos de ella se dirigen a Jesús. Por ello, acerquémonos a Nuestra Madre, ya que con ella será más fácil que la llegada del Señor nos encuentre con un corazón limpio y lleno de esperanza.
El Adviento no es solo una espera pasiva; es una vigilia activa, un tiempo para preparar el alma como se alista una casa para un huésped amado. Los signos que Jesús menciona —angustia, confusión, temblores— no son para aterrorizarnos, sino para recordarnos nuestra necesidad de conversión. En un mundo distraído por el consumismo, el Evangelio de Adviento nos interpela: ¿dónde están nuestras prioridades? ¿Estamos atentos a la venida del Hijo del Hombre, o vivimos con corazones distraídos?
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Concede a tus fieles, Dios todopoderoso, el deseo de salir acompañados de buenas obras al encuentro de Cristo que viene, para que, colocados a su derecha, merezcamos poseer el Reino de los cielos.
Amado Jesús, Rey Nuestro, envíanos los dones de tu Santo Espíritu para que podamos vencer la violencia y el odio, y prevalezca tu evangelio de amor y de paz y, así, podamos ser dignos de la eterna bienaventuranza. Ven Señor Jesús.
Amado Jesús ayúdanos a romper las cadenas intergeneracionales que nos atan al pecado y, liberados, podamos presentarnos sin temor ante ti.
Amado Jesús, imploramos tu misericordia para que todas las almas del purgatorio hereden la vida eterna.
Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, esperanza nuestra, intercede por nuestras peticiones ante la Santísima Trinidad. Amén.
- Contemplación y acción
Imaginemos el rostro del Hijo del Hombre apareciendo entre las nubes, radiante de gloria. En silencio, contemplemos su promesa: «Cuando empiece a suceder esto, levántense, alcen la cabeza, porque empieza su liberación». Dejemos que estas palabras resuenen en nuestro corazón, apartando toda ansiedad y llenándolo de confianza. La venida de Cristo no es un evento distante; es una realidad que transforma el presente.
En este Adviento, hagamos un acto concreto de vigilancia. Reservemos cada día un momento de oración silenciosa, alejados del ruido, para examinar nuestras prioridades y buscar al Señor. También propongámonos un gesto de caridad que anuncie la cercanía del Reino: una visita a un enfermo, un consuelo a quien sufre, una reconciliación pendiente.
Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con una homilía de San Juan Pablo II:
«En Adviento la liturgia con frecuencia nos repite y nos asegura, como para vencer nuestra natural desconfianza, que Dios «viene»: viene a estar con nosotros, en todas nuestras situaciones; viene a habitar en medio de nosotros, a vivir con nosotros y en nosotros; viene a colmar las distancias que nos dividen y nos separan; viene a reconciliarnos con él y entre nosotros. Viene a la historia de la humanidad, a llamar a la puerta de cada hombre y de cada mujer de buena voluntad, para traer a las personas, a las familias y a los pueblos el don de la fraternidad, de la concordia y de la paz.
Por eso el Adviento es, por excelencia, el tiempo de la esperanza, en el que se invita a los creyentes en Cristo a permanecer en una espera vigilante y activa, alimentada por la oración y el compromiso concreto del amor. Ojalá que la cercanía de la Navidad de Cristo llene el corazón de todos los cristianos de alegría, de serenidad y de paz.
Para vivir de modo más auténtico y fructuoso este período de Adviento, la liturgia nos exhorta a mirar a María Santísima y a caminar espiritualmente, junto con ella, hacia la cueva de Belén. Cuando Dios llamó a la puerta de su joven vida, ella lo acogió con fe y con amor. Dentro de pocos días la contemplaremos en el luminoso misterio de su Inmaculada Concepción. Dejémonos atraer por su belleza, reflejo de la gloria divina, para que «el Dios que viene» encuentre en cada uno de nosotros un corazón bueno y abierto, que él pueda colmar de sus dones».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.