«Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra, y al que llama se le abre» Lc 11,9-10.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Lucas 11,1-13
Una vez, estaba Jesús orando en cierto lugar. Cuando uno de sus discípulos le dijo: «Señor enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos». Él les dijo: «Cuando oren digan “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos ofende, y no nos dejes caer en la tentación”». Y les dijo: «Si alguno de ustedes tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decide: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”. Y, desde dentro, el otro le responde: “No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos». Si el otro insiste llamando, yo les digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos para que no siga molestando se levantará y le dará cuanto necesite. Por eso yo les digo: Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre ustedes, cuando su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide pescado, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Pues, si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«La oración del Padrenuestro es pura gratuidad y por ello, eficaz. Mientras tengas un corazón grande, hazla pasa a través de él. Recuerda que, desde ahora, tu misión es la de pedir a Dios desde tu oración que, antes de cualquier cosa, se haga su Santa Voluntad».
El escenario de esta escena evangélica es el camino, ese espacio fecundo en el que Jesús forma a sus discípulos con la sabiduría de quien camina con ellos. Nos encontramos en el contexto de su subida a Jerusalén (Lc 9,51), un trayecto que no es solo geográfico, sino profundamente espiritual. En esta etapa, Jesús se revela como Maestro de la oración, de la entrega, del abandono confiado al Padre.
El pueblo judío del siglo I conocía el valor de la oración, y los rabinos enseñaban formas y tiempos para dirigirse a Dios. Sin embargo, el modo en que Jesús oraba despertaba una fascinación especial: no era recitación ritual, sino diálogo vital. Mientras tanto, el clima social está marcado por la pobreza material y espiritual, la espera mesiánica y la tensión bajo el yugo romano. En medio de ello, la figura de Jesús emerge como un profeta que no solo proclama la cercanía del Reino, sino que vive en profunda unión con el Padre.
Es importante destacar que esta oración, enseñada por Jesús a petición de sus discípulos, no es un mero modelo verbal. Es una puerta al misterio de la filiación divina, una escuela de amor confiado, de dependencia radical del Padre celestial, en medio de un mundo fragmentado por el egoísmo, la violencia y la indiferencia.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
«Cómo sería el rostro y toda la persona de Jesús cuando estaba inmerso en oración, lo podemos imaginar por el hecho de que sus discípulos, sólo con verle orar, se enamoran de la oración y piden al Maestro que les enseñe también a ellos a orar. Y Jesús les contenta, como hemos oído, enseñándoles la oración del Padre Nuestro» (Raniero Cantalamessa).
«Señor enséñanos a orar…». Esta súplica brota del corazón de quienes han visto a Jesús orar. No se trata de un aprendizaje técnico, sino del deseo de participar de la intimidad que Jesús tiene con el Padre. El “Padre nuestro” que Lucas nos transmite es más breve que el de Mateo, pero está cargado de una fuerza radical: santificar el Nombre, esperar el Reino, pedir el Pan, suplicar el perdón, y reclamar la fuerza contra la tentación. Es una oración que nace de la necesidad y florece en la confianza.
Jesús añade una enseñanza viva sobre la perseverancia: la oración insistente, como la del amigo inoportuno o la del hijo que pide con libertad. Dios no es un funcionario divino que otorga favores, sino un Padre que da lo mejor: el Espíritu Santo (cf. Lc 11,13). Este pasaje resuena con otros textos: Mt 6,5-13 (Padre nuestro); Mc 14,36 (Jesús en Getsemaní); Rm 8,26-27 (el Espíritu intercede en nosotros); y Hb 5,7 (Jesús orando con lágrimas).
¡Cuán necesario es hoy redescubrir la oración no como refugio espiritualista, sino como acto revolucionario de confianza en Dios y abandono filial!
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Oh, Dios, protector de los que en ti esperan y sin el que nadie es fuerte ni santo, multiplica sobre nosotros tu misericordia, para que, instruidos y guiados por ti, nos sirvamos de los bienes pasajeros y podamos adherirnos ya a los eternos.
Espíritu Santo, renueva el gozo, el valor y la espiritualidad de la oración cristiana de todas las personas y podamos seguir las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo, el gran orante.
Amado Jesús, ten compasión de las almas benditas del purgatorio y muéstrales la hermosura de tu bondad y misericordia. Te lo suplicamos Señor.
Madre Santísima, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Quien ha visto, con el alma, orar a Jesús comprende que orar es respirar con el corazón de Dios. Contempla al Maestro en la quietud de la madrugada, en la montaña o en la soledad: su oración no es fuga, sino combate. Cada palabra del “Padre nuestro” es semilla de transformación: santificar el Nombre es vivir con reverencia; pedir el Pan es confiar en la Providencia; suplicar el perdón es romper las cadenas del odio; desear el Reino es no resignarse al mundo como está.
Te propongo lo siguiente: establece un momento fijo diario para rezar el Padre Nuestro, lentamente, meditando cada petición. Haz una lista de cosas que hoy necesitas pedir y otra de cosas que necesitas perdonar. Lee Rm 8,15-17 y repite varias veces: «Abbá, Padre»; y, cuando te falten palabras, ora en silencio, el Espíritu orará en ti (cf. Rm 8,26).
Permanece en quietud, deja que el fuego del Espíritu te consuma por dentro y transforme tu oración en vida, tu vida en oración. Que toda tu existencia sea un “amén” al Padre, un eco de Cristo, una fragancia del Cielo en la tierra.
Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de San Cipriano:
«¡Qué misterios amadísimos hermanos, los de la oración del Señor! ¡Cuántos y qué grandes, brevemente resumidos en esta plegaria, más espiritualmente copiosos y eficaces! De tal modo que no queda nada de cuanto se refiere a la oración y a la plegaria que no esté comprendido en este compendio de doctrina espiritual. Dice el Señor: “Así oraréis: Padre nuestro que estás en los cielos”. El hombre nuevo, renacido y restituido a su Dios por la gracia divina, lo primero que dice es Padre, porque ya ha empezado a ser hijo.
Vino a su casa -dice el Evangelio- y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron les dio el poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Así pues, el que cree en su nombre se hace hijo de Dios, y desde ese momento debe empezar a dar gracias y a confesar su filiación divina… Y no solo debemos observar y darnos cuenta de que llamamos Padre al que está en los cielos, sino que añadimos algo más y decimos “Padre nuestro”, es decir, de todos los que creen, de todos los que, santificados por Él y regenerados por el nacimiento de la gracia espiritual, han comenzado a ser hijos de Dios.
¡Cuán grande es la misericordia del Señor, cuán grande la abundancia de su amor y de su bondad para con nosotros! Pues ha querido que oremos en su presencia, que lo invoquemos como Padre y que, así como Cristo es el Hijo, así también nosotros nos llamemos hijos de Dios. Ninguno de nosotros se hubiera atrevido a usar tal nombre en la oración si no nos hubiera permitido, Él mismo, orar de este modo».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.