«Sígueme» Jn 21,29.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Juan 21,15-19
Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos, después de comer con ellos, dice a Simón Pedro: «Simón hijo de Juan, ¿me amas más que a éstos?». Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis corderos». Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Él le dice: «Pastorea mis ovejas». Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras». Esto lo dijo aludiendo a la muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«Existen muchas cosas que pueden hacernos gratos a Dios, que nos hacen ilustres y dignos de mérito. Pero lo que realmente nos logra el favor divino es la solicitud por los que están próximos a nosotros. Esto es lo que precisamente Cristo le pide a Pedro» (San Juan Crisóstomo).
Los pasajes evangélicos de hoy y mañana narran el último encuentro de Jesús con sus discípulos.
Nos encontramos a orillas del mar de Tiberíades, en Galilea, después de la Resurrección. La escena tiene lugar tras una pesca milagrosa que remite a la primera vocación de los discípulos. Jesús resucitado se manifiesta en la cotidianidad: prepara un fuego, pan y pescado, y llama a sus amigos a comer. El Maestro se hace servidor de nuevo, como en el lavatorio de los pies, y establece una nueva intimidad con Pedro. En un contexto religioso de restauración y esperanza mesiánica, Pedro ha sufrido el desgarramiento de su negación. Ahora el Buen Pastor le tiende la mano no con reproches, sino con una triple pregunta que sana y consagra. La cultura judía valora profundamente la reconciliación, y este diálogo la trasciende con ternura divina. La sociedad romana, por su parte, empieza a mostrar signos de tensión ante el crecimiento del cristianismo, aunque aún de forma incipiente. Jesús no se instala en un discurso doctrinal, sino en la herida del corazón del apóstol, y desde allí lo reconstruye con amor.
Por amor, el Padre dio al Hijo; por amor, el Hijo dio la vida; por amor, Jesús reunió a los suyos. El amor es la ley de los discípulos, es el motor de Pedro. En el diálogo de hoy está toda la vida, todo su misterio, toda su luz y todo su significado. Toda la historia divina y humana está movida por el amor y todas sus fragancias.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
«Simón hijo de Juan, ¿me amas más que a éstos?» (Jn 21,15). La pregunta de Cristo no es un reproche: es una invitación al amor purificado, al amor que brota no de la seguridad, sino del arrepentimiento. Pedro, el impulsivo, el que había prometido morir con su Señor y luego lo negó tres veces, es ahora confrontado por la ternura que cura.
Jesús no le recuerda su falta, sino que lo lleva a un nuevo compromiso. Cada «sí» de Pedro es un eco de su dolor redimido. El Maestro lo convierte en pastor, no por su fuerza, sino por su humildad reencontrada: «Apacienta mis corderos». Este encargo no es un título de poder, sino una cruz de amor. Y al final, Jesús lo conduce a la profecía de su martirio: «cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras» (Jn 21,18). Jesús edifica su Iglesia sobre un corazón arrepentido, y le confía lo más precioso: su rebaño. Es una llamada a quienes han caído, pero no han sido vencidos, a quienes lloran su traición y esperan ser restaurados en el amor.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Oh, Dios, que, por la glorificación de Jesucristo y la luz del Espíritu Santo has abierto el acceso a la vida eterna, haz que la participación en tanta gracia nos mueva a dedicarnos con mayor empeño a tu servicio y a vivir con mayor plenitud las riquezas de nuestra fe.
Santísima Trinidad: te pedimos que protejas a todos los pastores de la Iglesia y los consagres totalmente a la evangelización de la humanidad.
Jesús, te amamos, pero tal vez nuestro amor es muy imperfecto, otórganos la gracia de amarte a través de las personas más necesitadas espiritual y materialmente, así como a través de nuestras familias, compañeros de trabajo, hermanos de comunidad, conciudadanos y de cualquier persona.
Amado Jesús, tú que descendiste al abismo para anunciar el gozo del Evangelio a los muertos, sé tú mismo la eterna alegría de nuestros difuntos.
Madre Santísima, esposa virginal del Espíritu Santo, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Permanece junto al fuego encendido por el Resucitado. Escucha su voz. Te llama por tu nombre y te pregunta: «¿Me amas?». No para avergonzarte, sino para recrearte. Su mirada no hiere, cura. Hoy puedes responderle cuidando de quienes te han sido confiados: un hijo, un anciano, un hermano que sufre. Puedes alimentar el corazón ajeno con palabras de ternura, con el pan del perdón, con la presencia silenciosa que sostiene.
Jesús no busca servidores perfectos, sino corazones que ardan de amor. ¿Tú lo amas? Entonces, apacienta. Acompaña. Sirve. Aunque hayas caído, si lo amas, Él te restituye. Aunque te hayas perdido, Él te espera en la orilla de tus derrotas. Deja que su pregunta resuene en ti como un canto, como un fuego, como un nuevo comienzo. Y si algún día tu camino te lleve donde no deseas, recuerda: también allí va el Buen Pastor delante de ti. Como dice el salmo 23: «En tu fidelidad, Señor, me guías y me sostienes».
Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de Primo Mazzolari:
«Parece como si Jesús se hubiera complacido en mostrar en san Pedro, el elegido entre los elegidos, el respeto y la estima y el uso de lo que él suele hacer con lo que la criatura le ofrece para el Reino de los Cielos. El Verbo no improvisó la Piedra, sino que ésta fue construida a partir del material que Simón, hijo de Jonás, le aporta.
Pedro es un pescador, nada arenoso. Su alma no es un pedregal de arena: hay en él piedras y guijarros rabiosamente arrojados por la ola y amontonados sin orden ni concierto. La solidez de Pedro está en el rostro, en los miembros, en el oficio, en el gesto, en la palabra, en la pasión, en la espontaneidad, en la audacia, incluso en la debilidad y en las lágrimas: lágrimas que petrifican y excavan surcos sobre un rostro que el viento y la ola han abofeteado.
En el evangelio no aparece nunca un Pedro mediocre. Cristo lo convirtió en una piedra, en un fundamento. La piedra es la humanidad de todos los tiempos, en la que el Cristo vivo, paciente e irresistible constructor, prepara la catedral del Espíritu: toda la Iglesia en sus fundamentos, el papa y los obispos, es piedra, pero no todo queda transformado inmediatamente por la gracia. Tanto en la historia de Pedro como en la de la Iglesia, hay algo que se desmorona bajo el ímpetu de la adversidad. Sin embargo, la piedra no se pliega: puede ser sumergida, pero no se pliega; insultada, ensuciada por nuestra tristeza y por la ajena, pero no se pliega.
He aquí la Iglesia, vista a través de Simón, hijo de Juan, convertido en Pedro por voluntad de Cristo. Muchos no advierten en Pedro y en la Iglesia más que esta realidad, fija, resistente, fría… Sin embargo, no soldó sólo una roca en Simón, sino que tomó en sus manos su corazón y lo puso incandescente: “¿Me amas más que éstos?”. La Piedra no sofocó ni el impulso ni la ternura de Simón: “Señor, tú sabes que te amo”. El corazón de Pedro es el corazón que salta adelante, que no se siente dispensado, que no pesa, no calcula: el corazón que necesita el Señor para su Iglesia. Un pastor es piedra y corazón. No basta con algo firme: también lo está la piedra sepulcral. Contra una piedra también es posible estrellarse…
La Iglesia está en estas dos realidades: corazón y piedra. Nadie podrá quitarle a la Iglesia la firmeza en dar testimonio de la verdad, porque nadie podrá quitar el amor del corazón. “Señor, tú sabes que te amo”. Pedro ya no tiene el valor de decir que le quiere. No sabe. Tampoco hace falta que lo sepa, pues sabe el Señor que le ama a través de su pobre corazón. El corazón de la Iglesia late con el corazón de Pedro, pero ama con el corazón de Cristo».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.
Oración final
Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.
Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.