LECTIO DIVINA DEL VIERNES DE LA SEMANA XV DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

«Si comprendieran lo que significa “misericordia quiero y no sacrificio”, no condenarían a los que no tienen culpa» Mt 12,7.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo 12,1-8

En aquel tiempo, Jesús atravesaba un sembrado, en sábado, y los discípulos que tenían hambre, empezaron a arrancar espigas y a comérselas. Los fariseos, al ver esto, le dijeron: «Mira, tus discípulos están haciendo aquello que no es lícito en sábado». Pero él les respondió: «¿No han leído lo que hizo David, cuando él y sus hombres sintieron hambre? ¿Cómo entró en la Casa de Dios y comieron los panes de la ofrenda, cosa que no les estaba permitida ni a él, ni a sus compañeros, sino sólo a los sacerdotes? ¿Y no han leído en la Ley que los sacerdotes, en el Templo, quebrantan el precepto del sábado sin incurrir en falta? Pues Yo les digo que aquí hay alguien que es más que el Templo. Si comprendieran lo que significa “misericordia quiero y no sacrificio”, no condenarían a los que no tienen culpa. Porque el Hijo del hombre es Señor del sábado».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Jesús nos enseña a ser humanos y comprensivos, y nos da su consigna, citando a Oseas: “quiero misericordia y no sacrificios”. Los discípulos tenían hambre y arrancaron unas espigas. No había razón como para condenarles tan duramente. Seguramente, también nosotros podríamos ser más comprensivos y benignos en nuestros juicios y reacciones para con los demás» (José Aldazabal).

El pasaje evangélico de hoy se ubica también en Marcos 2,23-28 y en Lucas 6,1-5. La escena transcurre en un camino rural de Galilea, donde los trigales se extienden como una alfombra dorada bajo el sol. Es día de sábado, el séptimo día consagrado al Señor, un tiempo sagrado de reposo, donde todo trabajo era considerado profanación. En esta atmósfera de vigilancia religiosa estricta, los fariseos actúan como guardianes de la Ley, atentos a cualquier desviación.

La cultura judía de la época giraba en torno a la Torá, y el cumplimiento literal del sábado era una señal de identidad religiosa. Sin embargo, el legalismo había convertido ese precepto en un peso asfixiante. En lo político, la ocupación romana creaba tensiones: los celotes buscaban un Mesías que liberara con la espada, mientras otros esperaban un Mesías que restaurara la pureza de la Ley. En este contexto aparece Jesús, caminando con sus discípulos, hambrientos, arrancando espigas para comer.

Su gesto, más que una acción de supervivencia es una revelación: el Hijo del Hombre es señor del sábado. Jesús irrumpe como una luz que desenmascara la rigidez, recordando que la Ley fue hecha para el hombre, no el hombre para la Ley. En medio de una religión vaciada de misericordia, el Maestro proclama que lo que Dios quiere es corazón, no sacrificio vacío.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

El Evangelio nos muestra a Jesús caminando por los campos, permitiendo que sus discípulos, movidos por el hambre, arranquen espigas. Es un gesto humilde, cotidiano, pero cargado de un mensaje profundo: la necesidad humana no puede ser sofocada por estructuras religiosas endurecidas.

Los fariseos, ciegos por el legalismo, ven un delito donde hay vida. Jesús responde con firmeza y misericordia: «Misericordia quiero y no sacrificio» (Os 6,6; Mt 12,7). Es el eco de un Dios que no se complace en rituales vacíos, sino en corazones vivos, sensibles al dolor ajeno. Como en Marcos 2,27, Jesús recuerda que el sábado fue hecho para el hombre, y no al revés.

Este pasaje interpela nuestras comunidades. ¿Cuántas veces imponemos normas que sofocan la gracia? ¿Cuántas veces confundimos el culto con la vida? En 1 Samuel 15,22, el profeta proclama: «Obedecer vale más que un sacrificio». Y en Isaías 58, el Señor denuncia el ayuno que no libera, que no rompe cadenas. Jesús nos devuelve la mirada del Padre: una mirada que no condena al hambriento, sino que lo alimenta; que no vigila la ley, sino que ama al hombre.

¡Cuántos corazones han sido alejados de Dios por una religión sin alma! El cristianismo no es una jaula, sino un camino. Un camino que pasa por los trigales, donde el Maestro nos invita a comer y a vivir.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Espíritu Santo, te pedimos tus dones para cumplir a cabalidad el mandamiento del amor que nos dejó Nuestro Señor Jesucristo y otórganos la sensibilidad de corazón para atender a las personas que más necesitan del auxilio material y espiritual, y que, muchas veces, están muy cerca de nosotros.

Amado Jesús, que siempre seamos portadores de tu amor y misericordia.

Amado Jesús, que nuestros hermanos difuntos, que encomendamos a tu misericordia, se alegren en tu reino.

Madre del Monte Carmelo, Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Mira al Maestro, caminando despacio entre los trigales. Escucha el crujido de las espigas bajo sus pies, y siente el hambre de sus discípulos, que no es solo del cuerpo, sino del alma. Jesús no los reprende, sino que los acompaña, les permite saciarse, les enseña que la Ley debe servir a la vida. Contempla su rostro sereno, sus palabras firmes pero llenas de amor: «Misericordia quiero y no sacrificio». Y ahora, entra tú en ese campo. Camina con Él. Siente cómo su presencia disuelve tu rigidez, cómo su Palabra rompe las cadenas de la culpa y del miedo.

Hagamos los siguientes propósitos: releer nuestras actitudes religiosas y discernir si están llenas de vida o solo de formas; acoger con misericordia a quien se siente lejos de Dios; y transformar nuestras obras de piedad en obras de caridad concreta. Porque el sábado verdadero es la paz que brota del amor. Por ello, dejemos que el Señor del sábado acompañe nuestros pasos y habite nuestros juicios, nuestras decisiones.

Contemplemos a Dios con una homilía de San Agustín:

«Así, pues, en aquel viejo pueblo aún no se celebraba la Pascua en el resplandor de la luz, sino en la sombra cargada de significado (Col 2,17). Y después de cincuenta días de aquella celebración (…) se otorga en el monte Sinaí la ley, escrita con el dedo de Dios. (…) Dios descendió, como está escrito, sobre el monte Sinaí en medio del fuego, golpeando con espanto al pueblo que se mantenía a lo lejos y escribiendo la ley, con su dedo, en la piedra y no en el corazón (Ex 31,18). Al contrario, cuando el Espíritu Santo descendió sobre la tierra, los discípulos estaban todos juntos en un mismo lugar, y en lugar de asustarles desde lo alto de la montaña, entró en la casa donde estaban reunidos (Hch 2,1ss). Se oyó de lo alto del cielo un ruido parecido al de un viento violento que se acerca, pero este ruido no asustó a nadie.

Habéis oído el ruido, ved también el fuego; pues, sobre la montaña, se distinguían también estos dos fenómenos: el ruido y el fuego. Sobre el monte Sinaí, el fuego estaba rodeado de humo; aquí, al contrario, es de una claridad brillante: “Vieron, dice la Escritura, como unas lenguas de fuego que se repartían”. ¿Era un fuego que sembraba a lo lejos el temor? De ninguna manera: “estas lenguas de fuegos se posaron sobre cada uno de ellos”… Escuchad esta lengua que habla, y comprended que es el Espíritu Santo quien escribe, no sobre la piedra, sino en el corazón. Así pues “la ley del espíritu de vida”, escrita en el corazón y no en la piedra, la ley del espíritu de vida que está en Jesucristo en el cual la Pascua se ha celebrado con toda verdad (1Co 5,7), “os ha liberado de la ley del pecado y de la muerte” (Rm 8,2)».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

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