LECTIO DIVINA DEL SÁBADO DE LA SEMANA XV DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

«Miren a mi siervo, mi elegido, mi amado, mi predilecto. Sobre él he puesto mi espíritu para que anuncie el derecho a las naciones» Mt 12,18 e Is 42,1.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo 12,14-21

En aquel tiempo, al salir de la sinagoga, los fariseos planearon el modo de acabar con Jesús. Pero Jesús se enteró, se alejó de allí y muchos lo siguieron. Él los curó a todos, advirtiéndoles que no lo dieran a conocer. Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías: «Miren a mi siervo, mi elegido, mi amado, mi predilecto. Sobre él he puesto mi espíritu para que anuncie el derecho a las naciones. No porfiará, no gritará, no voceará por las calles. La caña resquebrajada no la quebrará, ni apagará la mecha que apenas arde, hasta implantar el derecho. Y en su Nombre esperarán las naciones».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Cristo superó la Ley, no como un adversario, como si fuese enemigo del Legislador, sino en unión con el Legislador. Los profetas anunciaron sus viajes y cambios de lugar y la intención con la que actuaría» (San Juan Crisóstomo).

La escena de este pasaje se desarrolla tras un conflicto en la sinagoga, cuando Jesús cura a un hombre con la mano seca en sábado. Este milagro, en lugar de suscitar gratitud, provoca la ceguera de los fariseos que, ofendidos por la misericordia, conspiran contra Jesús para matarlo. Estamos en Galilea, en un contexto de tensión religiosa y política. La Ley mosaica regulaba cada aspecto de la vida y el sábado se había convertido en una institución intocable.

Mientras tanto, el pueblo vivía agobiado por una religiosidad formalista. La opresión romana, por un lado, y la rigurosidad farisaica, por otro, generaban un clima de espera mesiánica y de deseo de liberación. En este ambiente, Jesús aparece como una figura desconcertante: no busca el conflicto, se retira cuando lo persiguen; no alza la voz en las plazas, pero su sola presencia provoca una revolución del corazón.

Mateo cita al profeta Isaías para describir la mansedumbre del Siervo de Dios: Jesús es el elegido del Padre, el ungido por el Espíritu, que no rompe la caña quebrada ni apaga la mecha humeante. El Mesías no viene con violencia, sino con ternura. Esta revelación desconcierta a los poderes establecidos, pues el Reino se revela en la debilidad y en la misericordia.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«No porfiará, no gritará, no voceará por las calles…» En un mundo que idolatra el ruido, la apariencia y el poder, Jesús es el Mesías del silencio, de la discreción, de la ternura. La verdadera autoridad no necesita imponerse; brota de la coherencia, del amor, de la entrega oculta. Él no apaga la mecha humeante. ¡Qué consuelo para los corazones que apenas mantienen viva la llama de la fe! En nuestras vidas hay momentos en que sentimos que todo se apaga: el fervor, la esperanza, la alegría. Pero Jesús no nos rechaza; se inclina, protege esa chispa mínima hasta que arda de nuevo.

«La caña resquebrajada no la quebrará». Es decir, no desecha al que está roto. Al contrario, lo restaura. En un mundo que descarta lo frágil, el Señor exalta lo que el mundo desecha. Como en Lc 15, el Pastor va tras la oveja perdida, la Mujer busca la moneda extraviada, el Padre corre hacia el hijo que vuelve. Y en todo esto se cumple la palabra de Isaías (Is 42,1-4): el Mesías viene a traer justicia, pero no con espadas ni sentencias, sino con compasión. El trono de su Reino es una cruz. La gloria de su victoria es el amor que perdona.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Padre eterno y bueno, tú, que, por amor, deseas introducir a cada hombre en el día sin ocaso, en el sábado de tu descanso, concédenos comprender que sólo la caridad constituye el camino seguro hacia la meta, y haznos fieles a la observancia del único precepto, el precepto del amor.

Gracias, Padre eterno, glorificado seas por siempre porque Nuestro Señor Jesucristo es el camino, la verdad y la vida para nosotros.

Amado Jesús, fortalécenos con tu Espíritu Santo para que, mediante la práctica de las Bienaventuranzas, podamos acercarnos más a tu amor y misericordia a través de nuestros hermanos más necesitados.

Espíritu Santo, que la profecía de Isaías y el llamado que Dios Padre realiza a los apóstoles, en el monte Tabor, en la Transfiguración de Nuestro Señor Jesucristo, nos hagan comprender las enseñanzas de Jesús y las podamos llevar a la práctica.

Amado Jesús, que nuestros hermanos difuntos, que encomendamos a tu misericordia, se alegren en tu reino.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Contemplamos a Jesús retirándose del conflicto. No por cobardía, sino por sabiduría. Él sabe que su hora aún no ha llegado. Su fuerza está en la obediencia al Padre. En silencio, sana, consuela, libera. ¡Qué contraste con nuestro mundo, donde el protagonismo se impone y la imagen se sobrevalora!

Hagamos los siguientes propósitos: practicar el silencio interior al comenzar el día, disponiéndonos a escuchar la voz de Dios; buscar reconciliarnos con personas heridas, actuando con delicadeza, sin juzgar; y ejercer la misericordia con quienes viven momentos de fragilidad, sin juzgar.

Dejemos que su mirada nos envuelva. En ese silencio sagrado, Jesús se acerca a nuestra caña quebrada. No la juzga. La toma en sus manos. Y comienza la restauración. Como el alfarero en Jeremías 18, vuelve a modelarnos con paciencia.

Allí, en la oración callada, renace la esperanza. Porque el Señor no ha venido a condenar, sino a salvar (Jn 3,17). Y lo hace con gestos humildes, con palabras suaves, con amor que no hiere. En su corazón hay lugar para nuestras heridas.

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de San Hipólito de Roma, presbítero y mártir:

«Esta es nuestra fe…: Fue el Padre quien envió la Palabra (Jn 1,1), al fin de los tiempos… Le dijo que se manifestara a rostro descubierto, a fin de que el mundo, al verlo, pudiera salvarse… Sabemos que se hizo hombre de nuestra misma condición, porque, si no hubiera sido así, sería inútil que luego nos prescribiera imitarle como maestro (Jn 13,14.34). Porque, si este hombre hubiera sido de otra naturaleza, ¿cómo habría de ordenarme las mismas cosas que él hace, a mí, débil por nacimiento, y cómo sería entonces bueno y justo?

Para que nadie pensara que era distinto de nosotros, se sometió a la fatiga (Jn 4,6), quiso tener hambre y no se negó a pasar sed, tuvo necesidad de descanso y no rechazó el sufrimiento, obedeció hasta la muerte y manifestó su resurrección, ofreciendo en todo esto su humanidad como primicia, para que tú no te descorazones en medio de tus sufrimientos, sino que, aun reconociéndote hombre, aguardes a tu vez lo mismo que Dios dispuso para él…

Cuando contemples ya al verdadero Dios, poseerás un cuerpo inmortal e incorruptible, junto con el alma, y obtendrás el reino de los cielos, porque, sobre la tierra, habrás reconocido al Rey celestial; serás íntimo de Dios, coheredero de Cristo, y ya no serás más esclavo de los deseos, de los sufrimientos y de las enfermedades, porque habrás llegado a ser dios… Cristo es el Dios que está por encima de todo (cf Rm 9,5) … él es quien renueva al hombre viejo (Col 3,9), al que ha llamado desde el comienzo imagen suya (Gn 1,27), mostrando, por su impronta, el amor que te tiene. Y, si tú obedeces sus órdenes y te haces buen imitador de este buen maestro, llegarás a ser semejante a él».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

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