LECTIO DIVINA DEL SÁBADO DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA – CICLO C

VISITACIÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA

«Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es Santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación» Lc 1,48-49.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 1,39-56

En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludo a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, salto la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú que has creído porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá». María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es Santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, a favor de Abraham y su descendencia por siempre». María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Valentía femenina, capacidad de ir al encuentro de los demás, mano tendida en señal de ayuda, solicitud… Y sobre todo alegría, de esa que llena el corazón y da a la vida sentido y dirección nuevos. Todo esto podemos descubrirlo en el Evangelio de hoy que narra la visita de María a Santa Isabel. Texto que, junto a las palabras del Profeta Sofonías en la Primera lectura (3,14-18) y de San Pablo en la Segunda (Rm 12,9-16), dibujan una liturgia llena de alegría, que viene como soplo de aire fresco a llenar nuestra vida» (Papa Francisco).

Hoy celebramos la alegría de la Visitación de Nuestra Santísima Madre María a su prima Santa Isabel, luego de dos meses y algunos días de la celebración de la Anunciación.

Este pasaje evangélico se sitúa en la región montañosa de Judea, probablemente en Ain Karim, un pequeño poblado al oeste de Jerusalén. María, tras recibir el anuncio del ángel Gabriel y saberse portadora del Hijo de Dios, emprende con premura el camino para visitar a su pariente Isabel, que también ha concebido milagrosamente en su vejez.

En el contexto judío del siglo I, la mujer tenía un rol limitado, pero las narraciones lucanas destacan precisamente a las mujeres como portadoras de la promesa: Isabel y María no son figuras pasivas, sino protagonistas de la historia de la salvación. Este encuentro se desarrolla bajo el velo del Antiguo Testamento, donde la “arca de la alianza” —símbolo de la presencia divina— visitaba el hogar de los fieles: ahora, la nueva Arca, María, lleva en su seno al Verbo Encarnado.

Políticamente, con la ocupación romana y el peso de los tributos se asoma una espera mesiánica impregnada de anhelo y tensión. En medio de esta realidad cargada de oscuridad, dos mujeres —una anciana estéril y una joven virgen— se convierten en luminarias de la nueva creación de Dios.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

María se pone en camino «a prisa». No hay dilación, no hay repliegue sobre sí misma. La joven de Nazaret se convierte en icono de la Iglesia en salida, que lleva consigo al Salvador en las entrañas del alma y del cuerpo. Su movimiento es misionero, silencioso y fecundo.

Cuando Isabel la saluda, el niño en su seno —Juan— salta de gozo. Es el primer reconocimiento de Cristo, no por palabras humanas, sino por la acción del Espíritu Santo. «¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?» (Lc 1,43): Isabel proclama una verdad teológica altísima, sin haber asistido a ningún concilio ni haber oído aún el canto del Magníficat.

El cántico de María no nace de la euforia superficial, sino del Espíritu que la colma. «Proclama mi alma la grandeza del Señor» es un himno de revolución espiritual: Dios derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. María no canta lo que desea; canta lo que Dios hace en la historia: un amor preferencial por los pequeños, un juicio sobre los soberbios. Este cántico resuena con ecos del Antiguo Testamento: el cántico de Ana (1 Sam 2,1-10), los salmos, los profetas. Pero también anticipa el Reino proclamado por Jesús: «Bienaventurados los pobres…», «los últimos serán los primeros…» (Mt 5,3; Mt 19,30). El Magníficat es, en cierto modo, el Evangelio en forma de poesía.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Dios todopoderoso y eterno, que inspiraste a la bienaventurada Virgen María, cuando llevaba en su seno a tu Hijo, visitar a Isabel, concédenos que, dóciles al soplo del Espíritu Santo, podamos siempre cantar con Ella tus maravillas.

Amado Jesús, inunda nuestras mentes con la luz de tu Espíritu y nuestros corazones se estremecerán con la Verdad y, así, nuestra existencia será un canto de amor y de fraternidad.

Amado Jesús, Hijo de Dios vivo, que con tu muerte y resurrección venciste a la muerte, que la oblación última de nuestros difuntos los lleve al gozo eterno de tu gloria.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Contempla a María, en lo alto de los caminos de Judea, con los pies polvorientos, pero con el corazón en llamas. No va para ser servida, sino para servir. No busca aplausos, sino comunión. No lleva palabras propias, sino al Verbo encarnado.

¿Y tú? ¿A quién llevas en tu caminar? ¿A quién visitas cuando sales de casa? ¿Tu presencia es bendición, tu saludo es Espíritu, tu palabra es alabanza? Hoy, haz como María: visita al enfermo, llama al que sufre, acoge con ternura. Canta un Magníficat silencioso con tu vida. Deshaz el orgullo con gestos humildes, desbarata la indiferencia con la caridad. Y cuando no puedas cantar, deja que tu alma proclame en el silencio lo que tu boca calla. Porque el verdadero Magníficat no siempre se pronuncia con los labios, sino con los pasos de quien se convierte en Evangelio viviente. Y en ese canto silencioso, Cristo nacerá de nuevo en el corazón del mundo.

Contemplemos a Nuestra Santísima Madre con una alocución de Benedicto XVI:

«Con alegría me uno a vosotros al término de esta vigilia mariana, siempre sugestiva, con la que se concluye en el Vaticano el mes de mayo en la fiesta litúrgica de la Visitación de la santísima Virgen María…

Meditando los misterios luminosos del santo rosario, habéis subido a esta colina donde habéis revivido espiritualmente, en el relato del evangelista san Lucas, la experiencia de María, que desde Nazaret de Galilea “se puso en camino hacia la montaña” (Lc 1,39) para llegar a la aldea de Judea donde vivía Isabel con su marido Zacarías.

¿Qué impulsó a María, una joven, a afrontar aquel viaje? Sobre todo, ¿qué la llevó a olvidarse de sí misma, para pasar los primeros tres meses de su embarazo al servicio de su prima, necesitada de ayuda? La respuesta está escrita en un Salmo: “Corro por el camino de tus mandamientos (Señor), pues tú mi corazón dilatas” (Sal 118, 32). El Espíritu Santo, que hizo presente al Hijo de Dios en la carne de María, ensanchó su corazón hasta la dimensión de la de Dios y la impulsó por la senda de la caridad.

La Visitación de María se comprende a la luz del acontecimiento que, en el relato del evangelio de san Lucas, precede inmediatamente: el anuncio del ángel y la concepción de Jesús por obra del Espíritu Santo. El Espíritu Santo descendió sobre la Virgen, el poder del Altísimo la cubrió con su sombra (cf. Lc 1,35). Ese mismo Espíritu la impulsó a «levantarse» y partir sin tardanza (cf. Lc 1, 39), para ayudar a su anciana pariente.

Jesús acaba de comenzar a formarse en el seno de María, pero su Espíritu ya ha llenado el corazón de ella, de forma que la Madre ya empieza a seguir al Hijo divino: en el camino que lleva de Galilea a Judea es el mismo Jesús quien “impulsa” a María, infundiéndole el ímpetu generoso de salir al encuentro del prójimo que tiene necesidad, el valor de no anteponer sus legítimas exigencias, las dificultades y los peligros para su vida. Es Jesús quien la ayuda a superar todo, dejándose guiar por la fe que actúa por la caridad (cf. Ga 5,6).

Meditando este misterio, comprendemos bien por qué la caridad cristiana es una virtud «teologal». Vemos que el corazón de María es visitado por la gracia del Padre, es penetrado por la fuerza del Espíritu e impulsado interiormente por el Hijo; o sea, vemos un corazón humano perfectamente insertado en el dinamismo de la santísima Trinidad. Este movimiento es la caridad, que en María es perfecta y se convierte en modelo de la caridad de la Iglesia, como manifestación del amor trinitario (cf. Deus caritas est, 19).

Todo gesto de amor genuino, incluso el más pequeño, contiene en sí un destello del misterio infinito de Dios: la mirada de atención al hermano, estar cerca de él, compartir su necesidad, curar sus heridas, responsabilizarse de su futuro, todo, hasta en los más mínimos detalles, se hace “teologal” cuando está animado por el Espíritu de Cristo.

Que María nos obtenga el don de saber amar como ella supo amar… Desde esta colina ampliamos la mirada a Roma y al mundo entero, y oramos por todos los cristianos, para que puedan decir con san Pablo: “El amor de Cristo nos apremia” (2 Co 5,14), y con la ayuda de María sepan difundir en el mundo el dinamismo de la caridad».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.

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