LECTIO DIVINA DEL MARTES DE LA SEPTIMA SEMANA DE PASCUA – CICLO C

SANTOS CARLOS LUANGA Y COMPAÑEROS MÁRTIRES

«Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a todos los que le confiaste» Jn 17,1-2.

 

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

 

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan 17,1-11a

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a todos los que le confiaste. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado sobre la tierra, he terminado la obra que me encomendaste. Y ahora, Padre, glorifícame cerca de ti, con la gloria que yo tenía cerca de ti antes de que el mundo existiese. He manifestado tu Nombre a los hombres que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran, y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti; porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido, y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado. Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que tú me diste, porque son tuyos. Sí, todo lo mío es tuyo, y lo tuyo es mío; y en ellos he sido glorificado. Yo no voy a estar más en el mundo, pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

 

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«Es importante pensar que Jesús está orando por mí. Yo puedo seguir adelante en la vida porque tengo un abogado que me defiende. Si soy culpable, si tengo muchos pecados, Jesús es un buen abogado defensor y hablará al Padre de mí. Y precisamente para destacar que Él es el primer abogado, nos dice: Os enviaré otro paráclito, otro abogado. Pero Él es el primero. Y ruega por mí, en la oración de intercesión que hoy después de la Ascensión al cielo Jesús hace por cada uno de nosotros. Del mismo modo como cuando nosotros en la parroquia, en casa, en la familia tenemos algunas necesidades, algunos problemas, decimos «reza por mí», lo mismo debemos decir a Jesús: “Señor Jesús, ruega por mí”» (Papa Francisco).

Hoy conmemoramos a Carlos Lwanga y compañeros mártires de Uganda. Carlos Lwanga, José Mkasa, junto a 20 compañeros, fueron martirizados entre los años 1885 y 1887 en Uganda por haber conformado la sociedad de los Misioneros de África, que se encargó de la evangelización de ese continente durante el siglo XIX. El 3 de junio de 1886 doce de ellos fueron quemados vivos junto a otros 20 anglicanos porque se negaron a renunciar a su fe. Los otros 10 mártires fueron descuartizados.

A lo largo de todo el capítulo 17 del Evangelio de San Juan se encuentra la oración más extensa de Nuestro Redentor, conocida por la tradición de la Iglesia como “La oración sacerdotal de Jesús”. Integra los textos de despedida de Jesús, antes de dirigirse al huerto de los olivos y su posterior arresto. Desde hoy y los próximos dos días, meditaremos toda la oración de Jesús, que sugerimos leerla íntegramente.

Con el panorama que Jesús vislumbra, la oración sacerdotal constituye uno de los momentos más intensos de su sagrada misión, por el contenido salvífico de su petición espontánea al Padre que transmite a sus discípulos y que se extiende a toda la humanidad.

Jesús le pide a Dios Padre que no saque del mundo a sus discípulos porque ellos serán quienes irán por el mundo llevando su Palabra. Esta oración nos introduce en el Santuario Trinitario: es Jesús hablando con su Padre, revelando el misterio de la unidad divina, la misión cumplida y el deseo ardiente de que sus discípulos participen de su gloria. Es una plegaria que atraviesa el tiempo y el espacio para abrazar a toda la Iglesia.

 

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique» (Jn 17,1). Esta es la hora del amor llevado hasta el extremo, la hora en la que el grano de trigo, cayendo en tierra, comienza a morir para dar fruto abundante. La gloria que Jesús pide no es la del triunfo humano, sino la del amor crucificado.

Jesús no ruega solo por sí, sino por nosotros. En su oración nos incluye: “yo ruego por ellos” (v.9). Él, que ha sido enviado por el Padre, nos revela el nombre de Dios, es decir, su intimidad, su rostro, su misericordia. Esta súplica nos introduce en el misterio de la unidad: «para que sean uno como nosotros» (v.11). No se trata de una unidad meramente social o institucional, sino de una comunión que nace del amor trinitario. Esta comunión, que es el corazón mismo del Evangelio, encuentra eco en otras palabras del Señor: «Permanezcan en mí, como yo en ustedes» (Jn 15,4) y «donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20).

Jesús ora como Sumo Sacerdote eterno, intercediendo por su pueblo. Esta oración abraza también a los mártires de la historia, como san Carlos Luanga y sus compañeros, que dieron su vida por Cristo y glorificaron al Padre con su sangre. En ellos se cumple esta súplica: fueron custodiados en su Nombre y permanecieron fieles hasta el final.

¡Jesús, María y José nos aman!

 

  1. Oración

Oh, Dios, tú has hecho que la sangre de los mártires fuese semilla de cristianos, concédenos por tu bondad, que el campo de tu Iglesia, regado por la sangre de los santos Carlos Luanga y compañeros, sea fecundo en abundante cosecha para ti.

Espíritu Santo: fortalece nuestra fe para que, con valentía, podamos enfrentar los ataques que el mundo realiza a la Iglesia.

Gracias, amado Jesús por ser tú mismo, por ser Nuestro Redentor, por darnos a conocer a Dios Padre a través del Espíritu Sato y de tu Palabra. Bendita seas Santísima Trinidad.

Amado Padre celestial, que los agonizantes y los difuntos, libres de la esclavitud de la corrupción, entren en la libertad gloriosa de tu reino.

Madre Santísima, esposa virginal del Espíritu Santo, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

 

  1. Contemplación y acción

Contemplamos, Señor, tus ojos elevados al cielo… Es un gesto de confianza. Mientras el mundo prepara las lanzas del odio, Tú pronuncias palabras de amor. Mientras las tinieblas se agitan, Tú suplicas por nosotros. Tú, el Cordero silente, hablas al Padre con voz serena. Y en tu voz resuena nuestro nombre. Estás solo, pero no aislado. Estás rodeado por la fidelidad del Padre, y esa fidelidad nos alcanza.

Haznos custodios de la unidad en nuestras familias, comunidades, parroquias. Que no busquemos la gloria del mundo, sino la que brota del amor ofrecido. Que aprendamos a “dar gloria” no con aplausos, sino con el silencio fecundo de quien ama, sufre y espera.

Hoy, Señor, queremos vivir esta oración. Queremos ser respuesta. Queremos glorificar al Padre contigo. Haz que nuestro día sea un eco de tu súplica, una pequeña ascensión del corazón hacia la eternidad.

Te formulo una propuesta práctica: haz hoy una oración en voz alta por las personas que te han herido. Llámalas por su nombre ante Dios. Une tu intercesión a la de Cristo. Custodia la unidad comenzando por tu entorno inmediato. Conviértete en eco visible de esta oración invisible.

Contemplemos también a Dios con una petición de R. Rolle:

«Señor Jesucristo, te ruego por tu dulce piedad que me ayudes en todos mis tormentos y en todas mis tentaciones. Envíame, oh, Señor, un ángel de consejo y de consuelo en todas mis necesidades. Dulce Jesus, te doy gracias por los dulces y piadosos pasos que diste, por amor a nosotros, hacia tu misma pena y tu misma muerte. Te suplico, oh, Señor, que me liberes de los lazos de todos nuestros pecados, puesto que soportaste que te ataran por amor a nosotros. Te agradezco, dulce Señor Jesucristo, la mirada que posaste sobre tu discípulo que se había alejado, san Pedro. Le miraste con una mirada de misericordia cuando estabas en el punto más alto de tu sufrimiento y de tu pena. Mostraste entonces abiertamente el amor y la caridad que nos tienes, hasta el punto de que ni la indignidad, ni los tormentos, ni ninguna otra cosa pueden alejar tu corazón de nosotros.

Glorioso Señor, lleno de misericordia y de piedad, haz que nosotros, a través de tu bendita mirada, podamos dirigirnos a tu gracia y arrepentirnos de nuestros errores y de nuestras fechorías, de suerte que podamos llegar, con san Pedro, a tu misericordia. Oh, Señor, Rey de la gloria, tu quisiste dejar de lado el poder y actuar como si estuvieras privado de él, para sanar mis pecados».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

 

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.

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