LECTIO DIVINA DEL JUEVES DE LA SEMANA XXXIV DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

«Entonces verán al hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levántense, alcen la cabeza: porque empieza su liberación» Lc 21,27-28.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 21,20-28

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuando ustedes vean a Jerusalén sitiada por ejércitos, sepan que está cerca su destrucción. Entonces, los que estén en Judea, que huyan a las montañas; los que estén en la ciudad, que se alejen; los que estén en el campo, que no entren en la ciudad; porque serán días de venganza en que se cumplirá todo lo que está escrito. ¡Ay de las que estén en cinta o criando en aquellos días! Porque habrá angustia tremenda en esta tierra y un castigo para este pueblo. Caerán al filo de espada, los llevarán cautivos a todas las naciones, Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que el tiempo de los gentiles llegue a su cumplimiento. Habrá signos en el sol, en la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante la expectativa de lo que sobrevendrá al mundo, pues los astros temblarán. Entonces verán al hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levántense, alcen la cabeza: porque empieza su liberación».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Hay que cantar desde ahora, porque la alabanza a Dios será nuestro gozo durante la eternidad y nadie estaría apto para esta ocupación futura si no se ejercitara alabando en las condiciones de la vida presente. Cantemos el Aleluya, diciendo unos a otros: alabad al Señor; y así preparamos el tiempo de la alabanza que seguirá a la resurrección» (San Agustín).

El pasaje de hoy comprende el segmento denominado “La gran tribulación” y una parte del texto llamado “La Parusía”, que integran el discurso escatológico de Jesús en el evangelio de Lucas, pronunciado en Jerusalén, probablemente en el Monte de los Olivos, desde donde se contemplaba el Templo, centro espiritual del pueblo judío. Este episodio se ubica también en Mateo 24,15-21 y en Marcos 13,14-19.

La Escatología es un componente de la Teología que analiza los conocimientos relacionados con el fin de los tiempos. Así mismo, la parusía se refiere a la segunda venida de Nuestro Señor Jesucristo al final de los tiempos, como un acontecimiento de culminación de la historia.

Los eventos cósmicos de la lectura de hoy ayudan a diferenciar, principalmente, la primera venida de Nuestro Señor Jesucristo y su segunda venida o Parusía, en la que vendrá con todo el poder y gloria, como Rey universal, Señor del tiempo, de la historia y de la eternidad.

Jesús eleva nuestra mirada hacia el horizonte escatológico, revelando el verdadero propósito de la historia humana: la redención en Cristo. En medio de catástrofes, persecuciones y confusión, resuena una certeza: «Cuando empiece a suceder esto, levántense, alcen la cabeza: porque empieza su liberación» (Lc 21,28). En un mundo lleno de incertidumbre, estas palabras son un faro de esperanza y confianza.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

Ante todas las cosas que ocurren a nuestro alrededor y en el planeta, estamos llamados a perseverar en la vivencia del Evangelio, es decir, en amar y cumplir las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo. También, a incrementar la profundidad de nuestra oración y a exultar por conocer al Señor. No nos distraigamos y estemos vigilantes, buscando la paz del Señor con la esperanza firme de que llegará el día en que cada uno se presentará ante Nuestro Señor Jesucristo. Él, a través de su Santo Espíritu, nos llama a cada instante a proclamar nuestra fe por donde vayamos.

En Romanos 13,11-12, San Pablo nos alerta: «Reconozcan el momento en que viven, que es ya hora de despertar del sueño: ahora la salvación está más cerca que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada, el día se acerca: abandonemos las acciones tenebrosas y vistámonos con la armadura de la luz».

Hermanos: meditando la lectura, respondamos: ¿Invocamos al Espíritu Santo en nuestras actividades diarias y cuando atravesamos tribulaciones? ¿Testimoniamos con valentía a Nuestro Señor Jesucristo? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a incrementar nuestra oración y amor por Dios y por el prójimo con acciones muy concretas, manteniendo una vigilancia y esperanza siempre activas.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Amado Jesús, envíanos tu Santo Espíritu para perseverar en el cumplimiento de tus enseñanzas y fortalecer nuestra fe, para que cuando nos llames nos encuentres dando testimonio valiente de tu amor.

Amado Jesús, frente a las enfermedades, guerras, desastres naturales, hambruna y tantas otras cosas que afectan a diversos países del mundo, envía tu Santo Espíritu para iluminar las mentes y corazones de toda la humanidad y dar testimonio de amor, esperanza y solidaridad con los hermanos que sufren.

Espíritu Santo, otórganos los dones para que, con amor y creatividad, realicemos obras de misericordia en favor de nuestros hermanos más necesitados.

Padre eterno, tú que enviaste a Nuestro Señor Jesucristo al mundo para salvar a los pecadores, concede a todos los difuntos el perdón de sus faltas.

Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies las súplicas que te hacemos en nuestras necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh, Virgen gloriosa y bendita. Amén.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos la imagen de Jesús, el Rey que no teme la tormenta, el Salvador que camina sobre las aguas del caos. En nuestro corazón, imaginemos las palabras: «Alzad la cabeza». Veamos las pruebas no como el final, sino como puertas hacia una fe más profunda. Propongámonos enfrentar cada día con la confianza de que el amor de Dios es más fuerte que cualquier dificultad. Un acto concreto podría ser ofrecer palabras de esperanza a alguien que esté atravesando un momento de crisis, recordándole que Cristo camina a su lado.

En silencio, contemplemos la cruz, el lugar donde el sufrimiento se transformó en redención, y pidamos a Jesús que nos enseñe a caminar con confianza, sabiendo que nuestra liberación está cerca.

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo en la Sagrada Comunión y con el himno “Adoro te devote” de Santo Tomás de Aquino:

«Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias. A Ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte.

Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto; pero basta el oído para creer con firmeza; creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios: nada es más verdadero que esta Palabra de verdad.

En la Cruz se escondía sólo la Divinidad, pero aquí se esconde también la Humanidad; sin embargo, creo y confieso ambas cosas, y pido lo que pidió aquel ladrón arrepentido.

No veo las llagas como las vio Tomás, pero confieso que eres mi Dios: haz que yo crea más y más en Ti, que en Ti espere y que te ame.

¡Memorial de la muerte del Señor! Pan vivo que das vida al hombre: concede a mi alma que de Ti viva y que siempre saboree tu dulzura.

Señor Jesús, Pelícano bueno, límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre, de la que una sola gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero.

Jesús, a quien ahora veo oculto, te ruego, que se cumpla lo que tanto ansío: que al mirar tu rostro cara a cara, sea yo feliz viendo tu gloria. Amén».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.

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