«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!» Lc 1,42.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Lucas 1,39-45
En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y exclamó con voz fuerte: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú que has creído porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«El gozo es la oración, el gozo es la fuerza, el gozo es el amor… El que da gozosamente, da más» (Santa Teresa de Calcuta).
Hoy, en el cuarto domingo de Adviento y próximos a la Navidad, meditamos una de las primeras manifestaciones de Jesús en nuestro mundo a través del vientre bendito de María. La lectura de hoy nos sugiere vivir el Adviento al lado de Nuestra Santísima Madre ya que ella «se puso en camino y fue aprisa a la montaña», uniendo el servicio al gozo y a la confianza plena en el Señor. Por eso, su saludo lleno de ternura desborda el asombro y gratitud de Isabel, y Juan Bautista salta de alegría dentro del vientre de su madre, quien queda llena del Espíritu Santo. La plenitud del Salvador, aún en el vientre de Nuestra Santísima Madre, desborda bendiciones y gracias para toda la humanidad.
Así surge el hermoso elogio de la fe que Isabel pronuncia venerando a María, y que surge de la revelación que ella recibe del Espíritu Santo, en ese momento. En la Visitación, Isabel y María son las primeras en reconocer y experimentar el gozo de la presencia viva de Dios entre nosotros. Ellas, confiando en la Palabra de Dios, experimentaron una intervención divina y crucial en sus vidas; por ello, el texto de hoy es también un legado de confianza para todas las generaciones. Una confianza que es decisiva en la historia de la humanidad porque la vida de cada uno de nosotros es un Adviento, es también una espera del dulce llamado, de aquel momento extremo en el que nos encontraremos con el Señor para siempre.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
Desde la creación, Dios ha invitado a la humanidad a una relación profunda de confianza, en la que cada ser humano confíe plenamente que Dios está permanentemente en su vida y, así, llegue a descubrir que Dios es el Señor de su existencia. El Señor no cesa de invitarnos. Faltan pocos días para que nazca Nuestro Salvador; Él nos trae un mensaje de esperanza, Él es nuestra única esperanza, aquella esperanza sobrenatural que nos libra de todo desaliento.
Pidámosle perdón por las veces en que no hemos confiado en Él y hemos rechazado su gozo, y acerquémonos confiados a Nuestra Santísima Madre diciéndole la hermosa respuesta que el Espíritu Santo inspiró a Isabel: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!».
Hermanos: meditando la lectura, respondamos: ¿Experimentamos el gozo de la presencia del Señor en nuestras vidas? ¿Somos capaces de reconocer a Cristo en los demás? Que las respuestas a estas preguntas nos lleven a aceptar la invitación de Nuestra Santísima Madre María de llevar a Cristo a los demás, no solo con palabras, sino con actos concretos de amor y servicio y, así, alcanzar la bienaventuranza «Dichosa (o dichoso) tú que has creído porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Derrama, Señor, tu gracia en nuestros corazones, para que quienes hemos conocido, por el anuncio del ángel, la encarnación de Cristo, tu Hijo, lleguemos, por su pasión y su cruz, a la gloria de la resurrección.
Amado Jesús, tú que has de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, por tu infinita misericordia, recibe entre tus elegidos a nuestros hermanos difuntos.
Madre Santísima, Madre del Redentor, ayúdanos a descubrir la alegría de los que ponen continuamente su confianza en el Señor y, así, podamos también proclamar la grandeza del Señor.
Madre Santísima, Mansión de la divinidad inundada por el Espíritu Santo, te agradecemos por acoger en tu seno al Hijo de Dios y te pedimos que intercedas ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Imagina a María entrando en la casa de Isabel, llevando consigo la presencia de Jesús. Siente la alegría en el ambiente, el gozo profundo que llena la vida de las dos mujeres. Contempla cómo Isabel, llena del Espíritu Santo, proclama la grandeza de María y de su Hijo.
Haz un propósito concreto para este Adviento: lleva la presencia de Cristo a alguien que lo necesite. Esto puede ser a través de una visita, una palabra de ánimo o un acto de caridad. Como María, sé un mensajero del amor de Dios. Repite durante el día las palabras de Isabel: «¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?» (Lc 1,43). Deja que estas palabras te llenen de humildad y gratitud, recordándote que la presencia de Cristo es el mayor regalo que podemos recibir y compartir.
Hermanos: contemplemos a Nuestra Santísima Madre la Virgen María y, en ella, a Nuestro Señor Jesucristo, con una homilía de San Juan Pablo II:
«“¡Bienaventurada tú, que has creído!” (Lc 1,45). La primera bienaventuranza que se menciona en los evangelios está reservada a la Virgen María. Es proclamada bienaventurada por su actitud de total entrega a Dios y de plena adhesión a su voluntad, que se manifiesta con el “sí” pronunciado en el momento de la Anunciación…
Amadísimos hermanos y hermanas… el evangelio de hoy nos presenta el episodio “misionero” de la visita de María a Isabel. Acogiendo la voluntad divina, María ofreció su colaboración activa para que Dios pudiera hacerse hombre en su seno materno. Llevó en su interior al Verbo divino, yendo a casa de su anciana prima que, a su vez, esperaba el nacimiento del Bautista. En este gesto de solidaridad humana, María testimonió la auténtica caridad que crece en nosotros cuando Cristo está presente.
Amadísimos hermanos… ¡que toda la acción de vuestra comunidad se inspire siempre en este mensaje evangélico! El que participa activamente en la vida comunitaria y parroquial no puede menos de sentir la llamada bautismal a hacerse prójimo de quien está necesitado y sufre. Llevad a cada uno el anuncio típico de la Navidad: ¡No tengáis miedo, Cristo ha nacido por vosotros! Difundid este anuncio por doquier en este tiempo… Id a donde la gente vive y estad dispuestos a ayudarle, en la medida de vuestras posibilidades, a salir de toda forma de aislamiento. A todos y a cada uno anunciad y testimoniad a Cristo y la alegría del Evangelio.
Esta misión es para vosotras, queridas familias: la Iglesia os llama a movilizaros para transmitir la fe y, sobre todo, a vivirla intensamente vosotras mismas… La Iglesia, convencida de que no bastan las intervenciones de tipo social o médico, invita a un testimonio cada vez más convincente de los valores humanos y cristianos en la sociedad y a una auténtica solidaridad con las personas, especialmente si son débiles y están solas.
¡Ojalá que la celebración de hoy, en la perspectiva de la Navidad, suscite en cada persona el entusiasmo por amar la vida, defenderla y promoverla con todos los medios legítimos! Este es el mejor modo de celebrar la Navidad, compartiendo con todas las personas de buena voluntad la alegría de la salvación, que el Verbo encarnado trajo al mundo.
Deseo, además, que el tiempo navideño y el comienzo del nuevo año renueven en cada uno un fuerte impulso misionero. Que renazca en esta comunidad, como en toda diócesis, el fervor original de la antigua comunidad cristiana de Roma descrito en los Hechos de los Apóstoles…
María, modelo de fe para todos los creyentes, nos ayude a prepararnos a acoger dignamente al Señor que viene. Con Isabel reconozcamos las maravillas que el Señor hizo en ella. “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!” (Lc 1,42). Jesús, fruto bendito del seno de la Virgen María, bendiga a vuestras familias, a los jóvenes, a los ancianos, a los enfermos y a las personas solas. Él, que se hizo niño para salvar a la humanidad, traiga a todos luz, esperanza y alegría. Amén.
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.