«Vayan a la ciudad, a casa de Fulano, y díganle: «El Maestro dice: Mi hora está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos»» Mt 26,18.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Mateo 26,14-25
En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: «¿Cuánto me dan si les entrego a Jesús?». Ellos acordaron darle treinta monedas de plata. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo. El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?». Él contestó: «Vayan a la ciudad, a casa de Fulano, y díganle: «El Maestro dice: Mi hora está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos»». Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo: «Les aseguro que uno de ustedes me va a entregar». Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro: «¿Señor, acaso seré yo?». Él respondió: «El que ha mojado el pan en el mismo plato que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!, más le valdría no haber nacido». Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: «¿Soy yo acaso, Maestro?». Él respondió: «Tú lo has dicho».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«Si a pesar de vuestro esfuerzo personal por seguir a Cristo, alguna vez sois débiles no viviendo conforme a su ley de amor, a sus mandamientos, ¡no os desaniméis! ¡Cristo os sigue esperando! Él, Jesús, es el Buen Pastor que carga con la oveja perdida sobre sus hombros y la cuida con cariño para que sane. Cristo es el amigo que nunca defrauda» (San Juan Pablo II).
En el corazón de Jerusalén, durante la celebración de la Pascua judía, se desarrolla el drama de la traición. La ciudad, bajo el dominio romano, es un hervidero de tensiones políticas y religiosas. Los líderes religiosos, temerosos de perder su influencia, buscan eliminar a Jesús, cuya enseñanza y acciones desafían el statu quo.
Jesús, en ese momento, tiene un precio, tal como fue profetizado por Zacarías: «Si les parece bien, páguenme el salario; si no, déjenlo. Ellos pesaron mi salario: treinta monedas de plata» (Zac 11,12). Treinta monedas de plata era el precio de un esclavo, y fue la misma cantidad por la que fue vendido el que vino al mundo a romper las ataduras de la esclavitud del pecado y del demonio. Este hecho dramático marca el inicio de la Pasión del Señor.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
El dolor que produce la traición de una persona querida es muy grande, y Jesús experimentó dicho dolor y lo soportó con valor y misericordia, teniendo en cuenta lo que iba a desencadenar en los próximos días.
El relato de Mateo nos confronta con la dolorosa realidad de la traición. Judas, llamado «uno de los Doce», no es un extraño, sino un amigo cercano de Jesús. Su traición no surge de un impulso momentáneo, sino de un corazón que, poco a poco, se ha alejado del amor y la verdad. Como señala Benedicto XVI, «la traición en cuanto tal tuvo lugar en dos momentos: ante todo en su gestación, cuando Judas se pone de acuerdo con los enemigos de Jesús por treinta monedas de plata, y después en su ejecución con el beso que dio al Maestro en Getsemaní».
Este episodio nos invita a examinar nuestras propias vidas. ¿Cuántas veces, por comodidad, miedo o interés personal, hemos traicionado a Jesús en nuestros hermanos? La pregunta de los discípulos, «¿Soy yo acaso, Señor?», resuena en nuestros corazones, llamándonos a la conversión y a la fidelidad.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Oh, Dios, que, para librarnos del poder del reino de las tinieblas, enviaste a tu Hijo para que soporte por nosotros los suplicios de la pasión y de la cruz, concédenos alcanzar la gracia de la resurrección.
Amado Jesús, ten piedad y misericordia de las traiciones que muchas veces escondemos en nuestros corazones y envíanos la fuerza de tu Espíritu Santo para mantenernos vigilantes ante las seducciones del mundo.
Amado Jesús, te pedimos por todos los moribundos y los difuntos, en especial, por aquellos que han partido o están partiendo de este mundo sin el auxilio espiritual, para que obtengan tu misericordia y tomen parte en tu gloriosa resurrección.
Madre Santísima, Madre del amor hermoso, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
En el silencio de la contemplación, fijamos nuestra mirada en Jesús, el Siervo sufriente, que, aun sabiendo de la traición, comparte la mesa con sus discípulos. Su amor incondicional nos interpela y nos transforma. En este Miércoles Santo, propongámonos:
- Revisar nuestras relaciones, buscando sanar heridas y perdonar ofensas.
- Participar en el Triduo Pascual, acompañando a Jesús en su pasión, muerte y resurrección.
- Dedicar tiempo a la oración y al silencio, permitiendo que el Señor hable a nuestro corazón.
Que, al contemplar el misterio de la traición y del amor redentor, renazca en nosotros el deseo de ser verdaderos discípulos de Cristo, testigos de su misericordia en el mundo.
Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de San Gregorio Nacianceno:
«Vamos a participar en la Pascua, ahora aún de manera figurada, aunque ya más clara que en la antigua ley, si puedo decirlo así, como una figura oscura de nuestra Pascua, que es también figura…
Nosotros hemos de tomar parte en esta fiesta ritual de la Pascua en un sentido evangélico, y no literal; de manera perfecta, no imperfecta; no de forma temporal, sino eterna. Tomemos como nuestra capital, no la Jerusalén terrena, sino la ciudad celeste; no aquella que ahora pisan los ejércitos, sino la que resuena con las alabanzas de los ángeles. Sacrifiquemos no jóvenes terneros ni corderos con cuernos y pezuñas (Sl 68,32), más muertos que vivos y desprovistos de inteligencia, sino más bien ofrezcamos a Dios un sacrificio de alabanza (Sal 49,14) sobre el altar del cielo, unidos a los coros celestiales. Atravesemos la primera cortina, avancemos hasta la segunda y dirijamos nuestras miradas al Santo de los santos. Yo diría aún más: inmolémonos nosotros mismos a Dios, ofrezcámosle todos los días nuestro ser con todas nuestras acciones. Estemos dispuestos a todo por causa del Verbo; imitemos su pasión con nuestros padecimientos, honremos su sangre con nuestra sangre, subamos decididamente a su cruz: sus clavos son dulces a pesar de ser extremadamente dolorosos. Es mejor sufrir con Cristo y por Cristo que vivir deliciosamente con los otros.
Si eres Simón de Cirene, toma tu cruz y sigue a Cristo. Si estás crucificado con él como un ladrón, haz como el buen ladrón: reconoce a Dios… Si eres José de Arimatea, reclama el cuerpo del Señor a quien lo crucificó, y haz tuya la expiación del mundo. Si eres Nicodemo, el que de noche adoraba a Dios, ven a enterrar el cuerpo, y úngelo con ungüento y perfúmalo con la mirra. Si eres una de las dos Marías, o Salomé o Juana, llora desde el amanecer; procura ser el primero en ver la piedra quitada, y verás quizá a los ángeles o incluso al mismo Jesús».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.